¿De dónde vendrán?

En mis breves ratos de ocio en los días de servicio en la biblioteca, mientras estoy esperando ver aparecer las caritas sonrientes de las niñas internas en el Hogar Escuela que vienen a devolver libros y a coger otros prestados, voy ojeando algunos de los ejemplares archivados con títulos sugerentes, para, llegado el caso, poder recomendar a mis pequeñas lectoras algún material adecuado para su edad o su formación intelectual.

En uno de esos momentos, di con un libro cuyo autor es Luis Junceda, que se titula “150 famosos dichos del idioma castellano”. Empecé a leerlo con el fin de confirmar los que ya conocía, o de conocer nuevos y me encontré con la grata sorpresa de que no solo estaban los dichos, sino su origen y su derivación en el tiempo. Me gustó. Pienso que a pesar de ser un libro orientado a niños de entre cuarto y sexto grado, nos enseña mucho a los adultos que repetimos sin cesar u oímos en boca de otras personas dichos y refranes que no sabemos de donde provienen y si su uso es adecuado en la circunstancia en que se usan.

Comparto con ustedes algunos de los que pueden ser más conocidos en República Dominicana, ya que hay otros muchos que son muy locales –en España– y que no he oído decir nunca en este país.

Apaga y vámonos. Se supone que este dicho tuvo su origen en una apuesta irreverente entre dos clérigos aspirantes a una capellanía castrense. Sucedió hace siglos en el pueblo granadino de Pitres. Los curas apostaron sobre quién de los dos sería capaz de decir la misa en menos tiempo. Se dispusieron a hacerlo. Uno oyó al otro haciendo  trampa y comenzando la misa diciendo “Ite, Misa est” –fórmula litúrgica que precede a la bendición final–. El rezagado, vuelto hacia el monaguillo, exclamó decidido ¡Apaga y vámonos!

El pintoresco dicho ha quedado como expresión de asombro ante cualquier hecho absurdo y disparatado, y también como forma de decir que algo toca a su fin.

Mandar a la porra. En las antiguas ordenaciones militares, el tambor mayor del regimiento portaba un largo bastón, muy labrado y con puño de plata, al que se conocía con el nombre de Porra. Se hincaba en un lugar determinado del campamento y señalaba el punto al que debía retirarse todo soldado sancionado con arresto.” ¡Vaya usted a la porra!”, ordenaba el oficial. Y el soldado se trasladaba sin más al lugar donde estaba clavado el bastón. Y aun cuando después de un tiempo fue suprimida esta forma de arresto, la frase quedó incorporada para siempre en el lenguaje de la calle con la carga despectiva con que hoy se utiliza.

Poner los puntos sobre las ies. Cuando fueron introducidos los caracteres góticos en el siglo XVI, algunos copistas adoptaron la costumbre de poner una tilde sobre la i minúscula, para evitar que la presencia repetida de esta vocal pudiese ser confundida con la u. Pero tal innovación no fue del agrado de todos, por lo que para algunos, poner los puntos sobre las ies era una impertinencia ociosa propia de personas excesivamente meticulosas y maniáticas del esmero. En el tiempo, este concepto fue desplazado por el que actualmente tiene: ejecutar con todo detalle lo que hasta determinado momento se hacía de manera imprecisa.

Meterse en camisa de once varas. Durante la Edad Media, la ceremonia de adopción de un hijo revestía formalidades muy particulares. El adoptante debía meter al adoptado por la manga –muy amplia– de una camisa, y sacarle por el cuello de esta, tras lo cual le estampaba un beso en la frente. Entonces, como pasa hoy, algunas de las adopciones no daban buen resultado, por lo que basado en los términos del ceremonial, el recelo de las gentes acuñó el consejo que se daba a la persona que quería adoptar, de no meterse en camisa de once varas. El modismo ha quedado como exhortación a no mezclarse en cuestiones que nos sean ajenas.

No dejar títere con cabeza. Los títeres, figuritas de pasta o madera, con poca solidez y manejadas con hilos, son en la actualidad un espectáculo para niños, pero en otras épocas las presentaciones se hacían también para recreo de los adultos, lo que explica que Don Quijote pudiera arremeter, como lo hizo según se narra en un célebre pasaje, contra el retablo de Maese Pedro, del que no dejó, en efecto, títere con cabeza. La expresión ha quedado en el lenguaje popular para ponderar el destrozo que, por rabia o por otros motivos, se hace de algo o de alguien, indiscriminadamente.

Ser una rémora. Rémora, es un pececillo acantoptericio que en la cabeza posee una especie de disco oval, cuyos bordes cartilaginosos le sirven para adherirse fuertemente a toda clase de objetos flotantes. De esta particularidad nació la creencia de que este pececillo era capaz de entorpecer el curso de las naves, e incluso paralizarlas en medio del océano. De esta leyenda se deriva la expresión ser una rémora, aplicada hoy a aquel o aquello que de alguna manera retarda, obstaculiza o complica el desarrollo normal de alguna cosa.

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