7 historias de amor. Viernes: amor less

Cuando una se despierta a media noche, todas las noches del año, da tiempo a pensar en todo; a vivir una segunda vida más oscura o más clara, –dependiendo de lo copioso de la cena– e incluso a darle seguimiento a los pensamientos de la noche anterior, si es que no se disuelven en los sudores, los miedos o los dolores de cabeza.

Veo una ligera sombra en medio de la puerta. Tiene que ser la luz de la calle que se filtra por las persianas. ¿Y si se apareciera mi madre por ella? No sentiría miedo. Aprovecharía para preguntarle muchas cosas. Nada que ver con el más allá ni con descripciones sobre la fuga del alma hacia otras dimensiones, o simplemente a la nada. Cosas mucho más terrenales que se quedaron en el bolsillo del corazón, sin compartir. Piezas que faltan en el rompecabezas familiar: ¿Cómo te sentiste cuando te separaron de tus hermanos para ir a vivir con la tía Rosa? ¿Acaso tu corazón no se angustió el primer día y, quizás siempre, cuándo estabas triste y tenías ganas de abrazar a tu madre y no la tenías cerca? Es verdad que no te faltaron cuidados, pero no era eso lo que más necesitabas en ese momento. Habrías cambiado la carne y el queso por una sonrisa y un beso.

Y lo peor era las preguntas que de seguro te hacías a ti misma: ¿Por qué me separan? ¿Qué habré hecho mal?, ¿Soy mala?, ¿Por qué mis hermanos se quedan? Te explicaron muchas veces que tu madre viuda no podía con todos los hijos, que estaban pasando hambre, que la tía Rosa no tenía hijos y quería criarte como si fueras una hija, que tendrías una mejor vida. Pero tú no recordabas haber pasado un solo día sin comer. No recordabas algo mejor que la sopa de ajo con pan que se cenaba en tu casa casi todos los días, acompañada de risas y peleas, de juegos al escondite y de cuentos de terror. ¿Por qué alguien podía asegurar que estarías mejor en otra casa? ¿A qué mejor vida se referían los mayores?

Y nadie te pidió tu opinión. Tú fuiste la escogida, y ya. Tu hermana mayor no era elegible porque nació con Tourette. Tu hermano tampoco porque era varón, y tus otras hermanas demasiado pequeñas. Tú eras la mejor opción para lo que se necesitaba. Tan sencillamente, escudados en hacerte un bien, colocaron tu vida en un limbo rosa y perfumado, pero ajeno. Tu amor fue perdiendo el perfume y al cabo del tiempo, cuando lo necesitaste, ya habías olvidado cómo querer a las personas, tan cercanas como tu esposo e hijos y tan lejanas como el resto de tus congéneres. Alguien había decidido cambiar tu rumbo.

Me doy cuenta que nunca profundizamos en las cosas que podían habernos unido más y podían haberme servido de guía: ¿Cómo fue tu adolescencia y tu juventud? ¿Tuviste amigas y amigos? Nunca te oí contar nada de ellos, por lo que asumo que no tuviste, o si tuviste, pasaron de largo por tu memoria. Dejase en el camino la capacidad de compartir sentimientos, emociones, de vivir la vida.

¿Cuántos novios tuviste? Me consta que papá no fue el único, pero nunca se me ocurrió preguntarte si tuviste más y cómo fueron. No sé si tu juventud fue espolvoreada con las especias que le dan olor y sabor a esa edad. Ni siquiera me hablaste de tu boda, ese acontecimiento que la mayoría de las mujeres recordamos con gusto y que parece que tú no lo fijaste en la memoria, o no le dabas relevancia en tu vida o, sencillamente, no lo querías compartir conmigo. Parece como si hubieras querido borrar de tu vida tus años de niñez y adolescencia, lo que me lleva a preguntarte: ¿Te casaste por amor o para ser libre de una tutoría impuesta? Pero hago tarde la pregunta. Y me pregunto a mí misma ¿Por qué tuve tan poca curiosidad sobre tu vida? ¿Éramos tan lejanas como para no tener interés en esas respuestas?

Si hubieras compartido conmigo, si me hubieras dejado entrar en tu vida, habría podido entender mejor tu conducta en la que la responsabilidad, la rectitud, el trabajo y rabia fueron sus principales componentes. Pero tengo que darte el crédito porque, al final de tus días, los nietos hicieron un agujero profundo en tu alma y de ahí brotó un manantial de amor y caricias. No era un manantial común; tenía el color de tu interior, sí; a veces sus aguas eran amargas, sí, pero era algo nuevo que ablandaba tu existencia y enriquecía la nuestra.

Esos pensamientos a las tres de la mañana duelen, o por lo menos desazonan. Por eso, es mejor buscar en el dial otras conexiones que ayuden a dormir: ¡Qué suerte he tenido en la vida! Estoy desvelada pero viva; tengo salud; tengo un compañero que me entiende, me da soporte y vive a mi lado por su elección; tengo unos hijos que andan por la vida y por su cuenta, de la mejor manera que saben o pueden y que se han multiplicado para grandeza del universo y mi delicia; no me faltan recursos para comer o para vivir una vida digna; tengo amigos ante los que puedo ser como soy y no me quieren por lo que hago o tengo, sino por mí; me acoge una tierra pintada de sol y verde repleta de personas variopintas, cálidas y desprendidas que me enseñaron a vivir. Pero, debo administrar mis bendiciones. Mañana habrá otras nuevas, como Pitufa, mi perrita faldera que todas las mañanas me abraza cuando le abro la puerta para dejarla entrar. Sí, literalmente, me abraza. Es mi maestra de calidez.

Mañana tengo que comprar cebollitas y pepinillos para el aderezo.

Llamaré a la oculista para hacer cita.

Tendré que ir a la jardinería para reponer todas las matas de la entrada que están quemadas. ¿No sería mejor sembrar hierbas de olor que dicen que espantan a los insectos y además sirven para sazonar?

! Ah, pudiera aprovechar todo este rollo para escribir mañana!

 

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