7 historias de amor. Sábado: amor seco

Debiste haberme dicho que me amabas.

Ya no.

Ya los árboles no crecen en mi orilla.

Ya no brinco las piedras.

Ya no lleno el aire de alegría con mis notas.

Ya no sacio la sed del viandante.

Ya no doy frescura mágica a los niños.

Ya se secó mi cauce.

Ya se gastó en lágrimas.

Debiste haberme dicho que me amabas.

Ya no.

El acoso escolar

Oh sí, me acuerdo, ¿cómo iba a olvidar?

Me acuerdo de cómo temblaba

cuando le empujábamos contra los muros cubiertos de guijarros.

“Es por tu bien” le decíamos; ya sabes, “la supervivencia del más fuerte”

El sentimiento de poder en mi interior se extendía como un cáncer.

Podrías decir que Yo, Jones y y Bruce éramos brutales, a nuestro modo.

Nadie nos controlaba, nosotros les controlábamos a ellos.

Y ¡Dios!, cómo controlábamos al pequeño Sam Thompson.

Pero no importa, Nosotros éramos hombres…..}

Nunca pensábamos que llegaríamos tan lejos; le estábamos haciendo un favor.

De todos modos, no llegaría a ningún sitio en la vida.

Cada puñetazo era una lección, cuando se agachaba e intentaba protegerse de nosotros,

le insultábamos y nos burlábamos de sus fracasos.

Y sí, en aquel último día, mientras corría y se caía, le aporreábamos como si fuera de arcilla.

Cada puñetazo, cada insulto, cada empellón, cada caída  nos hacía un poco más mayores y más fuertes. Honorables.

Y sí, éramos grandes, poderosos, éramos los campeones del mundo. Nosotros éramos hombres.

Eso fue hasta el día siguiente, cuando sacaron su pequeño cuerpo frío y azul del canal.

Éramos hombres (Jack Fox)

 El acoso escolar es una forma de violencia hacia y por niños y niñas. Tiene que ver con situaciones en las que uno o varios compañeros de colegio persiguen, intimidan, dejan fuera del grupo, insultan, agreden físicamente, ponen motes desagradables y otras acciones para hacer daño a un compañero o compañera. Para que pueda considerarse acoso, estas acciones deben durar meses o años.

Para referirse a estas situaciones de acoso, en la literatura especializada se utiliza el término inglés “bullying”.

Las consecuencias del acoso escolar varían dependiendo de la resiliencia del niño, sin embargo, la mayoría de las veces hacen un daño destructivo a la víctima y también a los victimarios y espectadores.

Muchos de nosotros seguro recordaremos alguna vez que nuestros compañeros nos excluyeron de sus grupos o actividades; o nos llamaban de una manera que nos ridiculizaba; o se reían a nuestras espaldas, con toda la intención de que nos diéramos cuenta. En ese momento nos sentíamos solos, desamparados, malqueridos. Cuánto dolor en nuestros pequeños corazones. Si tenemos la suerte de que esas situaciones fueran pocas y en general nos sentimos acogidos y aceptados en el grupo la mayor parte del tiempo, podemos dar gracias a La Vida.

Cuando se da el acoso escolar, además del acosado y el acosador, otros niños suelen ser conocedores o espectadores del maltrato; sin embargo, muchas veces, ni las familias ni los profesores saben que el niño está siendo abusado por algún compañero. Dado que los otros niños espectadores, muchas veces, no saben o no se atreven a tomar cartas en el asunto ayudando a la víctima, es necesario que en las escuelas haya un plan de prevención e intervención al respecto, ya que el problema del acoso escolar afecta el progreso social y académico de los alumnos.

Este maltrato entre compañeros de escuela tiene diferentes formas e intensidades que dejan a la víctima sin respuesta para el mismo. Veamos los diferentes tipos de maltrato.

MALTRATO VERBAL:

Son insultos, motes, hablar mal de alguien o difamar, sembrar rumores o bulos.

INTIMIDACIONES PSICOLÓGICAS:

Se trata de amenazas para provocar miedo, lograr algún objeto o dinero y también para obligar a hacer cosas contra su voluntad; chantaje y burlas públicas, pintadas alusivas, notas, cartas, mensajes a móviles y correos electrónicos amenazantes.

MALTRATO FÍSICO:

Directo: Palizas, lesiones con diferentes objetos, agresiones en forma de patadas.

Indirecto: Robo y destrozo de material escolar, ropa y otros objetos personales.

AISLAMIENTO SOCIAL:

Ignorar y no dirigir la palabra, impedir la participación con el resto del grupo, coaccionar a amigos y amigas de la víctima para que no interactúen con la misma. Rechazo a sentarse a su lado en el aula.

Estos ataques al individuo se pueden producir en los pasillos, los baños, vestuarios, entradas, salidas, comedor, transporte escolar o en cualquier parte del patio o recreo. También pueden ocurrir fuera del colegio, cuando la víctima va para su casa. Normalmente esto se da fuera del alcance de la supervisión de los adultos.

Las víctimas suelen ser muy vulnerables tanto psicológica como biológicamente; han tenido experiencias anteriores negativas; son poco populares o son “diferentes” del resto de los compañeros; no son hábiles para hablar de sí mismos y suelen reaccionar al acoso resignándose y aislándose.

Los profesores y padres pueden saber si el niño está sufriendo acoso escolar si ven que, a menudo, está solo o excluido del grupo, si es ridiculizado repetidamente, si tiene escasa habilidad para los juegos y deportes o se abstiene de participar. Si, por su inseguridad, se le hace difícil participar en clase. Si está generalmente triste, o llora, o está inquieto, o ansioso. Si su interés por la escuela va decayendo hasta niveles de pedir que no lo manden a clase. Si tiene la autoestima muy baja y, por supuesto, si se le ven moratones, rasguños o heridas y le es difícil explicar la causa.

Por su parte, los agresores suelen ser fuertes, con necesidad de dominar; de temperamento violento, impulsivo, con baja tolerancia a la frustración; desafiantes y agresivos con los adultos, con comportamientos antisociales desde temprana edad, poco populares entre sus compañeros, aunque algunos les siguen, y con actitud negativa hacia la escuela.

Los espectadores toleran el maltrato y callan, aunque se sientan mal con lo que sucede; conocen a la víctima, al agresor y lo que pasa entre ellos y esto puede afectarles negativamente, ya que se sienten implicados de alguna forma.

A veces, tanto el profesorado como las familias no perciben las señales de alerta que muchas veces son claras. Puede ser que el miedo a enfrentar los hechos les haga adoptar un rol pasivo en el asunto; hasta que el problema es obvio y entonces puede que tengan que lamentar su no involucramiento.

Las consecuencias del bullying para las víctimas son desastrosas siempre. Pierde su autoestima y confianza en sí mismo y en los demás. A veces somatiza el problema de diversas formas, principalmente con una ansiedad generalizada o depresión. Puede cogerle fobia a la escuela y presentar reacciones agresivas con otras personas de su entorno o intentar suicidarse. En la mayoría de los casos el acoso afecta negativamente su desarrollo personal.

El victimario o maltratador muestra con esta conducta un probable futuro delictivo y adopta el maltrato, sometimiento, la violencia y la coacción como una forma de lograr lo que quiere.

Es probable que quién ha sido agresor o agresora, en su infancia/juventud perpetúe conductas agresivas y violentas en sus relaciones como adulto.

Los niños que son espectadores del acoso a algún compañero, pueden terminar valorando la agresividad y la violencia como forma de éxito social. Si los episodios son continuados, los espectadores se van desensibilizando ante el sufrimiento. En general, también se sentirán indefensos y perderán, al igual que la víctima, la capacidad de reacción.

Las causas de la violencia en las escuelas son múltiples y complejas y están relacionadas con interacción entre el individuo y el entorno donde lleva a cabo sus actividades. Los factores de riesgo pueden ser la ausencia de límites, la sensación de exclusión social, la exposición a modelos violentos de interacción, la justificación de la violencia en el entorno habitual, y la ausencia de factores protectores ante la violencia tales como: modelos sociales solidarios, actividades de ocio constructivas, colaboración familia-escuela, etc.

En los últimos años y, sobre todo en los países desarrollados, se está haciendo un gran esfuerzo por superar la visión de la escuela como solamente agente transmisor de conocimiento, para incluir la educación en valores y actitudes que se necesitan para saber convivir y ser un ciudadano con derechos y deberes.

La familia y los maestros son la clave para abordar este tipo de conflictos de forma adecuada. Si se puede sensibilizar a las familias, al alumnado y al profesorado sobre los efectos perjudiciales de los comportamientos de acoso, las futuras generaciones serán a su vez sensibilizadas. Los niños y niñas de hoy serán los padres y madres de mañana y con la adecuada formación se puede conseguir una sociedad en la que el acoso escolar pase a ser una excepción.

Entender los conflictos, aprender a afrontarlos y a resolverlos civilizadamente exige a la sociedad y a los sistemas educativos madurez suficiente para interpretarlos en el marco de un valor fundamental: el aprendizaje de la convivencia.

Por tanto, una intervención efectiva debe involucrar a toda la comunidad escolar. El maltrato entre iguales es un problema serio que puede afectar dramáticamente la habilidad de los escolares a progresar académica y socialmente. Se requiere, pues, un plan de intervención que involucre a alumnado, familia y docentes para asegurar que la totalidad del alumnado pueda aprender en un lugar seguro y sin miedo.

El mundo no está amenazado por malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad”. Albert Einstein.

Una mesa con tres patas

Quédate silenciosamente en esa soledad que
no es abandono, porque los espíritus de los
muertos que existieron antes que tú en la vida,
te alcanzarán y te rodearán en la muerte y
la sombra proyectada sobre tu cara obedecerá
a su voluntad; por lo tanto, permanece tranquilo.

Ahora, te visitan pensamientos que no ahuyentarás
jamás; ahora surgen ante ti visiones
que no se desvanecerán jamás; no dejarán
tu espíritu, pero se fijarán como gotas
de rocío sobre la hierba. Edgard Allan Poe (Los espíritus de los muertos)

 En un bloque de apartamentos de un pueblito cualquiera, no se sabe por qué, se había instalado una subcultura de envidias, rabia, chismes y malas querencias. Era una muestra social de seres humanos frustrados e infelices. Una sola vivienda aparentaba vida normal, la de don Manuel y doña Paquita, una pareja de amantes de mediana edad que habían dejado cada uno de ellos a su cónyuge para vivir juntos su pasión.

Algo que llamaba la atención era ver cómo las vecinas de la escalera, una vez que había pasado doña Paquita, se aseguraban de que no pudiera oír sus comentarios que, necesariamente, no la favorecían en lo absoluto.

–¿Te fijaste en el peinado que lleva hoy? La Enriqueta hace un momento que salió de su casa con el secador y los bártulos de arreglarle la cabeza.

–Pero, ¿se habrá visto mayor jactancia? Ni la señora Casellas que es multimillonaria hace que vaya la peluquera a peinarla en casa, y esta mantenida le paga para que venga los lunes de cada semana.

–Será que el domingo hay revolcón y claro, el lunes tiene que arreglarse los cuatro pelos para que se vea pasable durante la semana.

–Pues yo creo que hay revolcón todos los días, o ¿por qué crees que tiene al señor Manuel bebiendo de su mano?

–O es la cama, o es la mesa.

–¿Cuál mesa? ¿Te refieres a la comida que le prepara?

–No mujer, si no sabe ni freír un huevo; en esa casa cocina don Manuel. Me refiero a la mesita de tres patas.

–¿Qué pasa con la mesita de tres patas?

–Pasa que dicen que practica el espiritismo.

–¡Jesús santísimo! ¿Cómo lo sabes?

–Ramona Santisteban, que es muy amiga de Paquita me lo dijo. A veces se reúnen y llaman al marido de Ramona, que en paz descanse, aunque parece que no lo dejan descansar en paz.

–¿Y se ha presentado?

–Dice que sí. Incluso una vez le dio el número del segundo premio de la lotería. En otra ocasión le curó una tortículis que tenía y otra vez, dice que el espíritu de su marido le tocó sus partes con tal pericia que hasta tuvo un orgasmo.

–¡Jesús santísimo!

Ante esta descripción tan increíble, los cerebros de las cuatro tertulianas comenzaron a trabajar arduamente  buscando cuál de sus muertos pudiera estar facilitándoles la forma de obtener bienes gastables o bienes sensibles.

Carmen y Pilar que todavía tenían su marido vivo, pensaron en llamar al espíritu de José Valdez –quien hacía poco que había muerto en un accidente y que en su momento había pasado a visitarlas cuando sus consortes no estaban– pero desecharon esta opción al alimón por inmoral; no era lo mismo con un vivo que con un muerto. Y ya pensando solamente en la parte de los bienes materiales gastables, cada una de ellas pensó en un familiar o amigo fallecido que hubiera sido bueno en vida para los juegos de azar o los negocios.

Rosa era viuda pero no quería llamar a su marido porque su paso a mejor vida había sido una liberación par ella, ya que cuando estaba en la tierra no proveía ni en aspectos monetarios ni carnales. Así que pensó en José Valdez –si los muertos tuvieran oídos, ese día a José le habrían  pitado los suyos.

Digna, la cuarta vecina, que era soltera y virgen y que a sus cincuenta y dos años no tenía muchas esperanzas de perder la virginidad, pensó que era una buena ocasión para dejarse ir con cualquier espíritu de varón que se apareciera y que se entendiera con ella. Lo dejó a la buena suerte.

Ninguna de las cuatro se atrevía a dar el primer paso, que era confesar a sus compañeras de chismorreo que le gustaría participar en una de las sesiones de Paquita. Así que se fueron a su casa dándole vueltas a la estrategia a usar para conseguir lo que querían.

A partir de ese momento, cada una por separado, las vecinas saludaban efusivamente a Paquita cada vez que la veían en la escalera y hasta le pusieron conversación alabándole el peinado o la ropa que llevaba. Les tomó un mes de obsequios, carantoñas y halagos llegar a cierta proximidad con la vecina espiritista, quien no podía explicarse el cambio radical que habían dado esas vecinas que antes apenas la saludaban o lo hacían con una mirada burlona o reprobadora.

Un día que Paquita estaba abriendo la puerta para entrar a su casa, aparecieron como por arte de magia Carmen y Pilar y ante cierta insistencia de miradas y actitudes, no le quedó más remedio que invitarlas a pasar. Los ojos de las dos mujeres registraban el lugar y buscaban con insistencia la mesita de tres patas, pues el solo hecho de avistarla les daría pie para hacer preguntas y dar curso a las maniobras con fines de participación en una sesión de comunicación con los espíritus. Tan pronto la vio Pilar exclamó.

–¡Qué belleza de mesita! ¿Es antigua?

–No lo sé, no creo; la compré hace unos meses para reemplazar otra que tenía y que usaba mucho, a la cual se le rompió una de las patas.

–¿Y para qué la usa? ¿Para el té? –exclamó Pilar con aire inocente.

–No, que va. La uso para sesiones espiritistas. A menudo me comunico con mis seres queridos del más allá.

–¡Jesús santísimo! ¿Y eso no es diabólico? –preguntó Carmen deseando de todo corazón que le dijera que no.

–Para nada –exclamó Paquita–, siempre que no se use con fines de hacer daño a alguien o se propicie energía negativa.

–Y ¿Cuándo hace las sesiones?

–Cuando hay alguien interesado en consultar con alguno de sus difuntos. Los mejores días son los martes y los viernes.

–Ay, pues mire usted, nosotras estamos interesadas, y hay otras dos vecinas que también participarían. Podemos traer las ofrendas o cualquier bocadillo para picar.

Quedaron en hacer la sesión el martes de la próxima semana que caía en trece. A Carmen se le erizaron los vellos de los brazos cuando Paquita anunció la fecha. Estuvo a punto de echarse para atrás, pero la curiosidad pudo más que el miedo y las cuatro empezaron mentalmente a hacer la lista de las peticiones para el espíritu que se presentara.

Se les había advertido que fueran sin haber comido cuatro horas antes de la sesión y que llevara cada una dos velas verdes y tierra del cementerio. Sin decírselo la una a la otra, todas coincidieron cogiendo tierra de los alrededores de la tumba de José Valdez.  Las cinco mujeres estaban sentadas alrededor de la mesita de tres patas; las cuatro vecinas muy arregladas, perfumadas y con la ropa interior impecable, no fuera a ser que.

Paquita pidió a las participantes que rezaran cuatro oraciones, ella misma las rezó también.  Después exhortó a que se relajaran respirando profundamente, con los ojos cerrados, y concentrándose en el entrecejo. Luego, que pasaran a descargar la energía negativa diciendo para sí: “que ninguna energía negativa entre dentro de mí; que ninguna energía negativa entre dentro de mí; que ninguna energía negativa entre dentro de mí”. Las vecinas estaban más pendientes de Paquita, quien con los ojos cerrados estaba entregada a la ceremonia, que a las instrucciones de ésta. Ninguna de ellas verbalizó la petición y por el contrario, dejaron aflorar en su interior sus sentimientos de envidia y rabia contra Paquita. Rosa tenía un miedo atroz y abrió los ojos con desconfianza, mirando en toda la habitación para ver si estaba sucediendo algo raro, sin ocuparse de nada más que no fuera su seguridad y pidiéndole a Dios que la librara del maligno.

Paquita comenzó invocando al espíritu que tuviera mejor voluntad y que estuviera más cerca. Comenzó a agitarse y a temblar  y entonces un escalofrío recorrió la espalda de las cuatro vecinas. Inmediatamente comenzó a hablar con una voz de hombre que no pudieron reconocer. Cuando el espíritu comenzó a hablar, una racha de viento helado las envolvió. El miedo las hizo sudar copiosamente y de pronto Digna entró en pánico.

–Dinos quién eres –preguntó Paquita.

Y el espíritu empezó a dar golpes en la mesa aumentando la frecuencia y la fuerza. Digna se levantó y empezó a correr como poseída alrededor de la mesa. Paquita observó que estaba cojeando.

–Es un espíritu burlón –gritó Paquita–. Siéntate Digna, ordenó y volvamos a hacer la cadena de protección con las manos.

Paquita alargó la mano hacia una mesita auxiliar que tenía al lado e incorporó en la mesa dos velas blancas y varias ramitas de romero. Inmediatamente comenzó a recitar “Romero, romero, Santo, Santo Romero, que salga lo malo y entre lo bueno”. Poco a poco las cuatro mujeres se fueron tranquilizando. Paquita se dirigió al espíritu.

–Si eres Pedro El Cojo da un golpe.

La mesa se inclinó hacia un lado y al bajar dio un golpe.

–Vete en paz, Pedro y llévate todo lo que has traído.

La mesita comenzó a agitarse de nuevo con mucha fuerza moviéndose de un lado a otro sin control.

–Todas a una, con toda nuestra energía despidamos a Pedro.

Las mujeres que estaban muy asustadas, se concentraron y ordenaron al espíritu que se fuera. El movimiento de la mesa comenzó a hacerse más débil, aunque por momentos retomaba la fuerza. Era como si el espíritu estuviera renuente a irse. Por fin, la mesa de tres patas dejó de moverse.

Todas sintieron que la habitación estaba liberada de cualquier entidad sobrenatural y respiraron más tranquilas.

–Siento mucho que no hayamos podido contactar a los espíritus que esperábamos cada una de nosotras. Podemos hacer otra sesión cuando yo vuelva de vacaciones.

–No gra, gra, gracias, con eeeesta tetetego bastante–, exclamó Carmen, tartamudeando.

–¡Qué experiencia tan desagradable! exclamó Pilar sin poder parar un tic que se le había montado en un ojo.

–¿Y cocococoómo supo usted quequeque era Pepepedro el Cojo?

–Porque Digna comenzó a cojear en la misma forma que él lo hacía. También era tartamudo y tenía un tic muy molesto en un ojo que, cuando comenzaba, no podía parar.

–¡Ay Dios mío! Suerte que me siento igual que antes –exclamó Rosa.

–No sé qué pasó. Parece que no nos envolvimos suficientemente en la luz y entró alguna energía negativa . Espero que todo esto sea pasajero y si no, volveremos a llamar a Pedro para que les devuelva su estado anterior.

Se despidieron con el rabo entre las piernas. Ninguna de ellas habló entre sí cuando salieron de la casa. Los días siguientes, cuando se encontraban se saludaban con la cabeza. Rosa observó que Pilar todavía tenía el tic nervioso y que Digna cojeaba acentuadamente. De pronto oyó a Carmen cuando le decía a su marido ¡cocococoño!, cuantas veveveces te tengo que decir que tetete limpies los pies aaaaantes de entrar en cacacasa?

 

Depresión en adolescentes

Entendemos como depresión un estado de ánimo generalizado de infelicidad, tristeza y disforia. También puede sentirse pérdida de experiencia de placer, retraimiento social, autoestima baja, incapacidad para concentrarse, trabajos deficientes, alteraciones en las funciones biológicas y somatización.

Este trastorno es frecuente y común. Los problemas de falta de recursos económicos y las crecientes exigencias sociales para ir al ritmo de la vida moderna, unidos a la soledad y a dificultades para establecer relaciones afectivas duraderas y gratificantes, son algunas de las causas del trastorno depresivo. Los adolescentes son actualmente uno de los grupos más vulnerables a padecer este tipo de trastorno, junto a otros como la ansiedad, el alcoholismo y la demencia. Un adecuado diagnóstico y un manejo terapéutico oportunos pueden ser la clave para el tratamiento adecuado de este tipo de alteraciones.

La depresión puede venir, temporalmente, como respuesta  a muchas situaciones  de estrés. En los adolescentes el estado anímico depresivo es común, debido al proceso normal de maduración y al estrés relacionado con el mismo, la influencia de hormonas sexuales y conflictos de independencia con los padres.

En la adolescencia la prevalencia de la depresión es mayor en las niñas que en los niños. Las estadísticas indican que el 25% de los adolescentes, en algún momento de esta etapa de su vida ha experimentado trastornos depresivos.

Para evaluar la depresión existen herramientas de evaluación, pero requieren que los adolescentes piensen en términos de constructos psicológicos y que comuniquen eficazmente lo que recuerdan. Es difícil diagnosticar la verdadera depresión en adolescentes, debido a que su comportamiento normal tiene muchos altibajos en el estado anímico. La depresión anímica persistente, el rendimiento escolar inestable, las relaciones difíciles con familiares y amigos, la drogadicción y otras conductas negativas pueden indicar un episodio depresivo serio.

Hay factores que, en individuos predispuestos a la depresión, pueden desencadenarla. Por ejemplo:

  • Eventos estresantes de la vida, en especial la pérdida de los padres, por muerte o por divorcio.
  • Maltrato infantil, físico, psicológico (emocional) y sexual.
  • Atención inestable.
  • Falta de habilidades sociales.
  • Enfermedad crónica.
  • Antecedentes familiares de depresión.

De todas formas, los adolescentes no necesitan «razones de peso» para deprimirse. En apariencia son fuertes, pero en el fondo pueden estar profundamente alterados porque no tienen su identidad definida y son críticos severos de sí mismos.

La depresión parece presentarse con mayor frecuencia en familias con problemas de pareja, en las que el adolescente tiene más dificultad de establecer su identidad, aunque es importante recordar que cada adolescente es único en la forma que responde al ambiente que lo rodea, tanto al familiar, como al escolar y con los amigos.

La sensibilidad del adolescente se altera por el manejo de las emociones en conflicto, junto con el despertar de la sexualidad. Los cambios que ocurren en su cuerpo, no son asimilados en forma adecuada por algunos de ellos, y esto puede generarles depresión. Adolescentes sometidos a abuso sexual o con problemas de orientación sexual, pueden presentar también un cuadro depresivo.

Los padres, con frecuencia, notan en ellos bajo rendimiento académico, irritación constante y problemas para dormir. En los casos más severos de depresión, los jóvenes pueden comenzar a pensar en el suicidio. Muchos de los intentos suicidas de la juventud se disfrazan de accidentes graves, como las muertes que ocurren como resultado de conducir vehículos a excesiva velocidad, en ocasiones bajo el efecto de drogas o por el consumo de bebidas alcohólicas por parte de adolescentes deprimimos.

Es importante tener siempre presente el tiempo durante el que se han presentado los síntomas. Si el adolescente presenta ideas suicidas, falta de apetito y falta de interés en toda actividad social durante más de dos semanas, se debe estar muy alerta. Tienden a aislarse y a tener ideas suicidas por los sentimientos de culpa y de incapacidad para afrontar la vida diaria. La depresión en el adolescente, envuelve más problemas interpersonales y de baja estima que la depresión en el adulto.

Veremos a continuación una lista con algunos síntomas de depresión que pueden presentarse con diferente frecuencia y cantidad.

  • Estado de ánimo depresivo o irritable.
  • Mal genio, agitación.
  • Pérdida de interés en actividades.
  • Disminución del placer en las actividades diarias.
  • Cambios en el apetito.
  • Cambios de peso.
  • Dificultad para conciliar el sueño.
  • Somnolencia diurna excesiva.
  • Fatiga.
  • Dificultad para concentrarse.
  • Dificultad para tomar decisiones.
  • Episodios de pérdida de memoria.
  • Preocupación por sí mismo.
  • Sentimientos de minusvalía, tristeza u odio hacia sí mismo.
  • Sentimientos de culpabilidad excesivos o inapropiados.
  • Comportamiento inadecuado.
  • Pensamientos de suicidio.
  • Patrón de comportamiento exageradamente irresponsable.

Ante un niño o adolescente con síntomas de depresión, es recomendable que el médico lleve a cabo un examen físico y ordene exámenes de sangre para descartar causas médicas para los síntomas. Igualmente, evaluará al adolescente en búsqueda de signos de drogadicción. Aunque, el alcoholismo, el consumo frecuente de marihuana y de otras drogas pueden ser motivados por la depresión.

Asimismo, se debe llevar a cabo una evaluación psiquiátrica para tener una historia clínica sobre los antecedentes de tristeza, irritabilidad, pérdida del interés y placer del adolescente en actividades normales. El profesional buscará signos de otros trastornos psiquiátricos presentes, como ansiedad, manía o esquizofrenia. Una evaluación cuidadosa del adolescente ayudará a determinar los riesgos de suicidio u homicidio; en definitiva, si el adolescente es un peligro para él mismo o para los demás. La información de familiares o personal de la escuela, con frecuencia, puede ayudar a identificar la depresión en los adolescentes.

Desde la perspectiva biológica se considera que las influencias genéticas y bioquímicas tienen mucho que ver con la depresión en niños y adolescentes.

Las influencias genéticas tienen un papel importante y esto ha sido probado en estudios de gemelos que viven o no juntos. Se ha visto que los niños cuyos padres sufren un trastorno depresivo mayor tienen más riesgo de padecer dicho trastorno. Sin embargo, todavía no se ha podido probar qué tanto influyen la genética o las condiciones ambientales. En algunos estudios se ha encontrado una influencia genética significativa y en otros una gran influencia ambiental, como por ejemplo crecer en una familia donde la madre padece de depresión.

La influencia genética opera sobre factores de la personalidad y del temperamento tales como la emocionalidad y la sociabilidad,  los cuales influyen en la gama de sintomatología depresiva.

La depresión de los padres puede repercutir a través de una serie de mecanismos no biológicos, porque tienen influencia a través de prácticas de formación e instrucción, y en la organización del entorno social de los hijos.

Los hijos de padres depresivos también corren el riesgo de desarrollar una diversidad de problemas de adaptación, como por ejemplo los trastornos disociales, trastornos por déficit de atención con hiperactividad, trastornos de ansiedad, problemas de escolaridad, y un deterioro de la competencia social.

En el estudio de la depresión, el suicidio suele mencionarse con frecuencia. A pesar de que el suicidio consumado entre los niños y adolescentes es bastante raro, el aumento de su prevalencia ha sido objeto de atención y ha  provocado una gran preocupación entre los investigadores. La conducta suicida está relacionada con la depresión, pero también está relacionada con otros problemas, y puede producirse en niños y adolescentes sin un trastorno diagnosticable. Las causas del comportamiento suicida son muy complejas.

Los trastornos disociales y el consumo de sustancias tóxicas son frecuentes en los suicidios consumados. De ahí, que aunque la depresión sea un factor de riesgo importante, la presencia de un trastorno de depresión no es necesaria ni suficiente para que éstos hechos se produzcan. 

Para prevenir el suicidio en los adolescentes es importante:

  • Formar personal educativo escolar y responsables locales encargados de detectar a adolescentes en situación de alto riesgo.
  • Documentar y educar a los niños con relación al suicidio.
  • Llevar a cabo  reconocimientos y utilizar los servicios profesionales.
  • Crear programas de apoyo entre los iguales.
  • Crear centros y líneas de teléfono permanentes para ayudar en casos de crisis suicidas.
  • Restringir el acceso a métodos en los que el riesgo de muerte sea muy elevado.
  • Intervenir después de que se haya producido un suicidio a fin de evitar que otros niños o adolescentes se vean inclinados hacia el suicidio.

Está muy extendida la prescripción de medicamentos antidepresivos a los  adolescentes y puede ser un componente importante del tratamiento de algunos de ellos. No obstante, su eficacia y seguridad permanecen inciertas. Se necesita, pues, el desarrollo constante de tratamientos psicológicos que sean sensibles a los diferentes aspectos de las influencias psicológicas, sociales, y familiares sobre los adolescentes que padecen depresión.

Se considera adecuado o necesario el uso de antidepresivos ante depresiones graves, episodios psicóticos, depresión bipolar y otros trastornos que no mejoren solo con psicoterapia.

Las acciones preventivas y adecuada rehabilitación que eviten la recurrencia y permitan un desarrollo emocional sano, son la mejor forma de afrontar este tipo de problema cada vez más frecuente.

Los profesionales de la salud mental que estamos conscientes del sufrimiento de estos adolescentes, tenemos la obligación de hacer una labor de concienciación entre padres y educadores, para disminuir el porcentaje de seres humanos en formación que sufren el trastorno. Sin embargo, ante la realidad de una niñez y adolescencia tempestuosas, nuestro papel es también de soporte para ayudarlos a salir de las mismas con el menor daño posible y con la mayor cantidad de herramientas para afrontar la vida.

Lady in red (Precuela y variación de la Caperucita Roja)

Cuando nació Lourditas doña Goyita se sintió la mujer más feliz del mundo. Era su primera nieta y había estado rezando para que fuera hembra, cosa de que, si a su hija Pepi que era medio enfermiza le pasaba algo antes de morir ella, quedara Lourditas para encargarse de su vejez. Con los hijos varones no podía contar, porque eran de la calle. Así que, la vio crecer sana y fuerte y hasta proveyó para que a la niña no le faltara nada.

El abuelo Enrique también quería mucho a su nieta, pero no la veía tan a menudo porque no vivía con Goyita desde hacía un buen tiempo. Se había vuelto a casar con una tal Máxima, que resultó ser mínima  en edad y en cerebro. Él seguía queriendo a Goyita, pero después de que lo operaron de cataratas y empezó a ver todas las arrugas y defectos que tenía su mujer –las comparaciones son terribles–, fue perdiendo el apetito, que no el amor,  por ella. Goyita, mujer de blancos y negros, no iba a permitir medias tintas y un día le dijo que, o demostraba, o se marchaba. Al abuelo se le había hecho imposible demostrar y salió por el foro. Luego Máxima se le puso a tiro y procedió, pero siempre pasaba por delante de la casa de Goyita para asegurarse de que todo estuviera bien.

Doña Goyita vivía en una casita en el bosque. Las rentas le daban para vivir dignamente y para tomar clases de karate en el pueblo de al lado –porque cuando se vive sola, una tiene que poder defenderse–, a donde se trasladaba en bicicleta martes y jueves. También dedicaba el resto de la semana a sembrar y cuidar las hortalizas  y a recoger los huevos de sus diez gallinas que, a menudo, y como no podía comer tanto huevo por culpa del colesterol, le cambiaba por pescado a la señora Luisa, la madre de Juan el pescador.

Lourditas, a quien doña Goyita llamaba Lulú, tenía un carácter parecido al de su abuela. Cuándo se le ponía algo entre ceja y ceja tenía que hacerlo o moría en el intento. Se le metió en la cabeza que ella también tenía que ir al pueblo de al lado para aprender baile moderno. Y no habría sido ningún problema si los días de clase hubieran coincidido con los de su abuela, porque así habrían podido ir juntas en bicicleta. Pero el baile moderno se daba los miércoles y viernes. Pepi, que era un cero a la izquierda de su madre y de su hija,  ya que ambas la habían acostumbrado a hacer de espectadora en su película intergeneracional, se opuso sin mucho convencimiento a que la niña tomara las clases. Doña Goyita habló con la profesora para que cambiara los días de la clase a martes y jueves, pero no resultó, así que se limitó a pagarle la clase y aconsejar a Lulú lo que debía y no debía hacer por el camino. También le puso como condición, y para ello le daba un monto, que le trajera del pueblo de al lado queso fresco y miel que brindaría a las amigas que solían visitarla los sábados por la noche.

Goyita había puesto el ojo en Faustino Wolf, pensionado alemán que se había retirado a vivir en su mismo pueblo y que hablaba el español con cierto acento que a ella le resultaba de lo más qué se yo.

De herr Faustino no se conocía gran cosa. Era parco cuando le preguntaban por su lugar de origen y por su vida pasada. Su físico ni siquiera era agradable. Tenía una cara basta. Nariz grande, ojos grandes, labios grandes entre los que aparecían unos dientes equinos, y frente estrecha. Todo esto adornado con vellos  blanquecinos que no se molestaba en afeitar muy a menudo y que le daban un aspecto de perro de quince años. Pero tenía mucho éxito haciendo amigas, posiblemente en base a frases cultas y melosas y regalarles apfelstrudel y topfenstrudel que aseguraba cocinaba él mismo. También se sabía –los empleados del banco del pueblo eran algo chismosos– que cada mes recibía su pensión de retirado. No se dio a conocer el importe, pero sí que era suficiente y le sobraba para vivir en el pueblito y dar, al menos, un viaje al año a su ciudad natal o hacer tours por otros países.

Doña Goyita había pensado más de una vez en que Faustino Wolf pudiera ser un buen compañero, si no se le tenía muy en cuenta el físico. Pero a esas alturas del juego, la compañía y la sinergia de su pensión y la de él se impusieron a los melindres. Juntos podrían aprovechar todas las excursiones para retirados y hasta hacer algún crucero por los países nórdicos.

Teniendo como objetivo la conquista del hombre y conociendo el sabio y popular dicho de que el que pestañea pierde , doña Goyita empezó con algunos escarceos entre los que estaba pasar por su casa a llevarle unos huevos todavía calientitos para sus próximos pininos culinarios, e invitarle a una fiesta el sábado en la tarde. Él no era bueno interactuando con multitudes y se disculpó. Pero Goyita insistió y al final tuvo que confesarle que a la fiesta solo estaban invitados él y ella. Faustino lo pensó un momento y accedió. Le aseguró que le llevaría un Blauer Spätburgunder que le iría muy bien a los quesos que Goyita había mencionado que le brindaría. Ella se marchó muy contenta de haber ganado el primer encuentro y pensó en hacer dieta los cuatro días que faltaban para la cita, de forma que pudiera meterse en el vestido rojo que le quedaba tan bien cuando tenía cuarenta años y que todavía conservaba por ser un clásico.

Encargó a Lulú que el vienes le trajera tres variedades de queso, pan y croissants y pensó completar la merienda con unos productos ibéricos que de seguro iban a hacer un buen maridaje con el vino y el ánimo de los añosos participantes. Lulú le llevó el encargo el mismo viernes y muy curiosa le preguntó a la abuela a quién iba a recibir al día siguiente. Doña Goyita estaba renuente a compartir con su nieta la información sobre la acción de conquista y se inventó cinco personajes femeninos como invitadas a la fiesta. Normalmente no le decía mentiras a nadie, pero en esta ocasión sintió que debía camuflar el asalto para que este no se frustrara y para no dar mal ejemplo a su joven nieta. Lulú se despidió de la abuela hasta el lunes y se marchó con su bicicleta hacia su casa.

Ya era sábado y doña Goyita había ensayado durante toda la semana los chistes, las anécdotas, el baile y hasta las poses angelicales. El vestido rojo le quedaba perfecto –así de bien funciona la dieta y el karate dos veces por semana– y esto, más los efectos de una mascarilla tensora a base de pepino y clara de huevo, hicieron milagros en su ánimo, aunque no en su cara.

A las siete menos dos minutos –o sea, dos minutos antes de la hora de la convocatoria– tocaron el timbre de la puerta y con una sonrisa de oreja a oreja Goyita abrió la puerta de la casa.

– ¡Pero niña! ¿Qué haces aquí? –exclamó entre frustrada y asustada doña Goyita.

– ¡Hola abuela! Pensé que si ibas a recibir a tanta gente no tendrías suficiente queso y panes para todos. Esta mañana llegué al pueblo para traerte más quesos. También te traje mermelada para acompañar y un mil hojas con crema pastelera, por si vas a servir té a tus amigas.

Doña Goyita tuvo que disimular lo suyo para que Lulú no se diera cuenta de su embuste. Cuando estaban colocando en unas bandejas las nuevas vituallas, sonó el timbre de nuevo. Goyita quería desaparecer en ese momento, ya que la llamada no podía ser sino de herr Wolf. Y efectivamente, Faustino apareció en la puerta cargado con dos botellas de vino y unas dalias amarillas.

– ¡Liebe Freundin!– la miraba con los ojos brillantes antes de abrazarla torpemente.

–Hola don Faustino, pase usted– le dijo mientras pensaba qué le diría a Lulú sobre la visita y trataba de inventar una historia convincente.

Pero Lulú que había oído la voz desde la cocina, salió sonriente y le guiñó el ojo maliciosamente a su abuela. Goyita los presentó.

–Él es herr Wolf y ella mi nieta Lulú.

–Encantada señor Lobo– rió estrepitosamente Lulú mientras recogía su cartera y se dirigía hacia la puerta de salida. –Que lo pasen bien y, para efectos de piruetas y posturas, tengan en cuenta la edad y que el abuelo Enrique pasa todas las noches en su ronda de seguridad. Abuela, te llamo mañana.

Goyita pensó que, al fin y al cabo, su nieta estaba cortada por su mismo patrón y por tanto, entendía la situación y hasta pareció aprobarla.

Dirigió entonces los cañones hacia Faustino Wolf y sacando dos copas de la cristalería que guardaba para casos excepcionales, se sentó a su lado en el sofá y sirvió el vino alemán.

Copa va y copa viene. Queso va y queso viene. Ibérico va, Ibérico viene hasta que el estómago, el corazón y lo que quedaba de las gónadas se pusieron contentos.  El próximo paso era tocar los volkstanz que Faustino había traído para enseñar a bailar a Goyita y que a ella, metida en una alegría espirituosa, le parecían muy divertidos. Dieron vueltas y vueltas hasta que tropezaron y cayeron riendo encima del sillón, Goyita abajo y Faustino arriba. Tenía al lobo dominado.

–Faustino, ¡qué ojos tan grandes tienes! –le dijo con admiración.

–Y que te ven divina, Goyita preciosa.

–Faustino, ¡que nariz tan grande tienes!

–Es para oler tu perfume embriagador.

–Faustino, ¡qué orejas tan grandes y peludas tienes!

–Oh! Estaba seguro de que me había sacado todos los pelitos; bueno, es que con la edad crecen.

–Faustino, ¡la boca me parece excesiva!

–Si tú quieres, meine liebe, pasaré por el ortodontista.

Enrique pasaba en ese momento por el frente de la casa en su acostumbrada vigilia nocturna; creyó ver movimiento, oyó voces extrañas y se asomó a la ventana. Vio lo que le parecía  ser un ataque sexual a su ex mujer, madre de sus hijos y abuela de su nieta y entró disparado a la sala. Acostumbraba a llevar un palo en sus vueltas de vigilancia y empezó a golpear a herr Wolf que apenas se podía tener de pie. Al verlo abatido en el suelo, a Goyita, obi verde, se le montó el espíritu de Shimabuku Tatsuo y redujo al intruso. Una vez anulado, lo rellenó de los peores insultos que recordaba de su juventud, entre los que uno de los más suaves fue – ¡Hijo e puta, que eres como el perro del hortelano, que ni comes ni dejas comer!

Aclarada la situación y acabado el sainete, al final, de forma muy civilizada, se sacó el hielo de la nevera para aplicarlo sobre los chichones de los golpeados; antiácidos para la pareja que, una vez pasado el momentum, había quedado con un fuerte dolor de estómago, y se sirvió un té para calmar los ánimos. Enrique se despidió pidiendo disculpas a ambos una y otra vez y Faustino también se marchó maltratado de cuerpo, pero con el alma contenta, no sin antes susurrarle al oído a Goyita lo hermosa que era y lo bien que lo había pasado en la primera parte del evento. Goyita insistió para que se llevara un trozo del mil hojas con crema pastelera, al tiempo que le estampaba un casto beso en la mejilla –tanto había bajado la temperatura.

A los seis meses Goyita firmó los papeles como la señora Wolf y vivieron felices hasta el resto de sus días, bailando polkas, volsktanz y algún que otro bolero en momentos débiles de la carne. Herr Wolf se puso breakers para gustarle todavía más a su mujer y ahorraban lo que podían para coger sus vacaciones anuales y sus cruceros por los países nórdicos. Lulú seguía llevándoles todos los viernes queso, pastel y una jarrita de miel.