LUNES, AMOR AL MAR
A veces, cuando puedo,
dando un rodeo en mi camino para no ser vista,
escapo
y jadeando llego hasta ti.
Nuestro amor es como el de dos adolescentes;
furtivo, escondido, sin tiempo suficiente.
Con prisa abro mis poros
que se impregnan de tu olor
y acallo los ruidos del entorno
para oír tus susurros y, a veces, tus quejas.
Tu color queda preso en mi retina.
Pero ¡Ay!
Que mis manos quedan vírgenes.
Estás lejos,
no te puedo tocar.
Un día, tengo fuerza suficiente y me atrevo,
rompo mis ligaduras, lo dejo todo y me voy.
Ese día, no me recibes en cualquier parte, no. Ni con cualquier color.
Adornas nuestro lugar con palmeras,
te vistes de sol y de espuma
y pides al viento que pase cerca, más sin dejarse ver,
seguido de su cola de sonidos.
Para que llegue a ti tiendes alfombra suave, tibia,
pronóstico de lo que espera.
Y yo, en vez de correr, retengo el tiempo.
La rozo apenas con mi planta;
experimento con mis dedos;
entierro el pie golosamente;
me agacho, la aprieto entre mis manos y se la devuelvo al lugar.
Este día no hay prisa.
Tú esperas tranquilo llenándote de mi oro y yo,
coqueta, sabiéndome esperada,
mojo mi cara y pruebo la sal
que dejaste a mi alcance para endulzar los besos.
No puedo esperar más.
Y llenando mis ojos de gaviotas,
de destellos de luz,
de cielo, te llego…
Besas mis pies y me animas
y buscando por entre todos mis rincones
nos unimos al fin,
en sal y en dulce.
En el éxtasis final
me llevas a vientre de mi madre
donde quedo suspendida, sin resistencia,
regresando a Dios.
Tarde, Celestina de nuestra escapada
¡apaga las luces! Despacha al viento
y batuta de la orquesta de la noche
borda tu serenata.
Mi cuerpo,
amado hasta el rapto,
buen alumno,
ha aprendido a ser insaciable de ti.