Fuenteovejuna, señor

ESCENA 1

El lunes, cuatro denuncias de la desaparición de Hernán llegaron a la policía, en diferentes destacamentos. Una de su mujer, otra de su socio, otra de su amante y otra de los hijos de su anterior matrimonio. Obviamente, no había buena relación o, no había ninguna , entre ellos.

Todos coincidían en que hacía tres días que no sabían de Hernán. Tardaron en presentar la denuncia porque había «ciertas» situaciones entre ellos y el desaparecido que podrían ser las causas de su alejamiento silencioso.

Carla, su mujer, pensaba que podía estar en un retiro con su gurú; otras veces lo había hecho cuando pasaba por situaciones estresantes relacionadas con su salud y su espiritualismo. Lo raro era que no le hubiera avisado, pero, el día antes de desaparecer habían tenido una fuerte discusión relacionada con la idea de que la hija de ambos fuera a estudiar a otro país y el gran desembolso en dólares que suponía esto . Pensó que podía ser el motivo para no haberle dicho nada de su salida.

Domingo, su socio, no había recibido respuesta a sus mensajes de texto y se había cansado de llamarlo a su teléfono móvil que parecía apagado. Tenían entre manos un negocio importante para la compañía, para el que era imprescindible que Hernán llevara a cabo ciertos contactos en el fin de semana, los cuales no había hecho, según le habían expresado las personas que iban a ser visitadas. Su mujer y sus hijos tampoco sabían nada de él.

Paulina, su amante, lo esperaba con ansiedad el día de su cumpleaños, porque él le había prometido regalarle un pequeño coche utilitario que estrenarían yendo a un buen hotel de playa durante todo el fin de semana. El miércoles anterior, Hernán le había dicho que el importador no tenía el color del vehículo que ella quería, lo que la había molestado y hecho responderle de forma muy desagradable. Sin embargo, habían quedado en verse el viernes por la noche.

César, Luisita y Papito, los hijos de su anterior matrimonio, le habían estado llamando cada uno por separado porque era fin de mes y no habían recibido la transferencia que usualmente recibían cada quincena, pero les salía la voz del contestador diciendo que el teléfono estaba apagado. Se llevaban muy bien con su padre porque siempre resolvía sus problemas, del tipo que fueran. Nunca antes les había fallado el suministro de dinero.

ESCENA 2

Después de una semana de las denuncias y ante una búsqueda improductiva, la policía citó a los denunciantes para hacerles, a cada uno de ellos, diversas preguntas que ayudarían a investigar, con mejores resultados, el caso de Hernán.

–¿Qué quién puede tener algo que ver en la desaparición de Hernán? –preguntó Carla– No lo puedo asegurar, pero, sería bueno que ustedes investigaran a Domingo, su socio. El último año no ha hecho sino proponerle a Hernán proyectos que, si uno los analiza bien, o son imposibles de llevar a cabo, o están dirigidos a su propio beneficio y no de la compañía. Por su culpa, tenemos que responder a requerimientos bancarios relacionados con préstamos que, por el momento, no podemos cumplir. Hernán le habló muy fuerte y le exigió su contribución personal, ya que él era el padre del disparate financiero y el principal beneficiario de la mayoría de los proyectos. Domingo es un truhan.

–Agente, no se puede acusar a nadie sin estar seguro –comenzó diciendo Domingo–, pero si yo tuviera que señalar a alguien, sería a Paulina, su amante. Desde hace dos años lo tiene cogido por las pelotas. Todo son peticiones y caprichos caros. Al principio todo iba muy bien entre ellos porque Hernán necesitaba que una muchachita veinticinco años menor que le subiera la autoestima.  Le aseguraba que estaba enamorada de él, al tiempo que le pedía dinero para poner al hijo de ella en un colegio caro, para arreglar su casita, o para pagarse la universidad. El último revolcón le costó un coche a Hernán. El pobre, siempre había creído que el amor era gratis hasta que cayó en la cuenta. Él me había dicho que quería dejarla. Además, tenía miedo de que Carla se enterara de su infidelidad y lo dejara partido en un cincuenta por ciento.

–Mira, mi amor –dijo Paulina contestando a la pregunta del agente–, averigua qué hizo el fleje de su mujer el día que Buquito desapareció.

–¿Buquito? Señorita, estamos hablando de Hernán Martínez –interrumpió el interrogador.

–Ese mismo, mi amor. Buquito es un apodo de cariño. Te decía que investigues a su mujer que es una bruja. Gasta como si él fuera millonario. Cada mes se compra una joya diferente y le exige viajes y vacaciones en el extranjero, mientras que a mí él me mata con un fin de semana en la playa en un todo incluido. La excusa de él es que no me lleva a Nueva York porque no tengo visa; pero tampoco me ayuda a sacarla.

Iba a conseguirme un carrito y quiso echar pa tras con la excusa de que no había el color mamey que yo quería. A lo mejor ella se enteró y le dio un mal golpe, porque es reseca, pero rabiosa.

–Puede que Carla –contestó César Gómez– Esa mujer nada más vive para comprar cosas con la tarjeta de la compañía. Mi padre le había cancelado la tarjeta y a la nueva le había puesto un límite bajo. El verano pasado alquiló un apartamento de lujo en la playa para pasar las vacaciones y este año no se le dio. Todo lo quiere para ella y no colabora con nada. A mí nunca me ha caído bien.

–Pues yo desconfío totalmente de Domingo –explicó Luisita Gómez–. Hombre más lioso, mentiroso y embaucador no hay. Ha metido a mi papá en negocios “capaperros” que le han costado la salud. Parece que mi papá sabía algo sobre Domingo que había amenazado con hacerlo público si no resolvía un problema de fondos en el que se había metido, a nombre de la compañía.

–Papá me había contado un secreto que ya puedo decir porque vi a la furcia en la oficina de al lado –intervino Papito Gómez, el mayor de los hijos de Hernán–. Esa mujer, la tal Paulina, además de pegarle los cuernos con un carajo de su barrio, no hacía más que exigirle dinero. Le amenazaba con decírselo a Carla si no cumplía con sus caprichos. Se le iba a acabar el chollo. Papá la iba a dejar y ella lo intuía.

TRAS BAMBALINAS

No veo la forma de salir de la espiral de angustia en la que me he metido y que no me deja razonar –pensaba Hernán tendido en su cama, en una. interminable duermevela.

El doctor Vargas me ha recomendado bajar la ansiedad que está acabando con lo poco que queda de mi corazón; la diabetes hará el resto. Los tratamientos que me permitían tener cierta calidad de vida, cada vez son menos eficaces. Los cambios de medicamentos no producen los resultados deseados. Hace tiempo que me aconseja retirarme de los negocios y vivir con los recursos obtenidos después de tantos años de trabajo. Lo que no sabe el doctor es que solo tengo deudas y en este momento, ni siquiera visualizo de qué forma pagarlas.

Augusto, quien durante cinco años había sido mi soporte y consejero emocional, no logra motivarme a seguir adelante. Ya no tiene el toque, como solía tener, para hacerme reaccionar ante los tropezones de la vida. Todo lo resuelve poniéndome a meditar, pero no me sirve, porque las meditaciones siempre son invadidas por todos mis problemas y sus ejecutores.

No soy capaz de cuidarme a mí mismo. Menos puedo ser el soporte y cuidador de todos los que conforman mi vida.

Carla, no es capaz de darse cuenta que en lugar de ser parte de la solución, es parte del problema.

Domingo, no conoce otra forma de hacer crecer el negocio si no es enredando, presionando y cogiendo préstamos. Y lo peor es que yo lo he sabido siempre y lo he permitido.

Paulina, encontró la gallina de los huevos de oro, cuando yo creía que lo que buscaba era un gallo.

César, Luisita y Papito, son un barril sin fondo. Yo soy el responsable, porque, en su vida, lo único que hice fue proveer. Así los acostumbré.

Faltaba un rato para el amanecer, pero ya no resistía el maltrato de su consciente. Hernán se levantó, se bañó y se puso su mejor camisa. Se afeitó concienzudamente y se puso la colonia que tanto les gustaba a Carla y a Paulina. Bajó a la cocina y preparó un jugo de vegetales, tomó un par de sorbos y lavó el vaso en el fregadero.

Cogió las llaves de su coche. Tenía que darse prisa si quería ver salir el sol cerca del mar.

No tardó en llegar a su lugar favorito. Aparcó el coche y caminó unos minutos por la acera que bordea del acantilado, hasta que llegó al banco donde tantas veces se había sentado a descansar, después de una carrera de cuatro kilómetros. Eran otros tiempos, pensó con añoranza.

La claridad empezaba a percibirse en el horizonte. El mar llegaba hasta su olfato mezclado con la brisa, como el mejor de los perfumes. Solo tenía que cerrar los ojos para trasladarse a un lugar donde vivir era algo natural, sin dolor, sin presiones. Podría fluir.

Apagó su teléfono móvil. Abrió los ojos para grabar en su retina del maravilloso azul y verde de la naturaleza, respiró profundamente, se levanto, caminó con tranquilidad veinte pasos hasta el borde y se dejó caer.

(Mutis y sale por el foro).

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