Elucubración digital

En ese sitio, todos convivimos y creemos conocernos profundamente.

Dentro de nuestro recinto nos sentimos cómodos porque andamos con una máscara que difícilmente permite ver lo que hay detrás, lo que hay adentro. En ese lugar, no nos la quitamos nunca. Jugamos a ser lo que no hemos sido ni seremos. Nosotros, esa gran familia, damos rienda suelta  a fantasías, emociones, mentiras, venganzas, curiosidad, machismo, prepotencia, timidez, baja autoestima  y cuanta debilidad o fortaleza pueda el ser humano poseer. Nos sentimos protegidos por la falta de contacto, por no vernos obligados a mirar a los ojos,  por abrazar y besar sin riesgo alguno, por no tener que agachar la cabeza al tener que  admitir fallos, por vivir nuestra  fantasía disfrazada de verdad.

En nuestro recinto sagrado, no se sabe que en algún momento hemos falsificado alguna firma o hemos estafado a alguien. Nuestra imagen es tan impoluta que los otros ciudadanos nos admiran y creen que no hay otra persona más honrada que nosotros.

En este nido confortable, no decimos que hemos maltratado a seres queridos física o sicológicamente, hasta hacerlos sentir escoria.

O nos presentamos tan almibarados con nuestra pareja que los otros tienen envidia de nuestra relación, cuando, en realidad, está tan resquebrajada que puede hacerse añicos en cualquier momento. U ofrecemos la versión «ahora que estoy solo o sola, estoy mejor», mostrando una alegría que, en realidad, está inmersa y casi ahogándose en un duelo por pérdida.

También hacemos alarde de nuestras riquezas, nuestros hobbies –que siempre suelen ser costosos–, nuestros planes de vida de apariencia glamorosa y perfecta, con lo cual, otros cívicos sienten que la suya no tiene aliciente ni futuro, careciendo de tantas cualidades y cosas que los demás sí poseen.

Publicamos fotografías mágicas en las que se nos ve viviendo cuentos de hadas. Llevamos puestos  uniformes de maratón, ciclismo, buceo, paracaidismo, rafting y cuanto deporte se nos ocurra, cuando, en realidad, sabemos que solo lo hicimos una vez y abandonamos a mitad del evento por miedo o por falta de recursos fisiológicos. O llevamos nuestras mejores galas, nuestros esmóquines o nuestras diademas confeccionadas con purpurina barata, pero que brillan a la luz de las risas.

Nos presentamos como baluartes de honradez, ética y moral y cargamos contra el gobierno de turno por su corrupción, su desidia, su falta de visión, su nepotismo, su clientelismo, mientras practicamos alegremente todo tipo de trampas para beneficiarnos económicamente o tener más poder. Y nos quedamos tranquilos en casa viviendo nuestra vida, permitiendo que ocurra lo que podríamos impedir si nos involucráramos. Nos tranquilizamos diciendo que uno solo no puede arreglar tanto embrollo, o le pedimos a Dios que lo haga y nos proteja. En Dios confiamos.

Otros nos montamos en el caballo Pobrecito y Pobrecita de Mí para recibir caricias emocionales que funcionan por unos instantes. Si nuestra vida está vacía –como si fuera una adición a una sustancia–, necesitamos recibir retroalimentación positiva constantemente. Buscamos halagos, bendiciones, aprobaciones, subidas de moral, aparente cariño y otras herramientas que funcionan hasta que de pronto, vemos que tenemos el mismo hueco en el corazón.

También somos dados a tener especialidades, música, religión, pintura, manualidades, cocina, psicología y todología, las cuales manifestamos en nuestros escritos, fotografías o carteles copiados de otros autores a los que no damos el crédito. Pero, qué bien nos sentimos en este papel intelectual o de conocedores.

Compartimos historias conmovedoras de personas y animales para que con un “like” queden borrados todos nuestros pecados, nuestra apatía y nuestra falta de interés por la sociedad de abajo y de encima.

A estas alturas del escrito, ya está claro que en el país Facebook convivimos todo tipo de animales racionales e irracionales, quienes compartimos  alegrías, tristezas, patologías, bondad, visiones iluminadas, santidad, creatividad y mala leche, y que damos seguimiento a nuestros conciudadanos imaginando vidas cuyos insumos son sus publicaciones y nuestra imaginación.

No creo que ninguno de los trajes que he cortado te sirva porque no es para ti. Y si por casualidad quieres hacerle algún arreglo al tuyo, hazlo. Yo estoy buscando un buen sastre que me ayude a dar con el modelo que mejor me ayude a vivir dentro, pero sobre todo, fuera de Feibulandia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *