Claroscuros de Barcelona. Convivencia multicultural

En cada uno de mis espaciados pero continuos viajes a mi querida y siempre añorada Catalunya, he venido observando un cambio en la población. No solo en cuanto a etnias, sino en cuanto a costumbres. Hoy quiero comentar algunos aspectos que, cuando son vistos por primera vez, chocan, y luego una se acostumbra a ellos.

Catalunya, que es una región situada al nordeste de la península Ibérica, tiene tres idiomas oficiales: catalán, castellano y occitano. Este último es una lengua romance que se habla en algunas poblaciones de Vall D´Aran y Pirineos Leridanos.

Las estadísticas del año 2010 informan que hay aproximadamente siete millones y medio de habitantes y una densidad poblacional de 231 habitantes por kilómetro cuadrado. Tiene un PIB de 198,000 millones de euros (2010) y una renta per cápita de aproximadamente 27,000 euros (2010).

Sus patrones religiosos son la Mare de Déu de Montserrat y Sant Jordi. Su fiesta nacional se celebra el  11 de septiembre y se conoce como La Diada Nacional de Catalunya –familiarmente La Diada. Su himno nacional es Els Segadors, de Emilio Guanyavents y fue prohibido durante la dictadura franquista, así como la enseñanza de catalán en las escuelas.

Su tasa de inmigración es de un 15%. Las comunidades extranjeras más numerosas que la componen son: Ecuador, Colombia, Marruecos, Perú, Rumania, República Dominicana, China, Argentina, Filipinas y Pakistán.

Estos inmigrantes se ubican en diferentes ciudades y pueblos y generalmente, viven cerca de sus paisanos, a veces, ocupando grandes extensiones de los barrios. En Barcelona, hay una gran concentración de inmigrantes en Ciutat Vella, El Eixample, Sants, Montjuic  y Sant Martí. En términos porcentuales, en todos los distritos superan el 8% de la población total. En Ciutat Vella hay un 36,1% de emigrantes del total de la población del barrio.

Como es natural, estas personas aportan sus diferentes culturas que, gusten o no gusten, se van imponiendo con el paso del tiempo y haciendo evolucionar de poco en poco la cultura catalana que tan celosamente se quiere preservar.

Así, se puede adivinar en la calle, aún sin oír sus voces, la procedencia de muchas de estas personas que pueblan nuestras ciudades y pueblos. Mujeres tocadas con hiyab, personas de tez oscura y cabellos lacios, mujeres de cuerpos exuberantes que muestran con sus ropas muy apretadas, mujeres de cabellos rubios y ojos azules vestidas de forma descuidada, entre otros aspectos que los hacen ser reconocidos con precisión como inmigrantes extranjeros y hasta su nacionalidad .

Los inmigrantes chinos adultos, que en su mayor parte se dedican al comercio y a la restauración, aprenden con mucha dificultad el castellano y el catalán y se les ve en bazares que venden mercancías de todo tipo y de toda calidad –al igual que en el resto de las tiendas locales. En sus restaurantes ofrecen comida china variada, dependiendo su región de origen. Hablan en voz alta, como si estuvieran peleando y son educados con los clientes aunque no amables. Los chinos son trabajadores incansables y no cierran sus tiendas a la hora de comer, lo cual contrasta increíblemente con las tiendas catalanas que cierran desde las trece a las diecisiete. Muchos de sus hijos nacidos en Catalunya, asisten a los colegios catalanes y aprenden catalán y castellano.

De los latinoamericanos, lo que he visto es que trabajan dando servicio a  empresas o personas catalanas. Los hombres suelen trabajar en electricidad, carpintería, plomería, limpieza, restauración, etc. Mi experiencia con los servicios de estos hombres es que son cumplidores, responsables, puntuales y educados. Claro está, toda regla tiene sus excepciones. Mientras que las mujeres trabajan ayudando en las casas, cuidando enfermos o en peluquerías, donde son muy apreciados sus servicios. Hay otros más arriesgados que ponen restaurantes de comida típica. He tenido la oportunidad, varias veces, de ir al Puerto Plata, familiarmente “El Wilson” cuyo propietario, en algún tiempo, fue pastor de la iglesia y ahora es mesonero, bartender , relacionista público y hasta showman. A su restaurante acuden catalanes, dominicanos ubicados en Barcelona y turistas que en algún momento sienten deseos de comer la rica bandera dominicana y de tomarse una fría. Wilson prepara también chivo guisado con yuca y en Navidad da el servicio de venta de pierna asada, pasteles en hoja –no es su mejor plato– y alguna que otra delicia estacional de la patria chica. A la entrada del bar te recibe una bachata ñoña cien por cien que, acompañada con la amabilidad de Wilson, te traslada a un colmadón dominicano.

Los pakistaníes son también otra etnia y nacionalidad destacada en Barcelona. Se especializan en montar colmados y pequeños mini mercados que funcionan durante todo el día, los siete días de la semana. Normalmente están al frente de sus establecimientos varios jóvenes que hablan bastante buen castellano y hacen sus pinitos en catalán. Mi experiencia con ellos es que son educados, serviciales y amables.

–Buenos días señora. ¿Cómo está usted hoy? – Nunca falta cuando una llega a su tienda.

– ¿La puedo ayudar en algo?

–Si desea le puedo llevar la compra a su casa.

Todo esto sin cargo extra, aunque hay que reconocer que los artículos que venden tienen un precio por encima de lo que se compra en el súper mercado. Pero es invaluable el poder ir todas las tardes a comprar pan recién hecho, o un domingo, o en la hora en que cierran las tiendas catalanas, a comprar algún antojo o algo que se haya terminado en la despensa.

La desventaja de la inmigración, desde mi punto de vista, no es que los inmigrantes ocupen sitios de trabajo que deberían ocupar los catalanes, ya que, normalmente trabajan en servicios en los que los locales se resisten a trabajar y lo hacen bien, sino que junto con sus personas inmigra la falta de educación, el incumplimiento de compromisos, trucos y pillerías que no se conocían por aquí. También traen, a través de los jovencitos que muchas veces se resisten a adaptarse a las costumbres de su patria de acogida, las pandillas, el afán por el dinero fácil y los líos callejeros con armas blancas. De menos importancia en cuanto a las consecuencias, pero que hiere muchas sensibilidades, es el irrespeto por las reglas de los edificios –música alta, basura mal puesta, gritos–, colarse en las filas, incumplimiento de procesos establecidos, etc. Los catalanes, a los que desde niños se nos educa en el respeto a los derechos de los demás, a menudo nos sentimos atropellados.

Me gustaría ver a las comunidades de inmigrantes adaptarse a nuestras costumbres, hablar nuestra lengua y cumplir nuestras reglas. El refrán sabio a donde fueres, haz lo que vieres, trae bienestar y buena convivencia entre las diferentes culturas.

 

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