Godspel: palabra de Dios

Me gusta la pluralidad.

Mi sueño dorado es vivir diferentes culturas, para entender mejor a todos los seres humanos que tenemos la dicha de poblar el planeta Tierra y llenarme de conocimientos enriquecedores que, de otra forma, sería difícil de conseguir.

Los pueblos, depositarios de miles de años de historia y tradiciones, exhiben unos procederes que, muchas veces, chocan con los de los viajeros visitantes.

Incluso dentro de los continentes, las culturas y subculturas hacen que el vestuario, la música, el lenguaje, los intereses, etc., sean característicos y diferentes.

De ahí la riqueza que posee la Tierra, de la que solo podemos disfrutar un mínimo porcentaje.

Cuando voy a los lugares, acostumbro a introducirme en ellos con la mejor intención, sin expectativas. Si en algún momento he ido a un sitio con ellas, he salido defraudada, porque en el pensamiento se puede vivir cualquier experiencia improbable, influida por la socialización y el entorno en el que nos hayamos desarrollado y no parecerse en nada a lo que vamos a encontrar.

Toma un tiempo entender los ¿qué? ¿por qué? ¿para qué? Y cuanta otra inquietud pueda aparecer ante las nuevas formas de vivir o hacer las cosas.

He conocido muchos lugares de Texas, todos con mucha influencia mejicana, sobre todo en el sur. Los tejanos suelen ser gente amistosa, sencilla, acogedora, amable, patriota y religiosa.

Tiendas, restaurantes, bares, hoteles y hasta hospitales, están permeados de servidores mejicanos o de ascendencia mejicana, cuya atención es impecable y enriquecedora. Siempre dispuestos a ayudar, cambian del inglés al español tan pronto perciben que este último es el lenguaje del visitante. Es difícil practicar el inglés en esos sitios.

Por otro lado, es fácil reconocer los tejanos norteamericanos –como yo los llamo– blancos y de color. Menos expresivos y comunicativos los blancos y más parlanchines y ruidosos los afroamericanos, pero educados, e igualmente sencillos y amables.

Nunca falta un good morning en los ascensores, o una actitud de ayuda y cooperación si consideran que es necesaria. Claro está, siempre hay honrosas o deshonrosas excepciones.

Yo había conocido la música Gospel en películas u oído en canciones y la había encasillado en música evangélica interpretada por coros de etnia negra, aunque luego he sabido que es comúnmente cantada por intérpretes cristianos del sur de los Estados Unidos, independientemente de su etnia. Habiendo surgido en el siglo dieciocho, se hizo famosa en los Estados Unidos en la década del 1930, pero sigue siendo parte de las celebraciones religiosas de muchas iglesias.

Confirmé en varias ocasiones la religiosidad de la gente de Texas. Un Praise the Lord clamado por un organizador de taxis a la salida del aeropuerto; un letrero de Praise Jesus digital en la pantalla del automóvil; un Bless the Lord en un cubículo de información sobre servicios, o un bless you al recibir una propina, probablemente no esperada. Pero, a veces, lo mucho es demasiado.

Para los viajes dentro de la ciudad de Houston, usamos el servicio de Uber.

Clarisse se llamaba la conductora y tenía una evaluación excelente. No era el primer servicio que contratábamos y la experiencia con los anteriores había sido muy buena.

La esperamos en la puerta del hotel y, aunque la pantalla del teléfono decía que había llegado, no la veíamos en la entrada. Nos fijamos en la descripción del vehículo y mirando a derecha e izquierda, lo vimos parado al cruzar la calle.

Como no se movía, decidimos acercarnos nosotros.

Abrimos la puerta del vehículo y una música a todo volumen nos esperaba.

Good morning –dijimos sin entrar.

–¡Good morning! –espetó Clarisse con cajas destempladas.

–¿Clarisse? –preguntamos.

–¡Good morning! –volvió a decir con una actitud y un tono acusador.

Nos dimos cuenta que no nos había oido saludar, por lo alto de la música y lo prudente de nuestro saludo.

Entramos y nos sentamos a disgusto.

Gritando confirmamos el lugar donde queríamos llegar y al no oirnos bien, bajó ligeramente el volumen de la música.

Habríamos abandonado inmedatamente del vehículo, si no hubiera sido porque teníamos prisa para llegar a nuestra reunión a una hora determinada.

El trayecto duró unos treinta minutos, durante los cuales la música gospel, en alto volumen, nos acompañó en todo momento.

Y lo peor no fue lo alto de la música, sino que cada ¡Hallelujah! del coro iba acompañado con las manos alzadas de la chófer en señal de alabanza a Dios, mientras el volante se manejaba solo. Cada Yes, my love, and you´re alive too, de la canción, era brincado en el asiento del conductor y acompañado por palmas y gritos. Los bailes y movimientos de alegría no cesaron ni en la despedida. No existíamos para ella, tal era su arrebato.

Clarisse era, seguramente, una de las mejores cristianas de su iglesia, jaleando y gritando aclamaciones a Dios. Como conductora prudente, no había pasado la prueba.

Lo que pudo haber sido un trayecto agradable dedicado a mirar por las ventanas los diferentes lugares por donde íbamos pasando, se convirtió en media hora de ganas de abalanzarnos hacia el volante, por miedo de que anduviéramos en medio de la circulación en piloto automático.

No dejamos propina.

–Hoy Clarisse no se tomó la píldora para la bipolaridad –comentamos.

–Las evaluaciones que vimos las debieron hacer sus padres, hermanos y conocidos –añadimos.

Seguimos nuestro camino a pie y, al poco rato, el episodio se había convertido en un chiste, para nosotros.

Ya tenemos nombre para el “desacato”: Clarissada.

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