Yo clicheo, tu clicheas, el clichea

Unas declaraciones de una conocida presentadora de televisión, muy comentadas y criticadas en los medios de comunicación, me han dado la pauta para analizar un aspecto importante de la vida del ser humano.

A esa señora se le ha criticado que  confesara que “no está preparada para ser abuela” y “que la juventud es un estado fisiológico y real que termina” y que “la vejez humilla y destroza”.

No podemos criticar a una mujer que no esté preparada para ser abuela aunque tenga la edad para serlo, porque cada persona “madura” emocionalmente de forma distinta y porque, además, la persona es el resultado de su socialización y sus experiencias en el camino de la vida. En la mayoría de los casos cuando le ponen a una un nieto o nieta en los brazos y siente su tibia piel, oye sus “gorjeos” y recibe su sonrisa, el corazón entra en ese estado que a la mayoría de las mujeres, que no a todas, nos produce tanta felicidad que no entendemos cómo habíamos podido vivir hasta ese momento sin sentirla.

La juventud termina, no cabe duda, para algunos antes que para otros, porque no se trata solamente de una piel tersa, unas piernas ligeras y el deseo de comerse el mundo. Se trata también de una actitud frente a las personas y las circunstancias, en fin, frente a la vida.

Pero que la vejez humilla y destroza, es un concepto bastante compartido por nuestra sociedad     –no seamos hipócritas–. No podemos enfilar nuestros cañones contra la presentadora sin antes analizarnos nosotros mismos. Una cosa es lo que debería ser “una etapa linda e importante”  y otra es lo que en el fondo sentimos. No queremos ser viejos.

Pero no somos culpables, aunque sí a partir de ahora responsables, de pensar negativamente de la vejez. Lo que se percibe  y se conceptualiza sobre el envejecimiento del ser humano y la vejez en sí, nos viene de corrientes del pensamiento clásicas. Por ejemplo, Platón conceptualizaba la vejez como el equivalente a la pérdida, enfermedad y deterioro físico y mental. Mientras que Aristóteles veía la vejez como una etapa de oportunidad, sabiduría y conocimiento.

En nuestra cultura, la vejez se conceptualiza negativamente, porque la belleza, salud y rapidez son la base de los valores de nuestra época y, por naturaleza,  todas estas condiciones físicas declinan a lo largo del ciclo de la vida. Nada es igual a los quince, que a los treinta y que a los cincuenta.

Los clichés, o modelos fijos compartidos por nuestra sociedad, se utilizan para conceptualizar la vejez o la juventud –en el caso que nos ocupa–. Los clichés o estereotipos son aprendidos a través del proceso de socialización y una vez aprendidos influyen en la conducta del colectivo.

Estas imágenes o clichés actúan directamente a través de opiniones y juicios, causando reacciones de las que uno no es consciente. Probablemente no sabemos que el concepto negativo que tenemos sobre la vejez influye y determina comportamientos “edaistas” muy discriminatorios. Según estudios de Perdue y Gurtman, llevados a cabo en el 1990, las personas, cuando se enfrentan a elementos asociados a la vejez, toman decisiones negativas perjudiciales  con más rapidez y facilidad que si se enfrentan a estímulos relativos a la juventud. Los estereotipos sobre la vejez desencadenan actitudes negativas, que a veces provocan desigualdades, incluso, sanitarias o sociales.

El cliché de que las personas mayores están deterioradas, son incapaces de aprender cosas nuevas, no se pueden cuidar a sí mismos y son desagradables y regañonas, es falso. No es adecuado generalizar. Los mayores pueden, o no, ser más vulnerables a las enfermedades dependiendo de su genética. Hemos visto en el medio envejecientes que gozan de una salud y una energía que querrían para sí jóvenes de treinta. Los mayores pueden seguir aprendiendo toda la vida y su personalidad no cambia, sino que se refuerza. Si era gruñón de joven, será más gruñón de viejo. Si era una persona tranquila, extrovertida y agradable, lo seguirá siendo. En cuanto a las condiciones psicológicas, la práctica y la experiencia que haya tenido esa persona en su vida, son más importantes que la edad.

Los estereotipos no solo influyen en la sociedad que los acoge y practica, sino en la persona mayor. Una vez aprendido e interiorizado que con la vejez llegan todo tipo de penalidades, esto queda en su memoria, causa estrés y la deja sin herramientas para combatirlo. Estas creencias acortan la vida. En estudios longitudinales, las personas que tenían estereotipos más positivos vivieron siete años más que aquellas que tenían imágenes negativas en torno a la vejez.

Quiero terminar con un hermoso y sabio poema de Jorge Luis Borges,  “Elogio de la sombra”, con la esperanza de que seremos cada vez más positivos ante esa etapa por la que todos los que seamos regalados con muchos años de vida, pasaremos.

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto. Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas que no son aún las tinieblas.
Buenos Aires, que antes se desgarraba en arrabales hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro, las borrosas calles del Once y las precarias casas viejas que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas.
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele; fluye por un manso declive y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara, las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras, no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme, pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra, sólo habré leído unos pocos; los que sigo leyendo en la memoria, leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte, convergen los caminos que me han traído a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos, mujeres, hombres, agonías, resurrecciones, días y noches, entresueños y sueños, cada ínfimo instante del ayer y de los ayeres del mundo, la firme espada del danés y la luna del persa, los actos de los muertos, el compartido amor, las palabras, Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro, a mi álgebra y mi clave, a mi espejo. Pronto sabré quién soy.

 

Una respuesta a «Yo clicheo, tu clicheas, el clichea»

  1. Con cuanto sentido de conciliación y respeto tratas el desafortunado comentario de la presentadora.
    Muy buen artículo…como siempre.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *