Comparaciones

Todo empieza a ser mejor o peor a partir de la comparación. Por eso es que todo en la vida es relativo.

En un aeropuerto norteamericano, en vísperas de Nochebuena, varios militares vestidos con sus trajes con estampados de camuflaje y con bolsas medianamente grandes, nuevas, de la misma tela que los uniformes, esperan la salida del avión que los conducirá a su ciudad y hacia los suyos. El tiempo de espera es infinito para estos jóvenes y sus familias.

Son muchachos, altos y fornidos (concibo la idea subjetiva de que son escogidos así, porque no puede ser que todos los norteamericanos que van al ejército estén en el cuadrante de los percentiles más altos de estatura y complexión); son de diferentes minorías étnicas. En esta ocasión sus caras están alegres y charlan entre sí disipadamente. No se alcanza a oír de qué hablan, pero una se imagina que comparten alguna anécdota o experiencia, o tal vez están contando algo de sus respectivas familias o están compartiendo las expectativas sobre las vacaciones; lo que quiera que sea que hablan, es positivo, a juzgar por sus caras.

Una pareja con una niña que está preguntando a sus padres acerca de los trajes de los jóvenes sentados al frente, se les acerca y les pregunta —¿Vienen a quedarse para siempre o vienen de vacaciones?

—De vacaciones, estaremos en casa por doce días—responde el que parece más mayor y de tez oscura.

—Queremos que sepan que apreciamos mucho su trabajo y su entrega— dice la joven madre con una amplia sonrisa. El soldado responde con otra sonrisa y dice —Muchas gracias.

Para subir al avión, estos soldados tienen preferencia junto con los pasajeros de primera clase, los enfermos o personas con alguna discapacidad y los niños. Dentro del avión se ven algunos de los militares sentados en primera clase y el primer pensamiento, subjetivo de nuevo, es que también hay diferente poder adquisitivo entre ellos  y que las clases se dan en todas las profesiones y entre todos los seres humanos.

El avión ha despegado y el capitán se dirige a los pasajeros con las palabras habituales de información del vuelo, piensa una. Pero en esta ocasión, comienza explicando que nos honran con su presencia varios militares que regresan a su casa de vacaciones para volverse a marchar en breve. Aclara que algunos pasajeros  de primera clase han cedido sus asientos a algunos de los soldados. Muchos pasajeros aplauden. El gesto y las caras lo dicen todo. Hay agradecimiento y admiración hacia estos jóvenes muchachos, ya sea que compartan o no las razones por las que están alejados de su patria. Seguramente les recuerdan  a vecinos, amigos y familiares que han pasado por la misma experiencia de dejar ir a los hijos lejos, con la alegría de  recibirlos y con la tristeza de dejarlos marchar por la poca seguridad que tienen sobre de su regreso.

Cuando el avión aterriza, el capitán vuelve a dirigirse a los viajeros solicitándoles que dejen pasar primero a los soldados. Pasillos vacíos, es como si dejaran salir al cura después de decir la misa; nadie se mueve de sus asientos hasta que ellos llegan al frente del avión y entonces, vuelven a sonar los aplausos de despedida. De nuevo un acto de agradecimiento y de reconocimiento a los jóvenes militares.

Enseguida sentí achicárseme el corazón al acordarme de los militares dominicanos.

Hay entre la población mucha predisposición negativa hacia ellos. Se piensa que la mayoría de los militares son personas de tercera categoría que no han tenido otra salida en la vida que unirse al ejército, la policía, la marina y la aviación, ya sea por su falta de educación o por su desidia. Se piensa que con los sueldos que ganan no tienen otra forma de sobrevivir que no sea con el macuteo, el robo, la extorsión y otros tipos de actos incorrectos. Ayuda a esta imagen el físico dejado que exhiben algunos, los uniformes desgastados y hasta rotos y las maneras poco educadas y cordiales de dirigirse a la población civil. En muchos casos, puede que se hayan ganado esta percepción «a pulso». Todo esto hace que en lugar de tener la confianza para acudir a uno de ellos en caso de necesidad, se esquiven; hace que muchas personas se dirijan a ellos disminuyéndolos, desconsiderándolos o exhibiendo poder con el fin de sepan quién está sobre quién.

No es posible que todos los jóvenes que se inician como militares sean personas incorrectas, malas, traicioneras, traficantes o vulgares ladrones como presenta el “cliché” actual. Pero sí que es posible que se vayan volviendo así porque la sociedad no los acoge, no les da ningún reconocimiento, no los trata como personas, no los lleva a superarse y crecer a través de una educación continua, no les da las gracias por lo que hacen por ella y ni siquiera les retribuye adecuadamente su tiempo y su labor. De seguir así, nuestros militares no recibirán aplausos, ni se les cederá el asiento, ni se les reconocerá su servicio hacia nosotros y nosotros seremos los que saldremos perdiendo.

Hay muchas cosas que reclamar a los gobiernos, una de ellas es que en las comparaciones con otros países, no salgamos tan mal parados.

2 respuestas a «Comparaciones»

  1. En Finlandia, una de las carreras y ocupaciones que tiene mayor prestigio y reconocimiento es la de los maestros, pedagogos, profesores, por el gran aporte que hacen a la sociedad. Y no son los mejores remunerados, pero el reconocimiento público es mayor que ello. Cuántos países y sociedades deberían seguir este ejemplo! Un abrazo desde Hungría.

    1. Bueno Tony, como bien sabes aquí los maestros carecen de los dos, de reconocimiento público y de buena remuneración. Y ellos, como otros profesionales tildados «de tercera» (como los de mi comentario) siguen trabajando por necesidad. Siento mucha envidia de Finlandia y de cualquier país que reconozca a sus trabajadores, no importa a lo que se dediquen y/o su especialización. Pero tengo esperanza de que algún día…

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