7 historias de amor. Domingo: amor incondicional

Se acaba el año. En estas fechas en las que mis emociones están desbordadas y, por momentos, desarmonizadas,  por si no he sabido comunicarme en la profundidad con que he querido hacerlo en nuestro a veces continuo y a veces escaso contacto, pero siempre lleno de amor, voy a vestir de grafía mis sentimientos.

Primero, el  amor que empieza tenue –en mí no se dio el paradigma de que las madres aman profundamente desde el momento en que nacen los hijos – y que va creciendo de forma exponencial hasta la muerte, principalmente estimulado por el miedo a perderos. Después, una manera torpe de aprender a ser madre por el método de prueba y error –esto último demasiado costoso tanto para vosotros como para mí. Os pido perdón. Yo me perdono; no se nace sabiendo ser madre.

En el diario vivir, os transmití el estilo independiente con el que yo fui criada, me consta; prueba de ello es la distancia geográfica que nos aleja, pero no nos separa, y la autosuficiencia para manejar vuestras  vidas y la de vuestras familias – tema que a veces me inquieta porque caigo en la trampa de pensar que solo hay una forma de encarar la vida y hacer las cosas, la mía–. Veo con alegría que he podido sembrar semillas que se han desarrollado de forma diferente, porque diferente era el terreno en el que las sembré y por eso, los frutos son diversos y ricos.

Tengo que admitir que, a veces,  siento envidia de las madres que pueden abrazar a sus hijos diariamente; pero no estoy hablando de carencias. No puedo ser tan selectiva cuando recibo tantos abrazos y compensaciones por otros medios. La Vida me premia de forma diferente a otras madres.

Valoro y admiro la forma en que pasáis por la vida y cómo habéis dado la cara ante los desamores, las distancias, las crisis, los golpes que os han hecho entender de qué se trata la existencia y cómo manejarla; también, cómo habéis aprovechado  las ilusiones, las esperanzas, los triunfos, los amores y  las realizaciones personales. Doy gracias a la Vida por lo que sois, fruto de vuestro esfuerzo.

Este año que termina ha puesto a prueba a mucha gente. Creo que nuestra familia la ha pasado con buena nota y vosotros, hijos míos, con honores. No pude haber tenido mejores hijos, ni nadie me hubiera podido dar tantas alegrías y satisfacciones como vosotros. Pero aunque así no fuera, mi amor no pone condiciones, sencillamente es.

Para el año que empieza y el resto de vuestras vidas, quiero recordaros que el tiempo en la tierra es corto y no se puede desaprovechar. Vivid con intensidad; aprovechad los momentos felices que son muchos, si se les sabe reconocer y sed personas que aporten soluciones a los nuevos tiempos. La crisis, necesariamente nos conducirá a un paradigma nuevo, mejor, más equitativo y armonioso. Sed parte de él.  Para ello, pido que siempre podáis ver la luz, tengáis las fuerzas para hacer el camino y estéis acompañados por el espíritu del Hacedor y el mío. Que vuestros frutos se parezcan a vosotros o sean mejores – si esto puede ser. Que la Vida nos junte más a menudo y que sepamos agradecer tantas bendiciones.

Os quiero, Javier e Ivette.

31 de diciembre de 2012

2013, oportunidades al por mayor y al detalle

Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera. Nadie quiere que adentro algo se muera. Para que dentro nazcan cosas nuevas.                                             

Esta hermosa y sabia estrofa de autoría de Mercedes Sosa en su canción Soy pan, soy paz, soy más, exhorta  a sacar las penas, a conversar con los demás de lo que se siente, a abrirse con la intención de descargarse de cosas y sentimientos que guardados en nuestro interior nos pueden hacer mucho daño.  Yo, además de estar de acuerdo con este tipo de liberación, también aplico estos consejos para organizarme y ponerme al día. Me explico.

A veces, al igual que guardamos en el armario ropa o zapatos que no usamos por años y que, además de coger polvo, ocupan un lugar que podríamos estar utilizando para ropa nueva y mejor organización de nuestro  escaso espacio, guardamos en nuestro interior valores, costumbres y hábitos que, si los analizamos bien, no nos ayudan mucho, por el contrario nos limitan y constituyen un peso que debemos arrastrar como un lastre en la vida.

Al año 2012 le faltan pocos días y es tiempo de planificar para el 2013 si queremos tener el control de nuestras vidas. Para hacerlo, hay que empezar recorriendo mentalmente el año que estamos terminando y hacernos conscientes, primero, de todo lo bueno que La Vida nos ha dado en forma de salud y fortaleza física y de todos nuestros logros partiendo de esa base, junto con nuestras ganas de trabajar y trabajarnos. También hay que hacer un recuento de las cosas no tan buenas que nos han sucedido para sacar una lección de ellas, evitar que nos vuelvan a ocurrir otra vez, o darnos cuenta de que nos dieron alas para volar a otros espacios o encontrar otras soluciones mejores.

Personalmente, me gusta trabajar en lo que yo llamo “mi círculo”, que no es otra cosa que yo misma. Repaso mi espacio de vida dividido de la siguiente forma: familia, espiritualidad, formación intelectual, cuerpo, amigos, diversión y trabajo.

De cada uno de estos aspectos recuerdo cómo lo hice el año que está terminando. Sin ser exhaustiva les comento que me hago algunas preguntas como las siguientes: ¿Di suficiente importancia a los aspectos familiares? ¿Pude haber hecho más por alguno de los miembros de mi familia? ¿Me he alejado un poco de ellos o, por el contrario, me he acercado más? ¿Estoy satisfecha con mi espiritualidad? ¿Siento que me estoy quedando rezagada respecto a los avances del mundo? ¿He hecho algún curso nuevo o he leído lo suficiente como para ponerme al día en mis conocimientos? ¿Me siento satisfecha con mi cuerpo (salud y forma)? ¿He visitado a los médicos de forma preventiva? ¿Me alimento adecuadamente? ¿Hago el ejercicio adecuado, teniendo en cuenta mi edad, salud y otras circunstancias? ¿Cultivo mis amigos como si fueran delicadas y hermosas plantas? ¿Los frecuento? ¿Los llamo? ¿Los acompaño en su día a día? ¿Les hago sentir que estoy ahí para ellos? ¿He sacado tiempo para distraerme, para divertirme? ¿Cuánto hace que no voy a los sitios que me hacen sentir bien, o que no dejo salir el niño que tengo dentro? ¿Tengo el trabajo que me gusta? ¿He hecho lo posible por hacerlo bien y por desarrollarme como profesional y como persona en el mismo?

Cada quien sabe qué tiene que preguntarse para llevar la contabilidad de su vida. Lo importante es ser minucioso y honesto con uno mismo.

El plan para el siguiente año estará, por tanto, basado en nuestras prioridades –lista que es bueno tener siempre a mano para que nos de un tirón de orejas si nos estamos alejando de ellas, pero que podremos ir cambiando en la medida que éstas vayan cambiando también–, nuestras carencias y nuestras lecciones aprendidas,  que algunas personas llaman fracasos. Estas últimas nos harán darnos cuenta de que tenemos ciertos hábitos que nos hacen torpes para el éxito; ciertas costumbres que en nada ayudarán a lograr lo que nos proponemos y ciertos valores que, en un tiempo nos sirvieron mucho porque fueron la base de nuestra formación y nos permitieron vivir en una sociedad que los adoptaba y honraba, pero que ahora ya no nos sirven más, sino que a veces nos hacen ser rígidos, hacer juicios de valor, o “enrocarnos”. Podremos decidir qué hacer con ellos, si quedárnoslos, o abandonarlos, o sustituirlos.

El plan, que lo que busca es que nos fortalezcamos, nos rejuvenezcamos o nos hagamos más flexibles por dentro y por fuera, debe estar por escrito, ya que la memoria es frágil a ciertas edades, o en ciertas circunstancias. Preferiblemente debe estar señalado por fechas, e indicar los resultados que esperamos de las acciones a las que nos comprometemos en el plan. Mes tras mes las revisaremos y nos daremos un premio si hemos logrado el objetivo, o nos propondremos trabajar inmediatamente si es que nos hemos quedado cortos en algo. El premio final llegará precisamente el mismo día dentro de un año, cuando sintamos la satisfacción de haber hecho lo mejor que hemos podido y, de nuevo, extraigamos lecciones de nuestros tropezones.

El año 2013, tiene como mínimo 365 oportunidades que podemos aprovechar, porque La Vida nos las pone cada día para probar nuestra fe en nosotros mismos, nuestra fortaleza, nuestra perseverancia y nuestro amor.

Que el camino salga a tu encuentro, que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos. (Antigua bendición Celta).

El día del fin del mundo

A Marino González Pimentel le aseguraron y lo convencieron de que el día del fin del mundo era el 21 de diciembre de 2012. Antes de la muela perniciosa a la que había sido sometido, aseguraba que no creía en cuentos chinos, ni magia, ni mal de ojo, ni nada que no tuviera que ver con la lógica y el ver para creer. Pero, un día se puede ser un descreído y al día siguiente un fervoroso convencido de tan claros argumentos; luego, era mejor prevenir que tener que curar.

Así pues, a veinte días de la fecha, Marino comenzó a poner en práctica la recomendación esa de vive este día como si fuera el último de tu vida. Para vivir como él entendía que debían ser los últimos, renunció a su trabajo para tener más tiempo para disfrutar –no necesitaría mucho más dinero del que tenía si todo se iba al carajo tan pronto. Compró un pasaje a Nueva York, donde tenía buenos amigos, y a los pocos días salió volando.

Cuando llegó a su destino alquiló un coche que no podía ser cualquiera que hubiera podido tener o montar en su vida pasada; así que salió del parqueo con su flamante Porshe Panamera, que le sonaba a fiesta y calor tropical. Sus ahorros iban a quedar, ciertamente, mermados; pero el gustazo de salir a pasear con esa nave no era poco. Le habría gustado tener el pelo bueno para que, una vez bajada la capota del coche sus cabellos flotaran en el aire. Pero no se puede tener todo en la vida, pensó Marino y archivó el pensamiento.

Se equivocó varias veces en las salidas para llegar al hotel que había reservado, lo que tuvo como consecuencia que perdiera la mayor parte del primer día del resto de su vida y llegara a su destino cansado y con un hambre atroz. El restaurante del hotel no estaba funcionando a esa hora y decidió salir a la calle a comprar algo para comer. Vio un pequeño restaurante italiano –a juzgar por el nombre: Piccolo Caprone– y entró con grandes expectativas. En la barra había un empleado somnoliento y maloliente lo cual desanimó un poco a Marino; pero el hambre pudo con la reticencia y pidió la carta para ver que podría comer.

–What? We don´t have carta here –lo que le demostró a Marino que el tipo hablaba o entendía el español pero que, simplemente, no le daba la gana contestarle en su idioma.

Haciendo grandes esfuerzos le preguntó – ¿What kind of meal do you serve?

–From now on we just serve salad.

–It´s ok. Give me a big plate.

Le sirvió la ensalada en un plato plástico que para nada se compadecía con el lujo con el que Marino quería despedirse del mundo, y desmigajando un paquetito de galletas de soda servidas como colateral, se lanzó sobre la comida. Lo que más le había gustado al ver el sano manjar eran las aceitunas negras y los croutons, que le encantaban. Llenó el tenedor lo más que pudo y se dispuso a engullir parte del platillo.

–Cooooño! Exclamó llevándose la mano a la boca –nadie le había dicho que esas aceitunas tenían hueso.

No pudo seguir comiendo del dolor en el incisivo dental superior derecho –familiarmente llamado “8” por los dentistas. Pagó los siete dólares que le cobraron por la ensalada y se fue directamente a mirarse en el espejo para ver qué había pasado con su pieza. Malas noticias; ocho estaba ahí, pero estaba rajado, fuera de combate.

Pensó que era mejor acostarse inmediatamente después de haber tomado un calmante con un café con leche –que era lo único que en ese momento se atrevía a ingerir– y cansado como estaba, se quedó dormido al momento.

Al día siguiente el dolor había desaparecido. Pensó que quizás ocho aguantaría hasta el día final tal como estaba y se fue a desayunar con mucha hambre. Pidió un bocadillo de jamón y queso con pan de baguette. Cuando hincó el ocho, este se reveló furiosamente y le devolvió un golpe de dolor acompañado de sangre. Marino se asustó porque este incidente podría llevar al traste sus planes de conquistas amorosas y llamó a la recepción para ver con cuál dentista podía consultar para arreglarle el diente. Esa reparación, dado que no se hizo a través de ningún seguro, le costó a Marino un ojo de la cara y cuatro días de retraso en el superbo plan de aprovechamiento del poco tiempo restante. Pero todavía quedaban diez –el último lo iba a pasar en íntimo recogimiento para recibir a la Parca como debe ser.

Al sexto día salió a la calle de buen talante y se fue a visitar a un amigo que vivía a cierta distancia de la ciudad. Esta vez tomó la carretera y la salida correctas y llegó temprano a tocar la puerta de la casa. El amigo no estaba en la onda de Marino y había ido a trabajar como cualquier hijo de vecino que tiene la suerte de tener trabajo. Lo llamó al celular y le dijo que estaría llegando a la casa a las siete de la tarde, pero que no podía salir por la noche porque al día siguiente tenía una presentación a su jefe, la cual debía perfeccionar en su casa. Sin nada que hacer y de vuelta al hotel, se paró en un Mall y comenzó a ver tiendas. Tenía ganas de comprar todo lo que veía, pero por otro lado, pensó que si iba a morir en tan corto tiempo, no valía la pena. Empezó a pensar qué podía comprar que pudiera mejorar sus últimos días y acabó comprando Bleu de Chanel, Tom Ford Azure Lime, Republic of Men Essence, L´Eau d´Issey y Le Male. No le importó pagar un paquetón de dinero por los mejores perfumes que iban a ser parte de la materia prima del éxito con las mujeres.

Del Mall se fue a un bar que lucía estar de moda, si se tenía en cuenta la cantidad de jevos y jevas con buena pinta que había dentro del local. Se sentó en la barra y se dio cuenta de que los métodos de conquista de esta ciudad no eran igual que los de la suya, cuando se acercó a tres jovencitas que estaban conversando y riendo animadamente y con su mal inglés quiso comenzar a socializar con ellas. Le miraron despectivamente; nunca supo si era por su físico que nunca le había dado problemas en su país, o porque no se daba a entender adecuadamente. Salió del bar con un sabor a fracaso y decidió probar en otro que se viera más latino. Pero eso ya sería otro día.

Cuando llegó al hotel encontró que tenía un mensaje de su tía Flora, con un número de teléfono local y la solicitud de que la llamara tan pronto pudiera. Dejó el asunto para el día siguiente. A las seis de la madrugada sonó el teléfono y la voz de la tía Flora se escucho alta y clara.

–Marino, miijo ¿no te dieron el mensaje que te dejé?

–Sí, tía Flora, pero ya era muy tarde cuando lo recibí y decidí esperar a llamarla hoy.

–No te vayas de la ciudad sin pasar por aquí, que tengo algo para que le lleves a Toñito Lizardo. Son unas vitaminas que me pidió hace tiempo y yo estaba esperando que llegara alguien de confianza para mandárselas.

Marino pensó que a Toñito no le servirían de mucho dada la cercanía del fin, pero decidió seguirle la corriente a la tía y no hacerla partícipe  de su secreto agorero.

Pensó en pasar por donde su tía al día siguiente, más para despedirse que para recoger las vitaminas. Por el momento, comenzaría a llamar a Maira, a Clarissa y a Chavela para quedar con cada una de ellas un día diferente. La llamada a Maira no fue eficiente porque la susodicha ya no vivía ahí y el viejo que le cogió la llamada le dijo con cajas destempladas que la tal fulana era una playa –el inglés de Marino no era tan bueno. Cuando habló con Clarissa la música de fondo eran gritos de niños peleando y lloros de bebé probablemente enloquecido por el hambre. La saludó cordialmente y no se atrevió a proponerle una salida por miedo a que le dijera que sí. Con Chavela la cosa fue diferente. En principio lo confundió con otro y luego, tras darle todo tipo de detalles descriptivos sobre su relación anterior, se puso muy contenta y aceptó salir con él. Eso sucedería en dos días, ya que ella tenía meetings para hoy y para mañana. Marino le dijo que podía ser en la noche, pensando que ella no lo había entendido bien, pero ella le aclaró, en medio de risas, que los meetings eran, precisamente, por la noche. Más claro no canta un gallo, pero Marino estaba funcionando con diesel últimamente.

La visita a la Tía Flora fue extenuante porque tuvo que contarle con pelos y señales los últimos cinco años de historia del vecindario y la familia y, además, tuvo que comerse un sancocho americano que en nada se parecía al de su país porque adolecía de falta de longaniza y salchichón criollo. Para rebosar la copa, por la tarde vino Etelvina a hacer la visita y de nuevo tuvo que volver a contestar miles de preguntas y comerse unas donas que estaban duras, frías y latigosas.

Dado que no había conseguido citas amorosas para ese día, Marino decidió pasar la mañana en el hotel y en la tarde ir a un cine que quedaba cerca a ver una de vampiros modernos. En el cine tuvo que sufrir todo tipo de provocaciones. Desde el peligroso acercamiento de un varón dudoso, hasta representaciones pornográficas llevadas a cabo en la fila de delante. Y total, como la película no tenía sub títulos, se enteró solamente de la mitad del argumento. A la salida del cine, decidió ir caminando hacia el hotel y observó un hombre que tenía pinta de vendedor de felicidad. Marino pensó que le apetecía fumarse un porro, y como el tipo no se cortaba al hacer su negocio, decidió acercarse cuando se fue el último cliente y abordarlo llanamente.

–Good afternoon! ¿Do you sell herb?

–Oye modafoca, ¿tú me ve a mí cara de gringo vendedor de vainas pa´delgazar?

–No mano, perdona. Estoy buscando algo para entretenerme en mis últimos días.

–Coño mano ¿Te tá muriendo?

–Nos moriremos todos, que no es lo mismo.

Al ver la cara de extrañeza que tenía el vendedor de felicidad, Marino decidió que no aportaba nada entrar en explicaciones esotéricas; siguió con el trato y compró marihuana y cinco papelinas con las que pensaba poner el broche final al desmadre del penúltimo día.

El día de la cita con Chavela se pasó parte del día en el spa del hotel, comiéndose unos mariscos y bañándose en perfumes caros. A las nueve de la noche, tras haber enrollado dos porros para antes del juego amoroso –que estaba seguro iba a darse–, salió a encontrarse con Chavela en un club llamado Happyend, y que luego comprobó que era un puticlub.

Chavela, después de escuchar sin mucho interés los cuentos de Marino, quien después de darse cuenta de la evolución de la chica tampoco tenía mucho interés en socializar, sino en ir al grano,  fue explícita al explicarle que sus servicios costaban  quinientos dólares. Marino pensó que la mercancía ya estaba algo deteriorada y no valía más de doscientos, pero decidió ser magnánimo y darle lo que ella le pedía. Total, el dinero no iba a valer nada en poco tiempo. Antes de comenzar los juegos amorosos fumaron la marihuana que había comprado el día anterior y se tomaron una botella del mejor whisky. Esa mezcla dejó k.o. al semental que cuando despertó solo recordaba una amazona que durante el sexo estaba chateando con sabe Dios quién y, para colmo, no encontró las tres papelinas que había llevado por si la fiesta se perfilaba maratónica y sí encontró la cartera más limpia que un quirófano.

Ante tal decepción se marchó a su habitación y al día siguiente decidió que era arriesgado buscar compañía en esa ciudad y, por tanto, iba a resolver él mismo poniendo unas películas pornográficas y haciendo uso del resto de las papelinas que había guardado en la gaveta. Pasaría un día probando algo que no había probado nunca y al día siguiente se pondría en paz consigo mismo y esperaría el fin.

El viaje resultó más largo de lo esperado y a Marino no le dio tiempo a hacer conciencia del fin del mundo. Pero sí sintió el abrazo de su madre, su padre y sus abuelos y siguió mansamente a la forma brillante y blanca que le invitaba a pasar por el túnel.

El día 22 de diciembre de 2012, la tía Flora recibió una llamada telefónica del hospital Monte Sinaí solicitándole que pasara por sus dependencias para identificar un cadáver que en un bolsillo de su abrigo tenía su número telefónico.

El Fin del Mundo llegó, tal como Marino sabía que iba a llegar, solo que por esta vez fue magnánimo y solo se lo llevó a él y a otros ciudadanos que murieron rutinariamente, tal cual habían pronosticado las estadísticas.

 

 

 

 

 

Claroscuros de Barcelona. Convivencia multicultural

En cada uno de mis espaciados pero continuos viajes a mi querida y siempre añorada Catalunya, he venido observando un cambio en la población. No solo en cuanto a etnias, sino en cuanto a costumbres. Hoy quiero comentar algunos aspectos que, cuando son vistos por primera vez, chocan, y luego una se acostumbra a ellos.

Catalunya, que es una región situada al nordeste de la península Ibérica, tiene tres idiomas oficiales: catalán, castellano y occitano. Este último es una lengua romance que se habla en algunas poblaciones de Vall D´Aran y Pirineos Leridanos.

Las estadísticas del año 2010 informan que hay aproximadamente siete millones y medio de habitantes y una densidad poblacional de 231 habitantes por kilómetro cuadrado. Tiene un PIB de 198,000 millones de euros (2010) y una renta per cápita de aproximadamente 27,000 euros (2010).

Sus patrones religiosos son la Mare de Déu de Montserrat y Sant Jordi. Su fiesta nacional se celebra el  11 de septiembre y se conoce como La Diada Nacional de Catalunya –familiarmente La Diada. Su himno nacional es Els Segadors, de Emilio Guanyavents y fue prohibido durante la dictadura franquista, así como la enseñanza de catalán en las escuelas.

Su tasa de inmigración es de un 15%. Las comunidades extranjeras más numerosas que la componen son: Ecuador, Colombia, Marruecos, Perú, Rumania, República Dominicana, China, Argentina, Filipinas y Pakistán.

Estos inmigrantes se ubican en diferentes ciudades y pueblos y generalmente, viven cerca de sus paisanos, a veces, ocupando grandes extensiones de los barrios. En Barcelona, hay una gran concentración de inmigrantes en Ciutat Vella, El Eixample, Sants, Montjuic  y Sant Martí. En términos porcentuales, en todos los distritos superan el 8% de la población total. En Ciutat Vella hay un 36,1% de emigrantes del total de la población del barrio.

Como es natural, estas personas aportan sus diferentes culturas que, gusten o no gusten, se van imponiendo con el paso del tiempo y haciendo evolucionar de poco en poco la cultura catalana que tan celosamente se quiere preservar.

Así, se puede adivinar en la calle, aún sin oír sus voces, la procedencia de muchas de estas personas que pueblan nuestras ciudades y pueblos. Mujeres tocadas con hiyab, personas de tez oscura y cabellos lacios, mujeres de cuerpos exuberantes que muestran con sus ropas muy apretadas, mujeres de cabellos rubios y ojos azules vestidas de forma descuidada, entre otros aspectos que los hacen ser reconocidos con precisión como inmigrantes extranjeros y hasta su nacionalidad .

Los inmigrantes chinos adultos, que en su mayor parte se dedican al comercio y a la restauración, aprenden con mucha dificultad el castellano y el catalán y se les ve en bazares que venden mercancías de todo tipo y de toda calidad –al igual que en el resto de las tiendas locales. En sus restaurantes ofrecen comida china variada, dependiendo su región de origen. Hablan en voz alta, como si estuvieran peleando y son educados con los clientes aunque no amables. Los chinos son trabajadores incansables y no cierran sus tiendas a la hora de comer, lo cual contrasta increíblemente con las tiendas catalanas que cierran desde las trece a las diecisiete. Muchos de sus hijos nacidos en Catalunya, asisten a los colegios catalanes y aprenden catalán y castellano.

De los latinoamericanos, lo que he visto es que trabajan dando servicio a  empresas o personas catalanas. Los hombres suelen trabajar en electricidad, carpintería, plomería, limpieza, restauración, etc. Mi experiencia con los servicios de estos hombres es que son cumplidores, responsables, puntuales y educados. Claro está, toda regla tiene sus excepciones. Mientras que las mujeres trabajan ayudando en las casas, cuidando enfermos o en peluquerías, donde son muy apreciados sus servicios. Hay otros más arriesgados que ponen restaurantes de comida típica. He tenido la oportunidad, varias veces, de ir al Puerto Plata, familiarmente “El Wilson” cuyo propietario, en algún tiempo, fue pastor de la iglesia y ahora es mesonero, bartender , relacionista público y hasta showman. A su restaurante acuden catalanes, dominicanos ubicados en Barcelona y turistas que en algún momento sienten deseos de comer la rica bandera dominicana y de tomarse una fría. Wilson prepara también chivo guisado con yuca y en Navidad da el servicio de venta de pierna asada, pasteles en hoja –no es su mejor plato– y alguna que otra delicia estacional de la patria chica. A la entrada del bar te recibe una bachata ñoña cien por cien que, acompañada con la amabilidad de Wilson, te traslada a un colmadón dominicano.

Los pakistaníes son también otra etnia y nacionalidad destacada en Barcelona. Se especializan en montar colmados y pequeños mini mercados que funcionan durante todo el día, los siete días de la semana. Normalmente están al frente de sus establecimientos varios jóvenes que hablan bastante buen castellano y hacen sus pinitos en catalán. Mi experiencia con ellos es que son educados, serviciales y amables.

–Buenos días señora. ¿Cómo está usted hoy? – Nunca falta cuando una llega a su tienda.

– ¿La puedo ayudar en algo?

–Si desea le puedo llevar la compra a su casa.

Todo esto sin cargo extra, aunque hay que reconocer que los artículos que venden tienen un precio por encima de lo que se compra en el súper mercado. Pero es invaluable el poder ir todas las tardes a comprar pan recién hecho, o un domingo, o en la hora en que cierran las tiendas catalanas, a comprar algún antojo o algo que se haya terminado en la despensa.

La desventaja de la inmigración, desde mi punto de vista, no es que los inmigrantes ocupen sitios de trabajo que deberían ocupar los catalanes, ya que, normalmente trabajan en servicios en los que los locales se resisten a trabajar y lo hacen bien, sino que junto con sus personas inmigra la falta de educación, el incumplimiento de compromisos, trucos y pillerías que no se conocían por aquí. También traen, a través de los jovencitos que muchas veces se resisten a adaptarse a las costumbres de su patria de acogida, las pandillas, el afán por el dinero fácil y los líos callejeros con armas blancas. De menos importancia en cuanto a las consecuencias, pero que hiere muchas sensibilidades, es el irrespeto por las reglas de los edificios –música alta, basura mal puesta, gritos–, colarse en las filas, incumplimiento de procesos establecidos, etc. Los catalanes, a los que desde niños se nos educa en el respeto a los derechos de los demás, a menudo nos sentimos atropellados.

Me gustaría ver a las comunidades de inmigrantes adaptarse a nuestras costumbres, hablar nuestra lengua y cumplir nuestras reglas. El refrán sabio a donde fueres, haz lo que vieres, trae bienestar y buena convivencia entre las diferentes culturas.

 

Vuelo UX 666

Doña Matilde es una señora tranquila, educada, amistosa –aunque sin pasarse– que de vez en cuando da su escapadita a Europa. Un mes antes ya empieza a ponerse ansiosa por el viaje. No le tiene miedo a los aviones, pero tiene un ligerísimo trastorno obsesivo con los pasajeros de los aviones. En realidad no debiera, porque no hay experiencia más reconfortante que casi nueve horas arropada por tanto calor humano.

Llegó al aeropuerto con tiempo suficiente para que después de hacer su fila para llegar al mostrador, le sobrara como mínimo media hora para tomarse un café y resarcirse de la primera parte de la experiencia.

Cumplir con los requisitos de seguridad del aeropuerto fue pecata minuta. Entrar al avión, otra cosa. Empujones para pasar primero, aunque el intervalo de filas no hubiera sido llamado. Esperas ocasionadas por bultos de mano tan grandes que no cabían en ningún compartimento y que los pasajeros no querían dejar a la entrada. Tapones en el pasillo porque la señora con tres bultos de mano y el niño no acababan de aposentarse. Personas sentadas en el asiento que no les correspondía y que se negaban a abandonar –aunque se les enseñara el ticket correcto–, hasta que la aeromoza, con cajas destempladas, les conducía a su asiento; y otras diversas pruebas de paciencia que nuestra sufrida señora tuvo que ir pasando.

Doña Matilde se pasó la semana anterior rogándole a la Virgen que le tocara un compañero de viaje tranquilo y educado y si podía ser size medium. También le pidió que el pasajero que se sentara  delante no la aplastara con su asiento, pero esto último ya era mucho pedir, la Virgen casi nunca lo concede.

Una vez en el sitio asignado empezó la epopeya. El saludo de doña Matilde a su compañera de viaje fue respondido con una voz de catarro acompañada de una tos abierta, franca, directa y del tipo hisopo. Matilde, que no quería llegar con una gripe en incubación de las que salen justo un día después de llegar y se van al cabo de dos semanas, para evitarlo, pasó el viaje entero sentada en el cachete opuesto a la compañera, con el torso girado en cuarenta y cinco grados y dando así una imagen de realeza poco conveniente para el medio y resultando premiada con un dolor de espalda como consecuencia de la posición. En la fila de delante, dos ejemplares extendidos del sexo masculino, desde antes de despegar, se estaban dando petacazos de una botella Gauileibol  etiqueta negra que llevaba uno de ellos envuelta en un papel de periódico, para que la tripulación no la viera.

Desde que el avión levantó su nariz empezaron los paseos de las pasajeras a los lavabos, baños, inodoros o servicios, según fuera el origen de las mismas. Y también empezó la transformación. Las damas, salían de los excusados con tubis, anchoas, gorritos de malla y hasta rolos, pero con el mismo swing que llevaban a la ida y que acabó con cualquier cosa o miembro que sobresaliera del asiento del avión.

A la hora de cenar se criticó mucho la comida, con razón. Aunque el otro compañero de asiento de Matilde fue directo al grano al preguntar–doña, ¿usted no se va a comer el dulcito?

Hay que señalar que las ventas de cabina de la compañía aérea sobreviven gracias a este target que tiene dinero para comprar caprichos que dicen ser libres de impuestos, pero que son carísimos. Doña Matilde no compró nada; ni los audífonos que ofrece la tripulación porque las películas que daban esa noche ya las había visto. ¡Craso error! Debió haber comprado audífonos y mascarilla por aquello de que oídos que no oyen y nariz que no huele, corazón que no siente. Estaban los gritos de los niños, los ronquidos, las flatulencias y las toses a dos por chele. Tampoco pudo dar el paseíto recomendado por los doctores en los viajes intercontinentales, porque extremidades de todos los largos y gruesos se atravesaban en el pasillo formando una barrera que solo podría ser atravesada al estilo Misión Imposible.

El tiempo quedó congelado en el espacio y el viaje no acababa nunca. Pero, como todo túnel tiene luz al final, sirvieron el desayuno, – señal inequívoca de que solamente faltaba una hora y media para llegar al destino. Tan pronto el croissant duro, frio y latigoso fue ingerido por los clientes, las damas empezaron el camino de vuelta al baño, lavabo, servicio o inodoro. Como tocadas por varita mágica, salían transformadas. Princesas de melenas largas y lacias o rizadas, coloridos pantalones apretados como si fueran una segunda piel, adornos variados y perfume recién comprado en la Zona Franca.

Se escuchó la orden de apagar aparatos, enderezar los asientos –por fin pudo respirar doña Matilde– y cerrar las mesitas. Al cabo de media hora, al mismo tiempo que la aeronave tocaba el suelo, sonaron los tradicionales aplausos fervorosos que parecen decir: gracias Dios, gracias capitán, gracias avión.

A partir de ese momento comenzaron a volar por el aire y zetas y eses salidas de todos los asientos y doña Matilde supo que había llegado al destino.