Tanto, tanto.

Parece que no resulto convincente cuando le digo a Maruja que la quiero. Porque si lo fuera ¿me seguiría preguntando día tras día, vez tras vez? No. Pero claro, es que yo mismo no estoy tan seguro. Se que la quiero en estos momentos, pero ¿puedo acaso estar seguro de cuáles van a ser mis sentimientos por los siglos de los siglos? No.

Nada más hay que fijarse alrededor. En casa. Seguro que mi padre le decía a mi madre que la quería y mira por donde andan, él con la Lucha y ella con sus dolores de cabeza. A lo mejor vale la pena hablar sinceramente con la Maru y decirle cómo me siento. Decirle que en estos momentos estoy tan enamorado de ella que no sabría que hacer si me dejara. Decirle que cuando la veo me olvido de todo, lo bueno y lo malo y mi mundo gira alrededor de ella como si fuera un satélite. Que la veo a ella como la compañera de mi vida y que es para mí la mujer ideal para darme hijos. Pero, eso es lo que siento en el corazón, lo que tengo en la azotea es que la vida es loca y uno sabe de hoy pero no tiene ni puñetera idea de mañana.

De nada me valió la buena intención de comunicarme con Maruja en la misma onda. Fue una mala idea lo de pensar que si le hablaba de mis sentimientos lo entendería y podríamos enfocar la relación de una forma diferente. Eso empeoró las cosas hasta tal punto que nos dejamos anoche. Tengo nuestra conversación en la cabeza como si acabara de ocurrir.

— ¿Qué te pasa Maru que no te siento como otros días?

—Estoy un poco pachucha.

— ¿Por qué?

—Porque no estoy segura de nuestra relación.

—Pero, ¿qué hay de malo en nuestra relación?

—No se, cuando me dices que me quieres se me enciende una bombillita roja.

—Mujer ¿y como puedo hacer para convencerte de cuánto te quiero?

—Queriéndome.

— ¿Qué te falta? ¿No cumplo contigo siempre? ¿No lo pasamos bien juntos? ¿No te he demostrado que eres la única mujer para mí?

—Si, pero… ¿cuánto durará?

—Durará lo que dure, yo estoy comprometido para que dure siempre, pero no soy el dueño del tiempo ni de lo que ocurre en él.

— ¿Ves? Ya sabía yo que tú ves lo nuestro como algo pasajero.

—No lo veo como algo pasajero, sino como algo intenso y verdadero. Pero me estás presionando demasiado con este asunto de “para siempre”. No lo aseguro, pero no es porque no quiera que ocurra así, sino porque el futuro está después del hoy y me gusta llevar las cosas paso por paso.

—Pues no entiendo cómo no puedes asegurar algo que deseas intensamente. Yo lo deseo, lo veo y hasta lo vivo y si tú no puedes hacer lo mismo será porque no tienes toda la intención.

—Maru, tengo toda la intención ¡Deja el mal rollo!

— ¿El mal rollo? Ahora resulta que la culpa es mía.

—No, si ya estás cansada de repetir que la culpa es mía.

—Si me quisieras no me estarías hablando así.

—Vale, pues no te quiero.

— ¿Ves como tenía razón?

—Vaya si la tienes. ¡Con Dios!

7 respuestas a «Tanto, tanto.»

  1. Que suerte que se le viró la tortilla porque la Maru era aquél grano en el trasero que va creciendo y que no deja de doler hasta que no se quita. Ayy la inseguridad ajena, que hay que buscarla en el bolsillo propio.

  2. Lo acabo de leer y me gustó mucho la forma tan sencilla y eficaz con que presentas situaciones tan cotidianas; también me gustó mucho el diálogo y su derivación a lo absurdo. En cuanto al contenido, tratas uno de esos temas tan complicados como somos los seres humanos en general. Y la foto con el tranvía quedó genial! Lisboa? Éxitos en los siguientes…

    1. Felicidades!, seré su fans No. 1, excelente escrito, un reflejo exacto de la inseguridad de los seres humanos.

      Un abrazo!

  3. Muy bueno tu relato. Te felicito. Espero tus proximas publicaciones. Mucha suerte en esta nueva etapa que emprendiste. Enhorabuena!!

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