El farolillo rojo

En el cielo, todos los años, hay un concurso de productividad y eficiencia, en el que participan los ángeles responsables de todas las funciones que se llevan a cabo, para que ese conglomerado llamado Creación funcione adecuadamente.  

En diciembre, hay una premiación extraordinaria en la que se dan trofeos a las tres primeras categorías y medallas a las siete siguientes.

El departamento de Contabilidad y Auditoría se pasa todo el año recibiendo los reportes de resultados.

La efectividad se mide con mucha precisión: tantas intervenciones, tantos éxitos o tantos fracasos en las mismas. No hay posibilidad de fraude, ni los ángeles lo intentarían.

Dios, no participa en la selección de los ganadores, solamente hace la entrega de premios en la ceremonia más esperada por todos los habitantes del cielo.

En el escenario, siempre está la mesa de Dios, su hijo y los santos que le acompañaron en su vida terrenal.

Al frente y formando un semicírculo, en primera fila, las santas y santos. Su crecimiento es lento, porque últimamente no están llegando al cielo en grandes cantidades.

Después, de adelante hacia atrás, se sientan los que en vida amaron mucho, los que fueron humildes aún poseyendo bienes, los que obraron con generosidad, los que practicaron la caridad, los que lucharon contra la homofobia y la xenofobia, los que protegieron el medio ambiente, los que fueron pacientes ante tanta locura y, en la última fila, tres sillas ocupadas con políticos que habían trabajado para servir a su país y no se habían enriquecido en sus cargos.

Alrededor, estaban los ángeles excitados y parlanchines, especulando sobre quiénes estarían recibiendo reconocimientos.

San Juan agitó una campanita de cristal para solicitar el silencio de los asistentes. Inmediatamente comenzó a leer la lista de premiación entregada por los auditores.

Primer lugar: Ángeles de la Guarda Nocturnos, veintiséis millones de niños protegidos, efectividad de un 100%.  –La concurrencia se volvía loca aplaudiendo y pateando las nubes.

Segundo lugar: Ángeles de la Vida, con cincuenta y tres millones de nacimientos y tasa de efectividad de un 90% –Los asistentes aplaudían frenéticamente.

Tercer lugar: Ángeles de la Muerte, con veinte millones de fallecimientos y tasa de efectividad de 75% –se oyeron murmullos.

Después, San Juan nombró las siete categorías siguientes, las cuales recibieron aplausos tibios y, en el caso de los Ángeles del Transito, pitos y broncas.

Subieron al escenario a recibir su trofeo y tomarse la foto, Ariel, Uriel y Azrael, los ángeles responsables de las tres categorías ganadoras.

Dios hizo un aparte con el Ángel de la Muerte.

–Azrael, hijo, ¿qué está pasando con tu “average”? Cada año veo que tus cifras van descendiendo.

–Padre, los Protectores del Tránsito tienen menos efectividad que nosotros.

–No te estoy hablando de ellos –contestó Dios molesto–. Estoy diciéndote que ninguno de tus colegas tiene un trabajo más fácil que el tuyo. Sus tareas se pueden ver afectadas por el libre albedrío que les he dado a los humanos, quienes pueden decidir aceptar o no su ayuda, pero tú, solo tienes que buscar a los individuos del listado que te entrega el departamento de Mejor Vida y traerlos.

–Perdón, padre, mañana reuniré a mi equipo para que analicemos las causas de nuestros decepcionantes resultados y te presentaré el informe.

Azrael reunió a su equipo de Parcas y Calacas para analizar las razones de su descenso en la efectividad de su trabajo. Les solicitó que le presentaran las cifras por regiones mundiales y por países, para ver en cuáles se estaban produciendo los fallos y las razones de los mismos.

Al cabo de una semana, los directores de cada zona llevaron los números.

En la mayoría de los países europeos, excepto en España e Italia, la efectividad era superior al 98%. Igual pasaba en el resto del mundo excepto en los Estados Unidos y en República Dominicana.

La Calaca A-2020, responsable del servicio en el Caribe, se sintió avergonzada al ver que su equipo había sido el menos eficiente, incluso por debajo del de Tránsito, pasando a ser el farolillo rojo del cielo.

–Debemos formular hipótesis –dijo Azrael– y luego ir al campo a confirmarlas o desecharlas. Hagamos una tormenta de ideas.

–Una hipótesis podría ser que Lucifer los auxilia.

–No, Lucifer se nutre en un altísimo porcentaje de nuestros clientes.

–O, puede que tenga relación con el idioma que hablan.

–¿Acaso no son todas ustedes multilingües?

–O, que la comida que ingieren los hace invisibles.

–Tu lees muchas novelas de ciencia ficción –le contestó Azrael molesto.

–Otra podría ser que tenemos una filtración de las listas que previene a los prospectos –todos se miraron alarmados.

–Yo confío en ustedes. –añadió Azrael –Sigamos pensando. A partir de mañana, anotaremos los inconvenientes que tenemos con los mortales que se resisten a descansar en paz.

–Sugiero que hagamos un censo de nuestros territorios, anotando nombres y ubicaciones de los mortales –agregó la Parca N-1 que estaba en el oficio desde la muerte de Abel y tenía su área muy bien organizada.

–¡Excelente idea!

Pasaron varias semanas durante las cuales Calacas y Parcas fueron extremadamente cuidadosas tomando nota de todo lo ocurrido en su tarea de cambiar el estatus de los humanos.

No hubo nada irregular o fuera del procedimiento en las regiones y ciudades del mundo donde ya se había comprobado anteriormente que todo funcionaba bien.

La primera que dio la voz de alarma fue Calaca A-2020.

–Azrael, creo tener un error en las listas de República Dominicana que me suministra el departamento de Mejor Vida. En todo este tiempo de estrecha supervisión, he visto que un cincuenta por ciento de las personas listadas, no aparecen, no existen.

–No puede ser –contestó Azrael–. Los escogidos se extraen de los listados del departamento de Nacimientos y se cotejan con Bautismo y Matrimonio. ¿No será que no están buscando bien?

–¡Noooo! Vamos al domicilio del prospecto, o lo buscamos en el lugar alternativo que indica el listado y si no lo encontramos, preguntamos a vecinos y conocidos. Agotamos todos los recursos y nada.

Parca Ñ-98, supervisora de España, Parca I-419, supervisora de Italia y Calaca USA–33, supervisora de los Estados Unidos, también protestaron por la insinuación de Azrael y confirmaron que, en un área de sus territorios donde había una gran proporción de inmigrantes dominicanos, estaba pasando lo mismo.

Azrael quería resolver el problema como le había prometido a su padre. Decidió acompañar a Calaca A-2020 en uno de sus viajes a Santo Domingo. Llevaban una lista pequeña, para poder dedicar más tiempo a la búsqueda.

De las diez personas que deberían acompañarlos en su retorno, solo encontraron a cinco y las otras cinco no pudieron ser localizadas ni en sus casas, ni en los hospitales, ni en la calle.

Muertos de calor y de cansancio regresaron a la pensión donde se hospedaban.

–Doña Crusa, por favor, prepárenos la cuenta que salimos mañana temprano –le dijeron a la dueña de la pensión–. Y si es tan amable, déjenos sus datos para hacer una transferencia.

–Ay si. El depósito debe ser realizado en mi cuenta. Muchas gracias –respondió Crusa.

Mientras se duchaban, alguien pasó un papelito con los datos bancarios de la dueña de la pensión: Dolores Fernández, Banco Nacional, cuenta número 18490.

–Calaquita, haz la transferencia –ordenó Azrael.

Salieron a la calle y se sentaron en una terraza a tomar un refrigerio.

–Buenas tardes. Soy Josecito y hoy seré su camarero –les dijo un sonriente joven–. ¿Qué desean ordenar?

Azrael que era muy observador, se dio cuenta de que en el gafete de identificación el nombre que ponía era Salvador Gómez. No dijo nada, pero guardó la pesquisa. Acabaron su comida y decidieron pasar por una tienda de suvenires.

Les atendió una joven dependienta que se llamaba Paulina Vinicio, según decía su broche, y que no dejaba de mirar con una sonrisa cautivadora a Azrael.

–Buenas tardes, mis amores, ¿en qué puedo servirles?

–Queremos comprar varios llaveros de tamboras, güiras y cervezas Presidente que son muy apreciados por sus conciudadanos que están con nosotros.

Mientras Paulina buscaba lo solicitado, un compañero salió de la trastienda y la llamó.

–!Élsida! tienes llamada allá adentro. Corre, huye, que parece urgente. No te apures que yo atiendo a los señores.

–Oiga joven, nos ha llamado mucho la atención que usted ha llamado Élsida a la chica que nos atendía, mientras que su broche dice que se llama Paulina –comentó Azrael.

–Ah, si. Muchas veces nuestros padres nos bautizan con un nombre y apellido y luego nos llaman de otra forma. Yo, por ejemplo, me llamo Ramón y la gente me dice Cleto.

–¿Y por qué lo hacen?

–Antes, en los pueblos lo hacían para que cuando la muerte viniera buscándolos por su nombre, nadie supiera de ellos y no los encontrara. Y así hemos seguido y nos ha ido muy bien. Si se fijan, el número de defunciones es pequeño comparado con el de otros países.

–¡Aaah, caramba! –Exclamaron los dos ángeles a un tiempo–. ¡Gracias Cleto!

Se miraron con complicidad, pagaron los suvenires y salieron.

Azrael pensó: mi padre puso de más en el cerebro de estos isleños.

Ahora, más tarea para los Ángeles de la Guarda que serán los responsables de contrastar nombres contra apodos.

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