El amor del negrito

“La noche busca pareja, la fiesta ya va a empezar, si tú no bailas conmigo, prefiero no bailar. La luna con el romero, la aurora con el pinar, el viento con la marea y el trigo con la enramá. La lluvia con el naranjo, la niebla con el cristal, la albahaca tiene un tomillo que la espera en el rosal. Yo he visto un cielo estrellado bailando sobre la mar, y he visto un sol desgreñado con una nube bailar. Bailaba la mariposa con un granito de sal; la acacia con el ingenio, la yerba y el matorral, la yuca con el jengibre en un pilón de majar se almidonaban de besos apretados en un vals y hasta la flor de azucena ya tiene con quien bailar. Si tú no bailas conmigo, la noche se queda en vilo. Si tú no bailas conmigo, prefiero no bailar”.

La letra de esta canción de Juan Luis Guerra –como otras muchas de este gran compositor y poeta de los sentimientos populares– despierta en mí una emoción que se expande a través de mi pecho y se sale por los poros, aun sin pedir permiso. Y cuando la oigo, tengo que reprimirme para no coger el teléfono, o decir  a viva voz a mi compañero de vida: si tú no bailas conmigo, prefiero no bailar.

Pero, ¿Cómo se llega a poder decir esta frase con un convencimiento total? ¿Cómo tener  la certeza de que bailar con otro sería una sesión de pisotones, tropezones y prisa por terminar el baile? Primero, en el momento de enamorarnos, deberíamos ser lo suficientemente maduros como para entender que una cosa es pasión y otra cosa amor. Pero claro, la juventud y la pasión son dos apisonadoras que pasan por encima de la razón y el análisis –que de otra forma las uniones serían sin color y sin vida y el amor nonato antes de comenzar la experiencia. Por tanto, con la pasión por montera se necesita mucha suerte en la elección y muchos años de convivencia con altos y bajos, como consecuencia de haber implantado en la vida el método de prueba y error y haber fallado más veces de las que se sabe contar.

No digo que no haya que  integrar en el cuerpo y el alma las teorías y enseñanzas de los sabios en la materia, pero no sería esto en lo que más confiaría para aseverar que quiero compartir la vida con mi pareja. Se trata de irse, los dos,  desprendiendo capa por capa, hasta llegar a la esencia de cada uno como ser humano y, completamente desnudos, entenderse, darse soporte, darse aliento, reír y llorar juntos ante los triunfos y los tropezones de la vida.

En el camino se sufre. Las ideas románticas que se han venido fabricando en toda la historia de la humanidad se van diluyendo en el transcurrir de la convivencia porque no son reales y porque no hay una receta universal del amor que sirva para todas las personas;  y mientras lo hacen, la desilusión, la frustración y la confusión toman asiento y convocan a la rabia, la apatía, la indiferencia y la búsqueda de algo inexistente. Si en un momento determinado no encontramos el camino para llegar al grial, si hemos tomado uno o varios caminos equivocados, probablemente abandonaremos la búsqueda o seguiremos buscando eternamente.

Aun siendo transparente para el compañero, con el riesgo que esto supone, no hay nada predecible, ya que ambas personas evolucionan o involucionan y van cambiando. Por eso, la comunicación debe convertirse en habitual. Es adecuado que conozcamos el camino que vamos pisando y si hay una mina en el mismo, se nos advierta.

Ojalá fuéramos expertos en comunicación, ya que de eso depende en gran medida nuestra felicidad. Saber escoger el tema, momento, las palabras, la entonación y la postura corporal no es fácil, pero cuando con el tiempo se va conociendo al interlocutor, se va afinando el instrumento.

En el día de San Valentín, en el que se ha dado al amor un tinte de banalidad y comercio, si tiene pareja y usted entiende que vale la pena, vuelva a escogerla con diferente visión y baile solamente con ella para optar por uno de los primeros puestos en el concurso del baile de la vida.

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