La muerte y el duelo (1 de 2)

LA MUERTE

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta. Pablo Neruda

En nuestra sociedad, donde la felicidad significa poder, diversión, consumo, negación del sufrimiento y eterna juventud, nos cuenta mucho enfrentarnos al desamparo y el dolor de la muerte. Tan solo el pensar en ella nos produce un malestar que tratamos de evitar a toda costa. Nuestra cultura no considera la muerte como parte de la vida, no existe una psicología de la muerte sino una psicología de la vida, por lo que se nos hace difícil aceptar la muerte como algo inevitable.

La idea de inmortalidad y la creencia en el «más allá», aparecen de una forma u otra en prácticamente todas las sociedades y momentos históricos. El ser humano necesita creer en ello.  No existen evidencias concluyentes ni a favor ni en contra de esa otra vida, luego, son las personas influidas por la cultura y el contexto quienes toman la decisión de creer o no creer y en qué creer exactamente. La esperanza de vida en el entorno social determina la presencia de la muerte en la vida de los individuos y su relación con ella.

Morir es una parte integral de la vida, tan natural y predecible como haber nacido. Pero, mientras el nacimiento es una celebración, la muerte se ha convertido en algo de lo que no se habla y que la sociedad moderna prefiere ignorar. A lo mejor es porque la muerte nos recuerda nuestra vulnerabilidad humana, a pesar de  todos los avances de la ciencia.

Podemos ser capaces de retrasarla, pero no somos capaces de hacerla desaparecer; no podemos escapar a ella. La muerte le pasa a todo el mundo. No tiene que ver con género, estatus o posición social, todos tenemos que morir seamos ricos, pobres, buenos, malos, conocidos o ignorados por la sociedad. Es, posiblemente, esa inevitable e impredecible cualidad que hace a la muerte tan temida por tanta gente.

Algunos profesionales afirman que la forma en que se haya vivido la vida y el estado de la mente hasta el momento de la muerte, pueden, en cierto modo predecir cómo se va a vivir la muerte.

Normalmente asociamos la muerte a la vejez y eso hace que nos descuidemos en irnos preparando para la misma.

Los niños son protegidos de tal forma de la experiencia de la muerte que difícilmente entienden qué es o tienen una gran confusión acerca de la misma. No queremos que sufran y por eso les decimos que los seres queridos que han fallecido “están dormidos, están de viaje, están con papá Dios, vino un ángel y se los llevó al cielo”. De esta forma, desaprovechamos el mejor momento para iniciarlos en el conocimiento de ese fenómeno tan natural y cotidiano como es la muerte.

Cuando los padres y maestros quieran explicar la muerte de alguien cercano a un niño, deben ser coherentes y estar de acuerdo en la versión. La sinceridad y evitar el engaño son decisivos. Es importante permitirle al niño la expresión natural de sus emociones, sin estimularlas o reprimirlas, ayudando a interpretarlas y a expresarlas.

En situación extrema, como es la vista directa del cadáver (que en edades tempranas no conviene llevarla a cabo, pero que circunstancialmente puede darse como duelo directo), se recomienda como lo más natural y educativo seguir estas pautas:

  • Si el niño expresa su deseo de ver el cadáver, el proceso debe revestirse de naturalidad, desde la libertad de los padres y el niño. Dejarle elegir y respetar no sólo su palabra sino sus gestos, dándoles importancia. Puede llegar a ser una experiencia      intensa y, aunque inevitablemente triste, una tristeza reconfortante.
  • Deben acompañar al niño en este trance personas cercanas y queridas: los padres, preferiblemente, si están en condiciones de serenidad, de sosiego.
  • Es recomendable buscar un momento de tranquilidad, si es posible de soledad, ante el cadáver. Se puede pedir a los demás que nos dejen a solas con el niño y que no interrumpan durante unos minutos para evitar interferencias o contaminaciones, con escenas de llanto o situaciones parecidas.
  • Reconocer que el fallecido ya no nos puede mirar, no nos puede hablar, no respira, porque está como en el más profundo de los sueños, aunque no está durmiendo.
  • Despedir al familiar, ya quen aunque él no nos oiga, podemos decirle adiós nosotros. Que el niño exprese lo que quiera:      quejas, llanto, etc.

Si el niño llegara a despedirse, se habría conseguido la primera fase de aceptación de la realidad de la muerte.

El adolescente, a diferencia del niño, acepta la muerte, independientemente de haber o no tenido experiencias previas con la muerte de un familiar, un amigo o una mascota. La mayoría de los adolescentes comprende el concepto de que la muerte es permanente, universal e inevitable. No obstante, tienen un sentimiento de inmortalidad. El reconocimiento de su propia muerte amenaza sus objetivos de vida. Las actitudes negativas y desafiantes pueden cambiar de repente la personalidad de un adolescente que se enfrenta a la muerte por una enfermedad terminal. Puede sentir no sólo que ya no pertenece o no encaja con sus pares, sino que tampoco puede comunicarse con sus padres. El adolescente puede sentirse sólo en su lucha, temeroso, enojado o reacciona con negación, lo que le permite seguir su vida normal hasta cuando sea posible.

En la edad adulta temprana, el individuo tiene una gran vitalidad, fuerza y deseos de llevarse el mundo por delante. Son los años en los que se piensa en formar familia, en desarrollar una carrera y crecer, en sentido general. Por esa razón se ve la muerte de lejos, aunque no tanto como los adolescentes.

Ante las promesas de la vida, los adultos jóvenes reciben la noticia de su muerte, cuando se trata de una enfermedad grave, con rabia y frustración. Muchas veces estas personas no han tenido tiempo de desarrollar las relaciones íntimas ni de expresar su sexualidad y tienen pocas probabilidades de hacerlo porque se tienen limitaciones físicas o psicológicas. No  hacen planes de futuro, contrario a lo que están haciendo las otras personas de su generación; no se atreven a formar una familia porque saben que la dejarán pronto y no suelen sentirse compensados con un buen trabajo porque las empresas pueden discriminar a los enfermos. Esta situación les hace sentir que el mundo es injusto y a arremeten con ira contra las personas que los aman.

Para las personas de edad adulta intermedia, su propia muerte, cuando es anunciada a través de alguna prueba clínica, no es tan fuerte. En esta etapa de la vida se es consciente que en algún momento se tiene que morir; es decir que se ve la vida de una forma más realista. También se sufren las pérdidas de familiares y relacionados mayores, lo que, en cierta forma, los va preparando para la muerte. Pero no la aceptan con facilidad, ya que en ese momento el miedo a morirse es más fuerte que en cualquier otra etapa de la vida. Se piensa más en los años que quedan por vivir, en lugar de hacer girar la vida alrededor de los años que se han vivido y las experiencias que se han tenido. A esta edad se prefiere una muerte rápida más que una muerte larga y dolorosa.

Para los envejecientes, una etapa muy impactante es la pérdida de un ser querido. Después de un duelo comienza el proceso de revisión de la vida, donde se inicia la reflexión sobre el pasado y se rememoran acontecimientos para prepararse para la muerte.

Durante esta revisión los ancianos pueden sentirse angustiados, culpables, deprimidos o desesperados, pero una vez superado este momento, puede surgir la integridad y se descubre el sentido de la vida. Al parecer, no todas las personas mayores revisan su vida y las que lo hacen no siempre reestructuran el pasado de modo que aumente su integridad. No obstante, a medida que los adultos llegan a ser mayores, el declive físico y la pérdida de las capacidades hacen que aparezca la idea de la muerte y las personas empiezan a prepararse. Así, cuando la muerte se acerca, sus reacciones suelen ser variadas, dependiendo de las creencias religiosas o cultura.

No se puede decir que en esta etapa de la vida se le de la bienvenida a la muerte, sino que se siente menos angustia que cuando se es más joven al pensar en ella. En ocasiones la muerte está acompañada por el declive terminal que, para algunas personas, es insoportable y las puede conducir al suicidio. También las enfermedades largas y dolorosas son un problema importante para los adultos tardíos ya que consideran que son una carga para la familia o la sociedad y se sienten inútiles y dependientes. En general, los envejecientes sienten que ya no sirven para nada y que no hay razón para seguir viviendo. En esos momentos, aunque con miedo, desean fervientemente morir.

La educación actual no prepara para la muerte. Es necesaria incluir la muerte como contenido educativo. La educación durante la infancia es la más rica y creativa  y se debería comenzar a afrontar en esta etapa todos los temas de nuestra naturaleza: las relaciones entre la muerte, ciclos biológicos, educación ambiental y sexual. También el concepto de ciclo vital de edad que avanza y del envejecimiento para que comience a calar en los niños. Si no se aborda de forma adecuada este tema desde la infancia, no se está enseñando a vivir completamente.

A la hora de afrontar la muerte, el cómo se haga depende mucho de la personalidad del individuo y su forma de ver la vida. Según la psiquiatra Elisabeth Kubler-Ross, las personas que saben que tienen una enfermedad mortal pasan por cinco etapas: negación, rabia, regateo, depresión y aceptación. Sugiere que la esperanza persiste durante todas estas etapas.

Negación: Cuando las personas se enteran de que van a morir, su respuesta es la incredulidad –tiene que haber un error, quizás los test o el doctor se han equivocado–. La negación actúa como amortiguador del shock que produce el conocimiento. Después de la negación se va desarrollando una aceptación parcial de la situación.

Rabia: Después de la negación aparecen unos sentimientos de rabia, envidia y resentimiento. Las personas se preguntan ¿por qué yo? Su rabia, entonces, se dirige hacia la familia, los doctores, el hospital o cualquiera que tenga un contacto con la persona. Pueden tocarse también diferentes tópicos, algunos con sarcasmo, otros triviales y otros importantes. Se puede empezar a criticar cosas que nunca habían molestado antes. O se puede sentir rabia por asuntos no resueltos anteriormente, como problemas de pareja. La familia o relacionados pueden sentirse mal por este trato y empiezan a reaccionar de forma airada, lo cual empeora la situación.

Regateo: El regateo ayuda al paciente por breve tiempo. Suele hacer acuerdos con Dios, consigo mismo, con los doctores etc. Suele decir: seré bueno si me concedes la sanación, o no tener dolor, o unos meses o años más de vida. En definitiva, trata de evitar lo inevitable. Generalmente estas promesas o tratos con Dios, se mantienen en secreto.

Depresión: Por una variedad de razones, la depresión aparece. Las pruebas y tratamientos pueden ser dolorosos y también puede haber hospitalización. Las personas con enfermedades terminales suelen perder los trabajos o no los pueden realizar con un desenvolvimiento normal.

Muchos se sienten culpables por los inconvenientes y la pena que le están causando a la familia. Lo peor de la situación  es pensar que van a perder a los que aman. Se debe permitir a estos enfermos expresar sus sentimientos si lo desean; de esta manera se les ayuda a aceptar la situación más fácilmente y se sienten muy agradecidos de quien se sienta a su lado y los escucha con paciencia.

Aceptación: Si los enfermos han tenido tiempo para superar las etapas anteriores, pueden llegar a la etapa en la que no están rabiosos o deprimidos por su futuro fallecimiento. En este punto, muchos pacientes están cansados de soportar su enfermedad y sienten que puede ser un consuelo morir. Esta aceptación trae consigo paz mental. Se puede desear estar solo más a menudo o limitarse a hacer gestos, sin hablar, cuando son acompañados. Aunque muchos pacientes luchan hasta el final, la mayoría  acaba sintiéndose cansada de hacerlo. Es el momento de la resignación y de rendirse.

Dado que la muerte es una realidad y que los seres humanos sentimos angustia existencial, Avery Weisman, estudiosa del fenómeno, recomienda responderse algunas preguntas al respecto.

  1. Si me enfrentara a una muerte cercana ¿Qué me importaría más?
  2. Si fuera muy viejo, ¿Cuáles serían los problemas más importantes para mí? ¿Cómo los resolvería?
  3. Si la muerte es inevitable ¿Qué circunstancias la harían aceptable?
  4. Si fuese muy viejo ¿Cómo viviría de la manera más efectiva y con el menor de los daños para mis ideales y principios?
  5. ¿Qué puedo hacer para prepararme para mi muerte o la de alguien muy cercano?
  6. ¿Qué condiciones o sucesos pueden hacerme sentir que estaría mejor muerto?
  7. En la ancianidad todos dependen de los demás ¿Con qué tipo de gente me gustaría tratar cuando llegue ese momento?

Probablemente nunca nos prepararemos suficientemente para el momento de la muerte, dada nuestra cultura. Pero podemos empezar a revertir esta cultura «anti muerte» siendo instrumentos de información, aceptación y preparación de vida para nuestros niños, ante un hecho inevitable, seguro.

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