Fuenteovejuna, señor

ESCENA 1

El lunes, cuatro denuncias de la desaparición de Hernán llegaron a la policía, en diferentes destacamentos. Una de su mujer, otra de su socio, otra de su amante y otra de los hijos de su anterior matrimonio. Obviamente, no había buena relación o, no había ninguna , entre ellos.

Todos coincidían en que hacía tres días que no sabían de Hernán. Tardaron en presentar la denuncia porque había «ciertas» situaciones entre ellos y el desaparecido que podrían ser las causas de su alejamiento silencioso.

Carla, su mujer, pensaba que podía estar en un retiro con su gurú; otras veces lo había hecho cuando pasaba por situaciones estresantes relacionadas con su salud y su espiritualismo. Lo raro era que no le hubiera avisado, pero, el día antes de desaparecer habían tenido una fuerte discusión relacionada con la idea de que la hija de ambos fuera a estudiar a otro país y el gran desembolso en dólares que suponía esto . Pensó que podía ser el motivo para no haberle dicho nada de su salida.

Domingo, su socio, no había recibido respuesta a sus mensajes de texto y se había cansado de llamarlo a su teléfono móvil que parecía apagado. Tenían entre manos un negocio importante para la compañía, para el que era imprescindible que Hernán llevara a cabo ciertos contactos en el fin de semana, los cuales no había hecho, según le habían expresado las personas que iban a ser visitadas. Su mujer y sus hijos tampoco sabían nada de él.

Paulina, su amante, lo esperaba con ansiedad el día de su cumpleaños, porque él le había prometido regalarle un pequeño coche utilitario que estrenarían yendo a un buen hotel de playa durante todo el fin de semana. El miércoles anterior, Hernán le había dicho que el importador no tenía el color del vehículo que ella quería, lo que la había molestado y hecho responderle de forma muy desagradable. Sin embargo, habían quedado en verse el viernes por la noche.

César, Luisita y Papito, los hijos de su anterior matrimonio, le habían estado llamando cada uno por separado porque era fin de mes y no habían recibido la transferencia que usualmente recibían cada quincena, pero les salía la voz del contestador diciendo que el teléfono estaba apagado. Se llevaban muy bien con su padre porque siempre resolvía sus problemas, del tipo que fueran. Nunca antes les había fallado el suministro de dinero.

ESCENA 2

Después de una semana de las denuncias y ante una búsqueda improductiva, la policía citó a los denunciantes para hacerles, a cada uno de ellos, diversas preguntas que ayudarían a investigar, con mejores resultados, el caso de Hernán.

–¿Qué quién puede tener algo que ver en la desaparición de Hernán? –preguntó Carla– No lo puedo asegurar, pero, sería bueno que ustedes investigaran a Domingo, su socio. El último año no ha hecho sino proponerle a Hernán proyectos que, si uno los analiza bien, o son imposibles de llevar a cabo, o están dirigidos a su propio beneficio y no de la compañía. Por su culpa, tenemos que responder a requerimientos bancarios relacionados con préstamos que, por el momento, no podemos cumplir. Hernán le habló muy fuerte y le exigió su contribución personal, ya que él era el padre del disparate financiero y el principal beneficiario de la mayoría de los proyectos. Domingo es un truhan.

–Agente, no se puede acusar a nadie sin estar seguro –comenzó diciendo Domingo–, pero si yo tuviera que señalar a alguien, sería a Paulina, su amante. Desde hace dos años lo tiene cogido por las pelotas. Todo son peticiones y caprichos caros. Al principio todo iba muy bien entre ellos porque Hernán necesitaba que una muchachita veinticinco años menor que le subiera la autoestima.  Le aseguraba que estaba enamorada de él, al tiempo que le pedía dinero para poner al hijo de ella en un colegio caro, para arreglar su casita, o para pagarse la universidad. El último revolcón le costó un coche a Hernán. El pobre, siempre había creído que el amor era gratis hasta que cayó en la cuenta. Él me había dicho que quería dejarla. Además, tenía miedo de que Carla se enterara de su infidelidad y lo dejara partido en un cincuenta por ciento.

–Mira, mi amor –dijo Paulina contestando a la pregunta del agente–, averigua qué hizo el fleje de su mujer el día que Buquito desapareció.

–¿Buquito? Señorita, estamos hablando de Hernán Martínez –interrumpió el interrogador.

–Ese mismo, mi amor. Buquito es un apodo de cariño. Te decía que investigues a su mujer que es una bruja. Gasta como si él fuera millonario. Cada mes se compra una joya diferente y le exige viajes y vacaciones en el extranjero, mientras que a mí él me mata con un fin de semana en la playa en un todo incluido. La excusa de él es que no me lleva a Nueva York porque no tengo visa; pero tampoco me ayuda a sacarla.

Iba a conseguirme un carrito y quiso echar pa tras con la excusa de que no había el color mamey que yo quería. A lo mejor ella se enteró y le dio un mal golpe, porque es reseca, pero rabiosa.

–Puede que Carla –contestó César Gómez– Esa mujer nada más vive para comprar cosas con la tarjeta de la compañía. Mi padre le había cancelado la tarjeta y a la nueva le había puesto un límite bajo. El verano pasado alquiló un apartamento de lujo en la playa para pasar las vacaciones y este año no se le dio. Todo lo quiere para ella y no colabora con nada. A mí nunca me ha caído bien.

–Pues yo desconfío totalmente de Domingo –explicó Luisita Gómez–. Hombre más lioso, mentiroso y embaucador no hay. Ha metido a mi papá en negocios “capaperros” que le han costado la salud. Parece que mi papá sabía algo sobre Domingo que había amenazado con hacerlo público si no resolvía un problema de fondos en el que se había metido, a nombre de la compañía.

–Papá me había contado un secreto que ya puedo decir porque vi a la furcia en la oficina de al lado –intervino Papito Gómez, el mayor de los hijos de Hernán–. Esa mujer, la tal Paulina, además de pegarle los cuernos con un carajo de su barrio, no hacía más que exigirle dinero. Le amenazaba con decírselo a Carla si no cumplía con sus caprichos. Se le iba a acabar el chollo. Papá la iba a dejar y ella lo intuía.

TRAS BAMBALINAS

No veo la forma de salir de la espiral de angustia en la que me he metido y que no me deja razonar –pensaba Hernán tendido en su cama, en una. interminable duermevela.

El doctor Vargas me ha recomendado bajar la ansiedad que está acabando con lo poco que queda de mi corazón; la diabetes hará el resto. Los tratamientos que me permitían tener cierta calidad de vida, cada vez son menos eficaces. Los cambios de medicamentos no producen los resultados deseados. Hace tiempo que me aconseja retirarme de los negocios y vivir con los recursos obtenidos después de tantos años de trabajo. Lo que no sabe el doctor es que solo tengo deudas y en este momento, ni siquiera visualizo de qué forma pagarlas.

Augusto, quien durante cinco años había sido mi soporte y consejero emocional, no logra motivarme a seguir adelante. Ya no tiene el toque, como solía tener, para hacerme reaccionar ante los tropezones de la vida. Todo lo resuelve poniéndome a meditar, pero no me sirve, porque las meditaciones siempre son invadidas por todos mis problemas y sus ejecutores.

No soy capaz de cuidarme a mí mismo. Menos puedo ser el soporte y cuidador de todos los que conforman mi vida.

Carla, no es capaz de darse cuenta que en lugar de ser parte de la solución, es parte del problema.

Domingo, no conoce otra forma de hacer crecer el negocio si no es enredando, presionando y cogiendo préstamos. Y lo peor es que yo lo he sabido siempre y lo he permitido.

Paulina, encontró la gallina de los huevos de oro, cuando yo creía que lo que buscaba era un gallo.

César, Luisita y Papito, son un barril sin fondo. Yo soy el responsable, porque, en su vida, lo único que hice fue proveer. Así los acostumbré.

Faltaba un rato para el amanecer, pero ya no resistía el maltrato de su consciente. Hernán se levantó, se bañó y se puso su mejor camisa. Se afeitó concienzudamente y se puso la colonia que tanto les gustaba a Carla y a Paulina. Bajó a la cocina y preparó un jugo de vegetales, tomó un par de sorbos y lavó el vaso en el fregadero.

Cogió las llaves de su coche. Tenía que darse prisa si quería ver salir el sol cerca del mar.

No tardó en llegar a su lugar favorito. Aparcó el coche y caminó unos minutos por la acera que bordea del acantilado, hasta que llegó al banco donde tantas veces se había sentado a descansar, después de una carrera de cuatro kilómetros. Eran otros tiempos, pensó con añoranza.

La claridad empezaba a percibirse en el horizonte. El mar llegaba hasta su olfato mezclado con la brisa, como el mejor de los perfumes. Solo tenía que cerrar los ojos para trasladarse a un lugar donde vivir era algo natural, sin dolor, sin presiones. Podría fluir.

Apagó su teléfono móvil. Abrió los ojos para grabar en su retina del maravilloso azul y verde de la naturaleza, respiró profundamente, se levanto, caminó con tranquilidad veinte pasos hasta el borde y se dejó caer.

(Mutis y sale por el foro).

El farolillo rojo

En el cielo, todos los años, hay un concurso de productividad y eficiencia, en el que participan los ángeles responsables de todas las funciones que se llevan a cabo, para que ese conglomerado llamado Creación funcione adecuadamente.  

En diciembre, hay una premiación extraordinaria en la que se dan trofeos a las tres primeras categorías y medallas a las siete siguientes.

El departamento de Contabilidad y Auditoría se pasa todo el año recibiendo los reportes de resultados.

La efectividad se mide con mucha precisión: tantas intervenciones, tantos éxitos o tantos fracasos en las mismas. No hay posibilidad de fraude, ni los ángeles lo intentarían.

Dios, no participa en la selección de los ganadores, solamente hace la entrega de premios en la ceremonia más esperada por todos los habitantes del cielo.

En el escenario, siempre está la mesa de Dios, su hijo y los santos que le acompañaron en su vida terrenal.

Al frente y formando un semicírculo, en primera fila, las santas y santos. Su crecimiento es lento, porque últimamente no están llegando al cielo en grandes cantidades.

Después, de adelante hacia atrás, se sientan los que en vida amaron mucho, los que fueron humildes aún poseyendo bienes, los que obraron con generosidad, los que practicaron la caridad, los que lucharon contra la homofobia y la xenofobia, los que protegieron el medio ambiente, los que fueron pacientes ante tanta locura y, en la última fila, tres sillas ocupadas con políticos que habían trabajado para servir a su país y no se habían enriquecido en sus cargos.

Alrededor, estaban los ángeles excitados y parlanchines, especulando sobre quiénes estarían recibiendo reconocimientos.

San Juan agitó una campanita de cristal para solicitar el silencio de los asistentes. Inmediatamente comenzó a leer la lista de premiación entregada por los auditores.

Primer lugar: Ángeles de la Guarda Nocturnos, veintiséis millones de niños protegidos, efectividad de un 100%.  –La concurrencia se volvía loca aplaudiendo y pateando las nubes.

Segundo lugar: Ángeles de la Vida, con cincuenta y tres millones de nacimientos y tasa de efectividad de un 90% –Los asistentes aplaudían frenéticamente.

Tercer lugar: Ángeles de la Muerte, con veinte millones de fallecimientos y tasa de efectividad de 75% –se oyeron murmullos.

Después, San Juan nombró las siete categorías siguientes, las cuales recibieron aplausos tibios y, en el caso de los Ángeles del Transito, pitos y broncas.

Subieron al escenario a recibir su trofeo y tomarse la foto, Ariel, Uriel y Azrael, los ángeles responsables de las tres categorías ganadoras.

Dios hizo un aparte con el Ángel de la Muerte.

–Azrael, hijo, ¿qué está pasando con tu “average”? Cada año veo que tus cifras van descendiendo.

–Padre, los Protectores del Tránsito tienen menos efectividad que nosotros.

–No te estoy hablando de ellos –contestó Dios molesto–. Estoy diciéndote que ninguno de tus colegas tiene un trabajo más fácil que el tuyo. Sus tareas se pueden ver afectadas por el libre albedrío que les he dado a los humanos, quienes pueden decidir aceptar o no su ayuda, pero tú, solo tienes que buscar a los individuos del listado que te entrega el departamento de Mejor Vida y traerlos.

–Perdón, padre, mañana reuniré a mi equipo para que analicemos las causas de nuestros decepcionantes resultados y te presentaré el informe.

Azrael reunió a su equipo de Parcas y Calacas para analizar las razones de su descenso en la efectividad de su trabajo. Les solicitó que le presentaran las cifras por regiones mundiales y por países, para ver en cuáles se estaban produciendo los fallos y las razones de los mismos.

Al cabo de una semana, los directores de cada zona llevaron los números.

En la mayoría de los países europeos, excepto en España e Italia, la efectividad era superior al 98%. Igual pasaba en el resto del mundo excepto en los Estados Unidos y en República Dominicana.

La Calaca A-2020, responsable del servicio en el Caribe, se sintió avergonzada al ver que su equipo había sido el menos eficiente, incluso por debajo del de Tránsito, pasando a ser el farolillo rojo del cielo.

–Debemos formular hipótesis –dijo Azrael– y luego ir al campo a confirmarlas o desecharlas. Hagamos una tormenta de ideas.

–Una hipótesis podría ser que Lucifer los auxilia.

–No, Lucifer se nutre en un altísimo porcentaje de nuestros clientes.

–O, puede que tenga relación con el idioma que hablan.

–¿Acaso no son todas ustedes multilingües?

–O, que la comida que ingieren los hace invisibles.

–Tu lees muchas novelas de ciencia ficción –le contestó Azrael molesto.

–Otra podría ser que tenemos una filtración de las listas que previene a los prospectos –todos se miraron alarmados.

–Yo confío en ustedes. –añadió Azrael –Sigamos pensando. A partir de mañana, anotaremos los inconvenientes que tenemos con los mortales que se resisten a descansar en paz.

–Sugiero que hagamos un censo de nuestros territorios, anotando nombres y ubicaciones de los mortales –agregó la Parca N-1 que estaba en el oficio desde la muerte de Abel y tenía su área muy bien organizada.

–¡Excelente idea!

Pasaron varias semanas durante las cuales Calacas y Parcas fueron extremadamente cuidadosas tomando nota de todo lo ocurrido en su tarea de cambiar el estatus de los humanos.

No hubo nada irregular o fuera del procedimiento en las regiones y ciudades del mundo donde ya se había comprobado anteriormente que todo funcionaba bien.

La primera que dio la voz de alarma fue Calaca A-2020.

–Azrael, creo tener un error en las listas de República Dominicana que me suministra el departamento de Mejor Vida. En todo este tiempo de estrecha supervisión, he visto que un cincuenta por ciento de las personas listadas, no aparecen, no existen.

–No puede ser –contestó Azrael–. Los escogidos se extraen de los listados del departamento de Nacimientos y se cotejan con Bautismo y Matrimonio. ¿No será que no están buscando bien?

–¡Noooo! Vamos al domicilio del prospecto, o lo buscamos en el lugar alternativo que indica el listado y si no lo encontramos, preguntamos a vecinos y conocidos. Agotamos todos los recursos y nada.

Parca Ñ-98, supervisora de España, Parca I-419, supervisora de Italia y Calaca USA–33, supervisora de los Estados Unidos, también protestaron por la insinuación de Azrael y confirmaron que, en un área de sus territorios donde había una gran proporción de inmigrantes dominicanos, estaba pasando lo mismo.

Azrael quería resolver el problema como le había prometido a su padre. Decidió acompañar a Calaca A-2020 en uno de sus viajes a Santo Domingo. Llevaban una lista pequeña, para poder dedicar más tiempo a la búsqueda.

De las diez personas que deberían acompañarlos en su retorno, solo encontraron a cinco y las otras cinco no pudieron ser localizadas ni en sus casas, ni en los hospitales, ni en la calle.

Muertos de calor y de cansancio regresaron a la pensión donde se hospedaban.

–Doña Crusa, por favor, prepárenos la cuenta que salimos mañana temprano –le dijeron a la dueña de la pensión–. Y si es tan amable, déjenos sus datos para hacer una transferencia.

–Ay si. El depósito debe ser realizado en mi cuenta. Muchas gracias –respondió Crusa.

Mientras se duchaban, alguien pasó un papelito con los datos bancarios de la dueña de la pensión: Dolores Fernández, Banco Nacional, cuenta número 18490.

–Calaquita, haz la transferencia –ordenó Azrael.

Salieron a la calle y se sentaron en una terraza a tomar un refrigerio.

–Buenas tardes. Soy Josecito y hoy seré su camarero –les dijo un sonriente joven–. ¿Qué desean ordenar?

Azrael que era muy observador, se dio cuenta de que en el gafete de identificación el nombre que ponía era Salvador Gómez. No dijo nada, pero guardó la pesquisa. Acabaron su comida y decidieron pasar por una tienda de suvenires.

Les atendió una joven dependienta que se llamaba Paulina Vinicio, según decía su broche, y que no dejaba de mirar con una sonrisa cautivadora a Azrael.

–Buenas tardes, mis amores, ¿en qué puedo servirles?

–Queremos comprar varios llaveros de tamboras, güiras y cervezas Presidente que son muy apreciados por sus conciudadanos que están con nosotros.

Mientras Paulina buscaba lo solicitado, un compañero salió de la trastienda y la llamó.

–!Élsida! tienes llamada allá adentro. Corre, huye, que parece urgente. No te apures que yo atiendo a los señores.

–Oiga joven, nos ha llamado mucho la atención que usted ha llamado Élsida a la chica que nos atendía, mientras que su broche dice que se llama Paulina –comentó Azrael.

–Ah, si. Muchas veces nuestros padres nos bautizan con un nombre y apellido y luego nos llaman de otra forma. Yo, por ejemplo, me llamo Ramón y la gente me dice Cleto.

–¿Y por qué lo hacen?

–Antes, en los pueblos lo hacían para que cuando la muerte viniera buscándolos por su nombre, nadie supiera de ellos y no los encontrara. Y así hemos seguido y nos ha ido muy bien. Si se fijan, el número de defunciones es pequeño comparado con el de otros países.

–¡Aaah, caramba! –Exclamaron los dos ángeles a un tiempo–. ¡Gracias Cleto!

Se miraron con complicidad, pagaron los suvenires y salieron.

Azrael pensó: mi padre puso de más en el cerebro de estos isleños.

Ahora, más tarea para los Ángeles de la Guarda que serán los responsables de contrastar nombres contra apodos.

Las caras de la moneda

Algunos vivos reciben el día con alegría, otros con desidia, otros con motivación, otros con rabia y, los más, con miedo. Cada quien lo abraza de forma diferente y a partir de ahí, se hace. Hay empeño en vivir.

Cara

Esther apagó la alarma del reloj. Se levantó y fue a la ducha. Desde el incidente, había desarrollado una necesidad de enjabonarse hasta cinco veces y aún así no se sentía limpia. Era allí donde dejaba que sus lágrimas se disolvieran entre el agua y jabón. El resto del día, las aguantaba.

No desayunaría en casa, no podía perder tiempo. Tenía que salir bien temprano, a una hora en la que la maldad pudiese estar descansando. En sus quince minutos de pausa del trabajo, engulliría un croissant con chocolate o lo que apareciera, lo importante era seguir adelante y empujar el día.

Antes de abrir la puerta de su apartamento, sacó de su bolso las llaves del garaje y del coche y las mantuvo en la mano para no perder tiempo al llegar al sitio. Se aseguró de llevar el espray de pimienta y repasó mentalmente su forma de uso.

Quizás debería ir pensando en mudarse a otro apartamento en un barrio más seguro, o a otra ciudad.  Pero sabía que no eran el barrio ni la ciudad los responsables de todas las violaciones y asesinatos a mujeres que salían diariamente en los periódicos y noticieros de televisión.

En el portal del condominio miró hacia todos los lados para asegurarse que ningún depredador estuviera cerca. Salió y comenzó a caminar con rapidez, eran cuatro calles que tenía que recorrer para llegar al garaje.

Cuando había superado a primera calle, notó que del portal de un edificio del otro lado de la calle salieron dos hombres. Su corazón se aceleró. Se irguió, no daría a entender que les tenía miedo. Metió la mano en el bolso y asió con fuerza el espray.

Los hombres atravesaron la calle con prisa para tomar la misma acera por la que ella estaba pasando.

Esther sintió que comenzaba a faltarle el aire. Aceleró el paso al tiempo que giraba su cabeza para ver qué tan cerca estaban de ella. No, no podía volver a pasar.

El recuerdo de los otros dos hombres que aquella nefasta mañana salieron de un portal y acercándose a ella, uno por cada lado, la cogieron del brazo y la obligaron a entrar en un edificio en construcción, la trastornaba. No podía pensar en otra cosa, ni siquiera podía gritar.

–¿Qué pasa princesa? ¿Nos tienes miedo?

–Ven, prenda preciosa, danos un besito.

–Por favor, dejadme en paz, por favor, por favor.

No sirvió de nada golpearlos, ni gritar, ni arañar.

Nadie apareció para ayudarla. Nadie evitó que la violaran.

Y ahora podía volver a pasar. Correría, correría para dejar a estos dos atrás y refugiarse en su coche y, si hacía falta, les echaría el vehículo encima.

Con las piernas temblorosas y casi sin aliento, Esther siguió corriendo y mirando hacia atrás. Notó que los dos hombres estaban disminuyendo el paso e iban quedando a mayor distancia.

Quizás no tenían malas intenciones. Quizás debería empezar a tratar su paranoia. Quizás, con el tiempo, podría recuperar su confianza en los hombres.

Cruz

–¿Cómo te sientes, cariño?

–Estoy bien.

–Llevas un buen rato dando vueltas en la cama.

–Tengo miedo de tener otra vez la pesadilla.

–Tienes que pasar página. No podemos vivir toda la vida pensando en lo que nos pasó.

–Deberíamos irnos a vivir en otra ciudad.

–En todas pasa lo mismo.

–Vámonos a otro país.

–Todos son lo mismo.

Antonio dio media vuelta para ocultar sus lágrimas. El recuerdo volvió, todo era muy reciente. De nuevo fue como si lo estuviera viviendo.

Aquel día, se habían levantado de buen humor y después de desayunar se dirigieron al garaje donde tenían alquilado un espacio para guardar el coche. Era un sitio muy conveniente porque quedaba a tres calles de su apartamento.

Solían ir muy temprano porque su lugar de trabajo estaba fuera de la ciudad y les tomaba un buen rato llegar a la empresa. Ese día estaba nublado y oscuro.

Tomados de la mano llegaron ante la puerta del garaje y Antonio apretó el botón del control automático para abrir la puerta.

Tenían que coger el ascensor para descender tres niveles y encontrar su coche. El garaje estaba en un edificio antiguo y la distribución de los parqueos no era regular. Debían caminar unos cincuenta pasos hasta llegar al vehículo.

Antonio miró hacia todos los lados y vio salir detrás de una columna a dos hombres que se dirigían hacia donde ellos estaban. De pronto, comenzó a sentir ansiedad y miedo.

Tenían pinta de maleantes. Rapados, vestidos con ropas oscuras y tatuajes de esvásticas en los brazos. Uno de ellos llevaba una porra en la mano.

Antonio entró en el coche rápidamente, hoy le tocaba conducir. Luís se había retrasado sujetándose los zapatos.

Uno de los individuos le cerró la puerta del coche y la sujetó con fuerza, mientras el otro se dirigió a Luís y comenzó a golpearlo con saña. Él se arrastraba tratando de proteger su cabeza.

–¡Muérete, maricón de mierda! ¡Basura, asquerosa! –gritaba el hombre que empuñaba la porra mientras golpeaba la cara y el estómago de Luís.

–¡Por Dios! –Gritaba Antonio forcejeando con la puerta, sin poder hacer nada, viendo a Luís inmóvil tendido boca abajo.

–¡Hijos de mala madre! ¡No merecen infectar nuestro aire! –gritaba el otro atacante mirando fijamente a Antonio.

Antonio accionó la alarma del coche y el ruido hizo reaccionar a la pareja de agresivos. Se miraron y el que sujetaba la puerta del coche le hizo una seña al otro. Salieron corriendo mientras gritaban.

–¡Maricones, esto no se queda así!

–Otro día terminaremos el trabajo!

Antonio salió sin aliento a auxiliar a Luís. Tenía la cara destrozada y llena de sangre, pero respiraba. Lo arrastró hasta el vehículo y lo subió como pudo para llevarlo al hospital más cercano.

Tres meses pasaron desde el incidente y ninguno de los dos lo había digerido. No había calma en sus días. Antonio seguía sintiéndose culpable como el primer día por no haber podido defender a Luís. Aunque los dos agresores fueron apresados, ellos sabían que había muchos más buscando una oportunidad de descargar su rabia, frustración e intolerancia, en personas como ellos.

Una vez más, hicieron el recorrido hasta el garaje. Atravesaron la calle para caminar por la acera que los llevaría directamente a su objetivo.

Por la acera a la que se dirigían, vieron a una mujer joven que otras veces habían visto pasar. Podría ser una vecina. Parecía muy nerviosa. Caminaba deprisa y a cada momento giraba la cabeza para mirarlos. De pronto, ella empezó a correr alterada, asustada.

–Caminemos más despacio. –Dijo Luís recordando una vez más el miedo y el dolor que ellos mismos habían pasado no hacía tanto– Vamos a dejar que entre tranquila. También las mujeres son una especie amenazada.

–¿En qué se está convirtiendo el mundo? –dijo Antonio.

–Y lo peor es que no hay refugio donde pasar la tormenta –añadió Luis.