El rey del mambo

Toño Santiago la lió el día de su entierro.

Porque a su velatorio fueron las dos familias –la legal y la de reciente aparición en el panorama familiar.

Desde hacía tiempo la gente se imaginaba que Toño tenía una sucursal, porque con la excusa de irse para el campo, desaparecía dos o tres días por semana y regresaba cargado de verduras que crecían en el supermercado. Pero, como abrir sucursales, por parte de los hombres,  era una especie de deporte nacional, no se le había dado importancia a la menudencia. La número uno poseía el cetro y la corona y la sucursal había adoptado un bajo perfil que la protegía de propios, extraños y analistas de la vida de los demás.

Pero Toño,  ya fuera por su herencia genética de enfermedades cardíacas, o por una vida con todo tipo de licencias alimentarias, etílicas y carnales, se fue a destiempo y no tuvo la delicadeza de arreglar la situación para evitar contratiempos a las dos familias.

Las personas que fueron a la funeraria a despedirse, o a cumplir con los deudos, o a encontrarse con amigos y conocidos, o a satisfacer el morbo curioseando a Toño, se sintieron muy confundidas al avanzar por el pasillo para dar el pésame.

Como en el ring del boxeo, a un lado los Santiago: reina madre, príncipes y princesas. Al otro lado las Carvajal. Estas últimas, se habían presentado vestidas de riguroso luto y sin mediar palabra se aposentaron en la fila de recepción del ala derecha del salón.

Los primeros visitantes iban disminuyendo el paso para dar tiempo al cerebro a pensar hacia qué lado debían dirigirse. Una vez avistados los deudos, giraban hacia la derecha o la izquierda dependiendo del equipo con el que simpatizaran. Los más salomónicos, después de dar las condolencias a un bando, pasaban al otro repitiendo abrazos y frases de dolor.

Al rato de haber comenzado el velatorio, los nuevos visitantes entraban a la capilla funeraria avisados de la situación, ya que se había formado un comité de recepción que ponía al tanto a amigos y conocidos del lío emocional, y sabían en qué dirección debían girar y cuáles bancos ocupar. Como si se tratara de una boda en la que los familiares y conocidos del novio se sientan del lado del novio y los de la novia del lado opuesto, se resolvió el incidente de forma política y pacífica, hasta cierto punto. Las miradas que los seguidores de ambos equipos se lanzaban entre sí, eran violentas como si de diferentes partidos políticos en elecciones se tratara. Pero como estas no cortan, no llegó la sangre al río.

La sucursal, como si estuviera conectada a un cronómetro, cada diez minutos comenzaba a llorar gritando estrepitosamente – ¡Ay mi Toño, qué sola me estás dejando, con lo mucho que nos queríamos! ¡No te olvidaré nunca! ¡Eras mío, mío y solo mío! – Por suerte, la reina y su corte se comportaron como tales e ignoraron la provocación del bando opuesto mirándolo de forma despectiva.

Durante la misa de cuerpo presente, el sacerdote invitó por su nombre a las princesas para que leyeran los diferentes versículos y evangelio, ignorando a la sucursal que iba añadiendo a sus kilos de más un cargamento de rabia. Por eso era que ella no iba a la iglesia, – ¿qué se habían creído esos curas hipócritas? sangre de la sangre del muerto era su pequeña y sabía leer como la que más, que para eso era contable.

Llegó el momento de llevarse a Toño a su última morada. Con gran rapidez y dignidad se levantó la reina consorte para dar el último beso al cadáver, más por cubrir las apariencias y por darle un coscorrón emocional a la sucursal que por ganas de hacerlo, seguida de sus vástagos que, como una muralla, se aseguraron de que nadie se colara en su fila.

Cuando estaban a punto de cerrar el féretro, como una tromba de tormenta tropical, se acercaron las Carvajal abrazando al muerto con tanta pasión y vehemencia que el ramo de flores que reposaba en la caja cayó al suelo y no hubo un final de terror porque un empleado de la funeraria cogió el cajón al vilo, asegurando así que Toño no perdiera la compostura.

Por lo bajo la reina madre le espetó a la sucursal – ¡puta indecente!

¡Vieja frígida! – Le susurró la contendiente.

Mientras tanto, Toño, muy formal, parecía burlarse de los dos bandos exhibiendo una descolorida y pacífica sonrisa.