Una mesa con tres patas

Quédate silenciosamente en esa soledad que
no es abandono, porque los espíritus de los
muertos que existieron antes que tú en la vida,
te alcanzarán y te rodearán en la muerte y
la sombra proyectada sobre tu cara obedecerá
a su voluntad; por lo tanto, permanece tranquilo.

Ahora, te visitan pensamientos que no ahuyentarás
jamás; ahora surgen ante ti visiones
que no se desvanecerán jamás; no dejarán
tu espíritu, pero se fijarán como gotas
de rocío sobre la hierba. Edgard Allan Poe (Los espíritus de los muertos)

 En un bloque de apartamentos de un pueblito cualquiera, no se sabe por qué, se había instalado una subcultura de envidias, rabia, chismes y malas querencias. Era una muestra social de seres humanos frustrados e infelices. Una sola vivienda aparentaba vida normal, la de don Manuel y doña Paquita, una pareja de amantes de mediana edad que habían dejado cada uno de ellos a su cónyuge para vivir juntos su pasión.

Algo que llamaba la atención era ver cómo las vecinas de la escalera, una vez que había pasado doña Paquita, se aseguraban de que no pudiera oír sus comentarios que, necesariamente, no la favorecían en lo absoluto.

–¿Te fijaste en el peinado que lleva hoy? La Enriqueta hace un momento que salió de su casa con el secador y los bártulos de arreglarle la cabeza.

–Pero, ¿se habrá visto mayor jactancia? Ni la señora Casellas que es multimillonaria hace que vaya la peluquera a peinarla en casa, y esta mantenida le paga para que venga los lunes de cada semana.

–Será que el domingo hay revolcón y claro, el lunes tiene que arreglarse los cuatro pelos para que se vea pasable durante la semana.

–Pues yo creo que hay revolcón todos los días, o ¿por qué crees que tiene al señor Manuel bebiendo de su mano?

–O es la cama, o es la mesa.

–¿Cuál mesa? ¿Te refieres a la comida que le prepara?

–No mujer, si no sabe ni freír un huevo; en esa casa cocina don Manuel. Me refiero a la mesita de tres patas.

–¿Qué pasa con la mesita de tres patas?

–Pasa que dicen que practica el espiritismo.

–¡Jesús santísimo! ¿Cómo lo sabes?

–Ramona Santisteban, que es muy amiga de Paquita me lo dijo. A veces se reúnen y llaman al marido de Ramona, que en paz descanse, aunque parece que no lo dejan descansar en paz.

–¿Y se ha presentado?

–Dice que sí. Incluso una vez le dio el número del segundo premio de la lotería. En otra ocasión le curó una tortículis que tenía y otra vez, dice que el espíritu de su marido le tocó sus partes con tal pericia que hasta tuvo un orgasmo.

–¡Jesús santísimo!

Ante esta descripción tan increíble, los cerebros de las cuatro tertulianas comenzaron a trabajar arduamente  buscando cuál de sus muertos pudiera estar facilitándoles la forma de obtener bienes gastables o bienes sensibles.

Carmen y Pilar que todavía tenían su marido vivo, pensaron en llamar al espíritu de José Valdez –quien hacía poco que había muerto en un accidente y que en su momento había pasado a visitarlas cuando sus consortes no estaban– pero desecharon esta opción al alimón por inmoral; no era lo mismo con un vivo que con un muerto. Y ya pensando solamente en la parte de los bienes materiales gastables, cada una de ellas pensó en un familiar o amigo fallecido que hubiera sido bueno en vida para los juegos de azar o los negocios.

Rosa era viuda pero no quería llamar a su marido porque su paso a mejor vida había sido una liberación par ella, ya que cuando estaba en la tierra no proveía ni en aspectos monetarios ni carnales. Así que pensó en José Valdez –si los muertos tuvieran oídos, ese día a José le habrían  pitado los suyos.

Digna, la cuarta vecina, que era soltera y virgen y que a sus cincuenta y dos años no tenía muchas esperanzas de perder la virginidad, pensó que era una buena ocasión para dejarse ir con cualquier espíritu de varón que se apareciera y que se entendiera con ella. Lo dejó a la buena suerte.

Ninguna de las cuatro se atrevía a dar el primer paso, que era confesar a sus compañeras de chismorreo que le gustaría participar en una de las sesiones de Paquita. Así que se fueron a su casa dándole vueltas a la estrategia a usar para conseguir lo que querían.

A partir de ese momento, cada una por separado, las vecinas saludaban efusivamente a Paquita cada vez que la veían en la escalera y hasta le pusieron conversación alabándole el peinado o la ropa que llevaba. Les tomó un mes de obsequios, carantoñas y halagos llegar a cierta proximidad con la vecina espiritista, quien no podía explicarse el cambio radical que habían dado esas vecinas que antes apenas la saludaban o lo hacían con una mirada burlona o reprobadora.

Un día que Paquita estaba abriendo la puerta para entrar a su casa, aparecieron como por arte de magia Carmen y Pilar y ante cierta insistencia de miradas y actitudes, no le quedó más remedio que invitarlas a pasar. Los ojos de las dos mujeres registraban el lugar y buscaban con insistencia la mesita de tres patas, pues el solo hecho de avistarla les daría pie para hacer preguntas y dar curso a las maniobras con fines de participación en una sesión de comunicación con los espíritus. Tan pronto la vio Pilar exclamó.

–¡Qué belleza de mesita! ¿Es antigua?

–No lo sé, no creo; la compré hace unos meses para reemplazar otra que tenía y que usaba mucho, a la cual se le rompió una de las patas.

–¿Y para qué la usa? ¿Para el té? –exclamó Pilar con aire inocente.

–No, que va. La uso para sesiones espiritistas. A menudo me comunico con mis seres queridos del más allá.

–¡Jesús santísimo! ¿Y eso no es diabólico? –preguntó Carmen deseando de todo corazón que le dijera que no.

–Para nada –exclamó Paquita–, siempre que no se use con fines de hacer daño a alguien o se propicie energía negativa.

–Y ¿Cuándo hace las sesiones?

–Cuando hay alguien interesado en consultar con alguno de sus difuntos. Los mejores días son los martes y los viernes.

–Ay, pues mire usted, nosotras estamos interesadas, y hay otras dos vecinas que también participarían. Podemos traer las ofrendas o cualquier bocadillo para picar.

Quedaron en hacer la sesión el martes de la próxima semana que caía en trece. A Carmen se le erizaron los vellos de los brazos cuando Paquita anunció la fecha. Estuvo a punto de echarse para atrás, pero la curiosidad pudo más que el miedo y las cuatro empezaron mentalmente a hacer la lista de las peticiones para el espíritu que se presentara.

Se les había advertido que fueran sin haber comido cuatro horas antes de la sesión y que llevara cada una dos velas verdes y tierra del cementerio. Sin decírselo la una a la otra, todas coincidieron cogiendo tierra de los alrededores de la tumba de José Valdez.  Las cinco mujeres estaban sentadas alrededor de la mesita de tres patas; las cuatro vecinas muy arregladas, perfumadas y con la ropa interior impecable, no fuera a ser que.

Paquita pidió a las participantes que rezaran cuatro oraciones, ella misma las rezó también.  Después exhortó a que se relajaran respirando profundamente, con los ojos cerrados, y concentrándose en el entrecejo. Luego, que pasaran a descargar la energía negativa diciendo para sí: “que ninguna energía negativa entre dentro de mí; que ninguna energía negativa entre dentro de mí; que ninguna energía negativa entre dentro de mí”. Las vecinas estaban más pendientes de Paquita, quien con los ojos cerrados estaba entregada a la ceremonia, que a las instrucciones de ésta. Ninguna de ellas verbalizó la petición y por el contrario, dejaron aflorar en su interior sus sentimientos de envidia y rabia contra Paquita. Rosa tenía un miedo atroz y abrió los ojos con desconfianza, mirando en toda la habitación para ver si estaba sucediendo algo raro, sin ocuparse de nada más que no fuera su seguridad y pidiéndole a Dios que la librara del maligno.

Paquita comenzó invocando al espíritu que tuviera mejor voluntad y que estuviera más cerca. Comenzó a agitarse y a temblar  y entonces un escalofrío recorrió la espalda de las cuatro vecinas. Inmediatamente comenzó a hablar con una voz de hombre que no pudieron reconocer. Cuando el espíritu comenzó a hablar, una racha de viento helado las envolvió. El miedo las hizo sudar copiosamente y de pronto Digna entró en pánico.

–Dinos quién eres –preguntó Paquita.

Y el espíritu empezó a dar golpes en la mesa aumentando la frecuencia y la fuerza. Digna se levantó y empezó a correr como poseída alrededor de la mesa. Paquita observó que estaba cojeando.

–Es un espíritu burlón –gritó Paquita–. Siéntate Digna, ordenó y volvamos a hacer la cadena de protección con las manos.

Paquita alargó la mano hacia una mesita auxiliar que tenía al lado e incorporó en la mesa dos velas blancas y varias ramitas de romero. Inmediatamente comenzó a recitar “Romero, romero, Santo, Santo Romero, que salga lo malo y entre lo bueno”. Poco a poco las cuatro mujeres se fueron tranquilizando. Paquita se dirigió al espíritu.

–Si eres Pedro El Cojo da un golpe.

La mesa se inclinó hacia un lado y al bajar dio un golpe.

–Vete en paz, Pedro y llévate todo lo que has traído.

La mesita comenzó a agitarse de nuevo con mucha fuerza moviéndose de un lado a otro sin control.

–Todas a una, con toda nuestra energía despidamos a Pedro.

Las mujeres que estaban muy asustadas, se concentraron y ordenaron al espíritu que se fuera. El movimiento de la mesa comenzó a hacerse más débil, aunque por momentos retomaba la fuerza. Era como si el espíritu estuviera renuente a irse. Por fin, la mesa de tres patas dejó de moverse.

Todas sintieron que la habitación estaba liberada de cualquier entidad sobrenatural y respiraron más tranquilas.

–Siento mucho que no hayamos podido contactar a los espíritus que esperábamos cada una de nosotras. Podemos hacer otra sesión cuando yo vuelva de vacaciones.

–No gra, gra, gracias, con eeeesta tetetego bastante–, exclamó Carmen, tartamudeando.

–¡Qué experiencia tan desagradable! exclamó Pilar sin poder parar un tic que se le había montado en un ojo.

–¿Y cocococoómo supo usted quequeque era Pepepedro el Cojo?

–Porque Digna comenzó a cojear en la misma forma que él lo hacía. También era tartamudo y tenía un tic muy molesto en un ojo que, cuando comenzaba, no podía parar.

–¡Ay Dios mío! Suerte que me siento igual que antes –exclamó Rosa.

–No sé qué pasó. Parece que no nos envolvimos suficientemente en la luz y entró alguna energía negativa . Espero que todo esto sea pasajero y si no, volveremos a llamar a Pedro para que les devuelva su estado anterior.

Se despidieron con el rabo entre las piernas. Ninguna de ellas habló entre sí cuando salieron de la casa. Los días siguientes, cuando se encontraban se saludaban con la cabeza. Rosa observó que Pilar todavía tenía el tic nervioso y que Digna cojeaba acentuadamente. De pronto oyó a Carmen cuando le decía a su marido ¡cocococoño!, cuantas veveveces te tengo que decir que tetete limpies los pies aaaaantes de entrar en cacacasa?

 

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