¿De dónde vendrán? (y 2)

Termino con esta segunda parte mi recolección de orígenes de refranes y dichos españoles, a los que uno recurre muchas veces con la intención de reforzar lo que pensamos, con palabras de otros, que suponemos sabias, por aquello de que «Cuando no sepas qué hacer, un refrán te lo puede resolver».

Tener muchas ínfulas. En la antigüedad se llamaba ínfulas a unas tiras o vendas que, enrolladas en la cabeza en forma de diadema, solían lucir los príncipes y los sacerdotes paganos como señal distintiva de su dignidad. Con estas ínfulas de las que pendían a cada lado sendas bandas, se adornaban también los altares y, en ocasiones, las víctimas que eran llevadas al sacrificio. La calidad y el número de estos adornos delataban el rango de la persona. Pasado el tiempo, el dicho designa a todo aquel que tiene una actitud de orgullo y vanidad desmedidos –prepotente –.

Quien fue a Sevilla perdió su silla. Cuando Enrique IV reinaba en Castilla, un sobrino del arzobispo de Sevilla fue designado arzobispo en Santiago de Compostela. Pero presumiendo el tío que, a causa de las revueltas que se daban lugar en Galicia le iba a ser muy difícil a su sobrino posesionarse del cargo, marchó a Santiago para allanarle el camino y las dificultades, mientras el sobrino le manejaba sus negocios en la sede de Sevilla. Cuando concluyó la misión del tío regresó a Sevilla y se encontró que su sobrino no quería abandonar la sede que regentaba. Se hizo necesaria la intervención papal y la del rey Enrique para que dejara la silla. De ahí viene el dicho quien fue a Sevilla perdió su silla, con que usualmente se desaconseja el hecho de descuidar, por ausencia, cualquier ocupación o lugar preferente.

No hay tu tía. En la medicina antigua, el hollín resultante de la fundición y purificación del cobre era elaborado en forma de ungüento, al que se atribuían virtudes curativas para ciertas enfermedades oculares. Este ungüento llamado, tutía, atutía o atutía, parece citado con frecuencia por los publicistas de la época. Llegó a ser muy prestigioso y el sentir popular acuñó deformada la expresión no hay tu tía, para dar a entender que algo, por su dificultad u obstinación, es imposible y sin remedio.

Ser el chivo expiatorio. Entre los antiguos judíos, el Gran Sacerdote, en el Día de la Expiación, ponía sus manos sobre un macho cabrío –el Azazel–, imputándole todos los pecados y abominaciones del pueblo israelita. Tras esta ceremonia, el macho era devuelto al campo, en el valle de Tofet, donde la gente le perseguía entre gritos, insultos y pedradas. Por analogía, en la actualidad se denomina chivo expiatorio a aquel sobre quien se hace recaer toda la culpa de una falta colectiva.

Echar con cajas destempladas. En el pasado, cuando un militar incurría en delito de infamia y la superioridad disponía separarle del Cuerpo, se destemplaba el parche de los tambores o cajas, y redoblando sobre ellos se procedía públicamente a la degradación del soldado. También, con cajas destempladas se conducía a los reos hasta el cadalso donde iban a ser ajusticiados. Echar con cajas destempladas equivale, en nuestra época, a despedir a alguien con acritud y malos modos.

Andar a la sopa boba. En tiempos pasados era costumbre de ciertos monasterios y conventos repartir al medio día escudillas de caldo salpicado con mendrugos de pan, a mendigos y estudiantes menesterosos. A esta comida se la llamaba sopa boba. A los estudiantes que solamente se sustentaban con esto se les llamaba sopistas. Andar a la sopa boba se aplica a la conducta de todo aquel que, por holgazanería, vive regaladamente a costa de otro sin el menor escrúpulo.

Dorar la píldora. Las píldoras, cuya finalidad es medicinal, suelen estar compuestas de productos amargos o ingratos al paladar. Los boticarios de antaño, al igual que lo hacen hoy los laboratorios farmacéuticos, enmascaraban, “doraban” las píldoras con alguna sustancia de sabor azucarado, de forma que fuera más agradable tomarlas. La expresión dorar la píldora, más  que mentir, tiene como propósito dulcificar o decir o hacer algo de forma que produzca el menor daño a quien escucha.

Tener vista de lince. Si bien es cierto que el lince tiene una agudeza visual extraordinaria, el origen de este dicho no se debe a la característica de este animal, sino a un personaje legendario, hijo de Alfareo, rey de los mesenios, de quien se decía que era capaz de distinguir a simple vista, desde su atalaya de Libia, a una flota de guerra que partiese desde Cartago, así como traspasar con su mirada toda clase de objetos opacos. Le llamaban Linceo, y de este nombre, que no del lince, procede la expresión ponderativa de tener vista de lince.

Cargarle a uno el muerto. De acuerdo con las leyes medievales, cuando en el territorio de cualquier localidad se hallaba el cuerpo de alguna persona muerta en circunstancias extrañas, si no era posible determinar  la identidad del homicida, el pueblo estaba obligado a pagar una multa, llamada indistintamente homicidium u omecillo. Con el fin de eludir el pago de la multa, en tales casos, los habitantes del pueblo en cuestión, se apresuraban de común acuerdo, a trasladar el cuerpo de la víctima a la localidad vecina, de manera que la responsabilidad del crimen viniese a recaer sobre ésta y fuera ésta quien tuviera que pagar la multa. Echar o cargar a uno el muerto, hoy se utiliza en sentido figurado como equivalente de la pretensión de descargar sobre otro la culpa por algún delito o falta que no ha cometido.

 

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