Jaime Lamusique, alias Pichuete

En los  países como el nuestro, la personalidad de nuestra gente está llena de rasgos coloridos para adornar las situaciones; de creatividad para asociar cosas con cosas; de ingenio para cambiar nombres; de sabiduría para analizar asuntos complejos y de humor para aceptar las situaciones  más engorrosas y quedar como príncipes. Pero sobre todo, aceptamos a las personas como son, con sus manías, filias, fobias y distorsiones neurales.

Jaime Lamusique es un hombre en la cima de la vida –dice él–. El clásico cincuentón de ahora, más cerca de los sesenta que de los cincuenta; emprendedor semiretirado debido a nuevos intereses; con poder adquisitivo; que frecuenta el gimnasio diariamente y, a poder ser, dos veces al día. Cuidadoso de su musculatura, se mide los bíceps y los aductores y abductores dos veces por semana –no vaya a ser que se vaya poniendo blando–. En cualquier caso, puede diseñar una estrategia para revertir el proceso, que para eso están las máquinas, las proteínas y de ser necesario, las hormonas.

Cada vez que sale un nuevo atuendo deportivo, él es el primero en exhibirlo. Siempre sin mangas y de una talla menor a la suya para poder lucir la mercancía. Prefiere comprarlo por catálogo en el extranjero, porque de esa forma es menos probable que haya otro hombre en el gimnasio que lo lleve. De encontrarse con otro igual, correría a cambiarse el puesto por el de repuesto que lleva siempre en el bolso.

Nunca se le ve en la sección de ejercicios cardio, lo suyo son las pesas pesadas. Tanto, que solo de ver las máquinas en las que “trabaja” llenas hasta el tope de rosquillas de hierro, uno se pone a sudar.

Acompaña el final de sus series de ejercicios con un grito que no se sabe si es que se le monta el espíritu de Tarzán, o grita de dolor, o de alegría por haber terminado, o porque acaba de tener un orgasmo por lo bueno que se ve en el espejo. Los que estamos cerca, al principio, creíamos que acababa de sufrir un infarto, pero no, falsa alarma. Ahora ya estamos acostumbrados y lo más que hacemos es una mueca al compañero, que puede ser de desprecio, de envidia o de empatía ante tanta fuerza bruta y sus necesidades de dispersión en el universo. Por otro lado, si esa es la forma de aligerar su carga interna, allá él.

Pero la mejor exhibición de su personalidad de rara avis es su risa: estentórea, chillona y feminoide. Una risa que cuando uno mira hacia donde la oye, piensa que está sufriendo una alucinación al ver que un ser humano tan grande, musculoso –no puedo decir peludo porque se depila–, puede emitir sonidos tan femeninos, con perdón de las mujeres que me leen.

Po lo que describo, podrían estar pensando –subjetivamente– que Jaime Lamusique es solo carne que se ama, pero no. Aunque no le conozcamos sus actividades intelectuales, otra parte de su lenguaje no verbal nos hace inferir que el tipo es cultivado y hasta tecnológico.

No se sabe para qué, dado el lugar en el que la exhibe y para el uso que está destinada –según Wikipedia  se utiliza como medio de almacenamiento de información para un dispositivo portátil, de forma que puede ser fácilmente extraída la data en un ordenador–, lleva colgada una tarjeta de memoria digital, o memory stick, o palito digital y folclóricamente  llamada “pichuete”, por nosotros los isleños.

Hay muchas teorías al respecto entre los socios del gimnasio. Las señoras que aparcan en la cafetería una vez terminada su clase de bailes latinos o Zumba, después de densas deliberaciones y consultas al respecto, llegaron a la conclusión de que Jaime Lamusique llevaba el pichuete colgado a modo de símbolo fálico y también concluyen que desafortunadamente, ya que es una memoria bastante chiquita. Aunque, ¡Cuidado! –dice Amantina– que algunos pichuetes engañan, porque en realidad tienen poco tamaño y una gran capacidad. Esa es la tendencia, pequeño pero poderoso.

Los hombres, que siempre afirman que el chisme es cosa de mujeres, también se preguntan por qué Jaime Pichuete lleva el pichuete colgado al cuello mientras hace ejercicios. Han llegado a conclusiones mucho menos subliminales que las de las mujeres, y casi juran que el motivo está relacionado con la seguridad que necesita para los datos que lleva colgando. Esto así por varias razones: a) lleva la contabilidad que por ninguna razón quiere que vea su mujer que siempre aprovecha sus salidas para registrar el ordenador y cuanto aparato puede contener información de su desenvolvimiento; b) lleva una portátil en el carro y a menudo usa la memoria para transferir o recibir información; c) tiene los datos y direcciones de todas sus amiguitas y quiere tenerlos cerca por si se presenta alguna emergencia, oportunidad o riesgo.

Estas hipótesis habría que probarlas –afirma Felipe Maître–, ya que pudiera dejar el artefacto en el carro mientras hace ejercicio. Pero por otro lado, existe la posibilidad de que se la roben, que se le caiga por alguna rendija o que alguien a quien transporte se la meta distraídamente en el bolsillo. Quizás no es mala idea, después de todo llevarlo colgado.

La comunidad vigoréxica no podía dejar las cosas así. Había que ir a la fuente. Pero, ¿Quién le pone el cascabel al gato? Nadie se ofreció, así que lo echaron a suerte. Todos los interesados en conocer las razones de Pichuete, debían meter la mano para sacar un papel en blanco o con una TTP que significaba: te toca preguntar. Los que no jugaran, tampoco sabrían la respuesta que se guardaría como un secreto entre los decididos. Veintinueve personas entre hombres y mujeres que asistían en el mismo horario que Jaime Pichuete metieron la mano. Veintiocho sacaron el papel en blanco y Gildita sacó la TTP. Ella quería echarse para atrás, pero el juego no tenía reversa. Era cuestión de honor grupal seguir adelante.

–Hola Jaime ¿Cómo tú ta?

– ¡Mejor, mejor y mejor, mi reina!

–Esto…que chula está tu camiseta.

– ¿No veldá?

Gildita decidió ir al grano porque no se le ocurría una aproximación empática al tema.

– ¿Y ese pichuete? ¿No se te moja con el sudor?

–Si se moja no importa.

–Pero, puedes perder la información.

– ¿Cuál información?

–La que llevas almacenada.

– ¿Y esto almacena? ¿Qué almacena?

–Datos.

– ¡Nooo men! Tengo una docena de diferentes colores y nunca han almacenado nada.

– ¿Y para qué los tienes si no le das uso?

– Es que yo soy loco por la moda y cuando vi a varios jóvenes que lo llevaban colgado al cuello, me dije: ¡eso ta jevi! Y me entraron unas ganas locas de comprar unos cuantos que hicieran juego con las camisetas del gym.

–Ya. Pues te favorece mucho y te ves como un adolescente– comentó sonriendo de lado Gildita–. Quizás para complementar debieras comprarte unos cuantos pares de Crocs que hicieran juego con el color.

–Buena idea, mi reina. Esta tarde pasaré por Blumól. Cuídate mi amor.

Post data: mala inferencia en párrafos anteriores por parte de la narradora testigo, pensar que podía haber algo dentro de esa cabecita loca.

 

 

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