El que espera, desespera

Ahora que tengo un amigo que se siente ansioso porque está esperando los resultados de unas pruebas médicas, reconozco esa sensación, ya que la he sentido muchas veces cuando yo misma he tenido que pasar por ese trance.

Con el asunto de la medicina preventiva, con la que estoy cien por cien de acuerdo, los mortales que podemos hacerlo, cada cierto tiempo, pasamos por un pequeño purgatorio en clínicas y hospitales haciéndonos analítica de todo tipo y pruebas para comprobar el estado de los diferentes aparatos y órganos de nuestro cuerpo.

Una va a la clínica creyendo que está en buen estado y se somete a reconocimientos y experimentos que espera salgan perfectos. Otra cosa es lo que sucede. Siempre aparece algo con lo que no contábamos y, sobre todo, después de cierta edad. Pero, es bueno saberlo a tiempo y aunque con miedo, se repite periódicamente la experiencia.

El proceso de comprobar el grado de salud del individuo es bien interesante y cada persona lo afronta de manera diferente. Yo por ejemplo, he aprendido después de haber pasado por muchos enfados y rabietas, que cuando una va al médico, sabe cuándo va pero no cuando regresa. No importa que una tenga cita, o que el médico reciba a los pacientes por orden de llegada. El paciente se llama así porque desarrolla la paciencia en estas lides. Pues bien, yo he acrecentado esta virtud en base a pequeños trucos que me permiten que el tiempo pase sin darme tanta cuenta.

Llego al consultorio, me pongo presente con la enfermera o secretaria, pregunto cuántas personas están delante de mí y hago mis cálculos con el peor escenario para hacerme consciente de la hora a la que, con suerte, podría estar saliendo. Siempre le añado un cincuenta por ciento más de tiempo para poder sentirme feliz cuando salgo media hora antes de lo previsto.

Una vez insertado este aspecto en mi organizada mente, me ubico en un lugar con buena vista; no a la calle ni a un paisaje, sino donde pueda observar a mis congéneres en su deambular por los pasillos y los consultorios.

Una de mis distracciones favoritas  es poner mi cabeza de forma que mis ojos vean el piso solamente. Veo piernas o pantalones que terminan en zapatos, zapatillas de deporte, sandalias, etc., y entonces trato de imaginar cómo es el resto de lo que me falta por ver: si pertenecen a gente joven, mayores o viejos; personas simpáticas o antipáticas; dinámicas o apagadas; sanas o enfermas; con poder adquisitivo o si él. En principio, siempre pensaba que el tipo de atuendo debía estar  relacionado con el calzado. Me llevaba tremendas sorpresas. Hasta que fui cogiendo la clave y ahora puedo decir que resuelvo un setenta por ciento de los casos.

También observo a las personas que vienen acompañadas y trato de adivinar si los acompañantes son hijos, padres, amigos, familiares o relacionados. De la forma como se comportan los acompañantes, deduzco –según mis esquemas mentales y mis conocimientos de la mente humana– si el problema del paciente es importante o no, y si el paciente le importa al acompañante como para que este sienta empatía con él. A veces puedo comprobar mis hipótesis, a veces no y a veces me equivoco rotundamente. Pero siempre salgo con historias de seres humanos a las que trato de ponerles un final feliz.

Observo también, que cuando se recogen los resultados, aunque se entregan en sobres cerrados, las personas se sientan en el primer asiento libre –yo también lo hago– y abriendo el sobre se ponen a mirar el contenido, muchas veces sin entenderlo y sacando de adentro el masoquismo que a todos nos adorna  en mayor o menor grado, para empezar a pensar en lo peor. La espera de resultados, en definitiva, es un trago amargo.

En fin, tengo infinitas técnicas para pasar el rato, siempre relacionadas con entender a los demás. Pero no soy yo sola la que observa, los demás hacen lo mismo conmigo.

En una sala de espera para una sonografía pélvica, estaba yo siguiendo las recomendaciones de la enfermera y bebiendo vaso de agua tras vaso de agua, hasta poder sentir la sensación de la vejiga llena necesaria para una buena visión del interior del abdomen. De pronto, un hombre que me pareció de tierra adentro y que estaba sentado a mi lado me preguntó:

–Doña, ¿usted desayunó arenque?

Por un momento pensé que no era a mí que me lo estaba preguntando. Me cogió fuera de base.

– ¿Por qué? Le respondí.

–Es que –me dijo con toda su inocencia–, como la veo que no para de tomar agua…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *