Inteligencia emocional y aprendizaje

Hoy seré dueño de mis emociones.
Si me siento deprimido, cantaré.
Si me siento triste, reiré.
Si me siento enfermo, redoblaré mi trabajo.
Si siento miedo, me lanzaré adelante. Si me siento inferior, vestiré ropas nuevas.
Si me siento inseguro, levantaré la voz.
Si siento pobreza, pensaré en la riqueza futura.
Si me siento incompetente, recordaré éxitos del pasado.
Si me siento insignificante, recordaré mis metas. Hoy seré dueño de mis emociones. Og Mandino

Las emociones juegan un papel muy importante en el aprendizaje en todas sus etapas: la escolar, la universitaria o la del aprendizaje permanente al que hoy nos obligan a los adultos las responsabilidades  profesionales y ejecutivas.

Hay emociones que favorecen el aprendizaje y hay otras que lo perjudican o lo obstaculizan. Estados anímicos como la alegría, el entusiasmo o el coraje nos impulsan con la energía emocional adecuada para llevar adelante, con eficiencia, cualquier proceso de aprendizaje. Y estados anímicos como la tristeza, el miedo o la cólera, perturban, obstaculizan e incluso pueden anular el proceso de aprendizaje.

También, la intensidad de una misma emoción puede convertirla en positiva o negativa para distintas actividades.  Por ejemplo, un deportista puede tener un determinado nivel de ansiedad que puede mejorar su rendimiento; pero si tiene mucha ansiedad, no alcanzará su máximo nivel. Un actor puede ser estimulado por la ansiedad, y así mejorar su actuación, pero si esa ansiedad se convierte en miedo, al salir al escenario saldrá disminuido y hasta puede olvidar lo que tiene que decir. Lo mismo puede ocurrir ante un examen, una presentación en público, o ante la elaboración un informe.

Hay cuatro niveles en los que nuestros estados emocionales pueden afectar nuestro aprendizaje: en una etapa inicial con disposición, motivación, interés, etc.; en una etapa intermedia, influyendo en la perseverancia, persistencia y  regularidad en el estudio; en una etapa de obstáculos, para lograr el manejo de las dificultades, de la frustración o de la adversidad y en una etapa final  para obtener equilibrio emocional para interiorizar nuestros conocimientos o poder aplicarlos.

Si nos detenemos en el tipo de educación antigua –y que, por desgracia para los educandos, todavía se usa en muchas escuelas– podremos observar cómo los profesores preferían a los niños conformistas que conseguían buenas notas y exigían poco, valorando a los aprendices receptivos más que a los aprendices activos.

Así pues, no era –y es– raro encontrarse con “pigmaliones” que esperaban que el niño sacara buenas notas y éste las conseguía, no tanto por su mérito, sino como por el trato que el profesor le daba, la calificación de sus tareas y pruebas. También se daba –y da– el caso en que el niño ni siquiera trataba de esforzarse cuando veía el modo en que los profesores respondían a sus fracasos.

La escuela debe ser la formadora de personas inteligentemente emocionales, creativas y productivas. Para lo cual, se debe replantear el currículo escolar, o por lo menos el del aula, en el que se ofrezcan herramientas académicas básicas como el manejo efectivo del lenguaje, el trabajo empático y en equipo, la resolución de conflictos, la creatividad, el liderazgo emocional y el servicio productivo.

Goleman, ha llamado a esta educación de las emociones Alfabetización Emocional y según él, lo que se pretende es enseñar a los niños a modular su emocionalidad desarrollando su inteligencia emocional.

Los objetivos que se persiguen con la implantación de la inteligencia emocional en la escuela, son los siguientes:

  • Detectar casos de pobre desempeño en el área emocional.
  • Conocer cuáles son las emociones y reconocerlas en los demás
  • Clasificar sentimientos y estados de ánimo.
  • Modular y gestionar la emocionalidad.
  • Desarrollar la tolerancia a las frustraciones diarias.
  • Prevenir el consumo de drogas y otras conductas de riesgo.
  • Adoptar una actitud positiva ante la vida.
  • Prevenir conflictos interpersonales.
  • Mejorar la calidad de vida escolar, familiar y comunitaria.
  • Aprender a servir con calidad.

Para conseguir esto se necesitan profesores con un perfil distinto al que estamos acostumbrados a ver, que  aborden el proceso de manera eficaz para sí y para sus estudiantes. Para ello es necesario que él mismo se convierta en modelo para sus estudiantes de equilibrio de armonía emocional, de habilidades empáticas y de resolución serena, reflexiva y justa de los conflictos interpersonales. Este docente debe poder transmitir modelos de afrontamiento emocional adecuados para las diferentes interacciones que los niños tienen entre sí.

Por tanto, no buscamos sólo a un profesor que tenga conocimientos adecuados de las materias que enseña en clase, sino que además sea capaz de transmitir una serie de valores a sus estudiantes, desarrollando una nueva competencia profesional.

Estas son algunas de las funciones que debería poder desarrollar el nuevo maestro:

  • Percepción de necesidades, intereses y problemas de los niños, en concordancia con las necesidades, intereses y problemas de su familia y escuela y de su barrio y comunidad.
  • Ayudar a los niños a establecerse objetivos personales relacionados con sus proyectos de vida.
  • Facilitar los procesos de toma de decisiones y responsabilidad personal del estudiante.
  • Ofrecer orientación personal al niño para que obtenga su desarrollo emocional.
  • Establecer un clima emocional positivo, ofreciendo apoyo para aumentar la autoconfianza y autoestima de los niños de su aula.

Se propicia la inteligencia emocional analizando las situaciones conflictivas y problemas cotidianos que acontecen en el contexto familiar, escolar y comunitario y que generan tensión, para hacer factible el desarrollo de las competencias emocionales en los niños.

No obstante, para que se produzca un elevado rendimiento escolar, hay algunos factores deseables en el estudiante: la confianza en sí mismo y en sus capacidades; curiosidad por descubrir; intencionalidad, ligada a la sensación de sentirse capaz y eficaz; auto control; relación con sus pares; capacidad de comunicar y cooperar con los demás.

Hay que resaltar que para una educación emocionalmente inteligente, los padres de los futuros niños escolarizados deben dar ejemplo de inteligencia emocional a sus hijos, para que una vez que éstos comiencen su educación regular, ya estén provistos de un amplio repertorio de esas capacidades inteligentes, desde el punto de vista emocional.

 

 

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