Desde dentro

Por Ivette Vilalta

Hay por aquí una voz que me descubre cada día una parte de mí. Una vocecita casi inaudible que cuando hay mucho ruido no puedo oir… mucho menos escuchar y a veces, cuando de repente todo calla a mi alrededor, la oigo repetir algo, como si fuera un susurro constante y entonces, le presto atención por un momento.
Me cuenta historias de mi, de cómo soy, de lo que quiero, de lo que necesito. Casi siempre, la primera impresión es de desear que se calle, de volver a buscar el ruido que me mantenía ajena a ella porque todo lo que dice taladra, martilla y machaca mis entrañas. Descubro entonces, que el ruido externo no vuelve, que ahora es ella quien ha tomado el mando y no me queda más remedio que escuchar… y la dejo pronunciarse.
Ocurre entonces algo muy extraño, casi mágico y es que, dentro de mí se inicia un torbellino de emociones, y las ideas vuelan por todas partes y desde cualquier lugar; del corazón salen hilos de historietas perdidas y reencontradas, de nuevas frases por escribir; de mi estómago surgen bocanadas de ideas amargas y vacíos insoportables y de mi cabeza brotan leyes de estructura y definición. Es como si se previese una feroz batalla donde la voz se proclama capitana, dispuesta a aclarar y organizar ideas y sentimientos, como si de repente un policía entrase al mercado para encontrarse a la marchanta gritando a un cliente que disfruta ajeno al mundo de sus productos sin pensar que luego los tendrá que pagar… la fuerza del orden, vamos (o del desorden).
El momento es patético por mágico que sea, porque me veo envuelta en una neblina que no me permite entender nada de lo que veo y a la vez me vuelvo sensible a todo, como si mis cinco sentidos se multiplicaran por mil y entonces, donde había un pequeño roce hay una caricia y donde había pena hay un vacío intenso; donde algo que me parecía poco acertado se convierte en el peor insulto y donde una sencilla palabra se convierte en el mensaje más claro y completo que había escuchado nunca.
Y ¿qué ha sucedido? Me pregunto. Sencillamente, me he abierto a mi misma. Sin tapujos, sin escudos para defender lo indefendible, sin rencor, sin juicios; me descubro frágil ante el mundo y sus ataques… y sucede el milagro.
De repente las ideas se alínean para crear otras nuevas, conclusiones claras y brillantes que ayudan a llenar vacíos y a endulzar pensamientos, que aceleran el brote de otras nuevas y más fuertes, que me protegen, me arropan y me recubren, que me hacen fuerte ante el mundo y ante lo externo. Me siento grande, me siento poderosa, me siento reinventada.
Del torbellino quedan siempre restos por asentar, alguna idea suelta, alguna tristeza anónima que prefiere sentarse bajo un árbol a tomar la fresca con su guitarra y cantar canciones desesperadas… y la dejo campar porque es bonito de vez en cuando, cuando acallan los ruidos, poder oir su melodía y recordarme que sigue ahí y que estará siempre esperando que la escuche para iniciar un nuevo huracán que me lleve a esa nueva etapa de crecimiento interior que me hará más mujer, más fuerte, más humana pero sobre todo, mucho más YO.

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