Ganamos, mami!

JOSELITO BLANCO

Joselito Blanco exhibió una sonrisa de oreja a oreja cuando ganó las elecciones. Bueno, en realidad ganó el candidato por el que votó y por el que, en los últimos meses de campaña política se unió a un movimiento electoral que asumía tenía muchas posibilidades de mangonear en la cosa pública. Digamos que apostó por su futuro.

Joselito Blanco estaba –y está– sin trabajo. No ha hecho una carrera en la vida. No se ha especializado en nada. Tampoco le gusta demasiado trabajar. Lo suyo es pensar, soñar, proyectar y ansiar riquezas y bienestar a cero esfuerzo. Su vocación es vivir del cuento –nada que ver con ser cuentista o escribir cuentos–.

Cuando un amigo –que parece que no lo conocía bien o que lo conocía demasiado–- le comentó que El Movimiento Para un Futuro de Película necesitaba hombres como él, con empuje, dispuesto a conseguir más seguidores, marrullero por genética y por libreto de vida –esto no se lo dijo, pero lo pensó casi a viva voz–, a los cuales recompensaría con creces, Joselito Blanco no lo pensó dos veces. Dejó su cómodo sillón frente al ordenador donde elucubraba negocios y chateaba en las redes sociales, recibió las módicas dietas que  se supone invertiría en ayudar en las actividades proselitistas –pero que solo daban para empinar el codo– y se lanzó a la calle a romper corozos.

Joselito Blanco no faltó a una de las reuniones del Movimiento que, por cierto, tenían lugar bastante lejos de su casa y para llegar tenía que trasladarse en su maltratada camioneta. Tuvo que recurrir al abuelo Chiro y pedirle contribución para la gasolina; subsidio que le retribuiría multiplicado por diez cuando ganara las elecciones. Y se acabaría eso de vivir en un patio. Con el triunfo lo mudaría a una casa parte alante y le pondría una muchachona para que lo ayudara en los quehaceres de la casa o cualquier ocurrencia libidinosa del viejito.

Como aspiraba a un puesto de cierto nivel, entendió que debía presentarse ante El Movimiento con ropa de marca y en buen estado. El contaba en su armario con par de piezas que servían para el propósito, pero no eran suficientes. Visto y analizado el caso, decidió ir donde su amigo y compadre Jonatán, que tenía un negocio de pacas, y pedir prestadas dos camisas y cuatro polochés que le devolvería impecables o le compraría nuevos –en caso de que así lo considerara el prestatario– en el momento de su devolución.

–Compadre no se preocupe que si ganamos le voy a buscar un puesto en el mismo sitio que me ubiquen a mí. Tiene usted eso más seguro que el polvo que le va a echar a la Marubeni esta noche.

Empezó a mirar apartamentos –Joselito Blanco vivía arrimado en la casa de la tía Beba– por el ensanche La Paz, para quedar cerca de cualquier ministerio en el que le dieran una posición de mando. Apartó uno que le gustó con diez mil pesos, que sacó de un prestamista que le cobraría el módico 20% mensual y al que también le firmó un documento en el que ponía la camioneta como garantía. Se comprometió a pagar el resto de lo acordado en tres meses, cuando el Presidente tomara posesión y El Movimiento colocara sus fichas en el tablero.

Pensó que con esa posición dentro del gobierno, por fin, Jilarylena le haría caso, y para irla ablandando fue a ver a su comadre Juana que vende prendas de plata y le compró una pulsera y un collar a juego. Le pagaría quinientos pesos semanales –Juana vende fiado– hasta que quedará saldada la joya y además, le regalaría mil quinientos pesos para que le comprara unos tenis al ahijado.

Fueron innumerables los líos en los que Joselito Blanco invirtió y se quedó tan tranquilo, tal era la seguridad que tenía en el triunfo de su partido y la retribución de su trabajo.

DON JOSÉ AZUL

A Don José Azul solo le faltó arrancarse los cabellos cuando proclamaron ganador de las elecciones al candidato del partido contrario. Su familia dependía del puesto que estaba ocupando, del puesto que ocupaba su mujer y del puesto que ocupaba su suegra dentro del gobierno. Hasta el carro habían vendido, en su momento, porque usufructuaban uno del ministerio, que se suponía que solo era para usarse en diligencias oficiales, pero que él y todos los de su ministerio y del resto de los ministerios usaban personalmente, disfrutando, por supuesto, de gasolina gratis y en ocasiones de chofer asignado.

Don José tenía dos hijos estudiando, uno en una universidad privada y otro en el extranjero haciendo una maestría en Finanzas Públicas –tal era la esperanza de continuismo en la familia–.

El señor Azul estaba pagando una hipoteca de su apartamento nuevo en la Torre Felicidad que había sacado hace tres años y que no terminaría de pagar hasta dentro de doce años.

Debía gran parte de un préstamo personal que le había otorgado el Banco Maravilla y que usó en amueblar el apartamento acorde a su estatus y en unas vacaciones en un crucero por los Fiordos Noruegos, de las que trajo la manía de comer salmón ahumado acompañado con Geitost –no adoptó la costumbre de comer arenques porque le parecía muy vulgar–; de postre fresas, manzanas y cerezas y tés de cardamomo para aliviar los gases y la diarrea que sufría en momentos de mucho estrés como por ejemplo los dieciséis de agosto de cada año.

Joselito Azul tuvo que comer mucha mierda de los jefotes que pasaron por su departamento que lo sabían todo –cuando ni siquiera tenían una carrera relacionada con la posición que estaban ocupando, o ni siquiera tenían una carrera– y hacer malabarismos para continuar en su puesto que, ahora, estaba casi seguro de que iba a perder.

Desde el día en que se confirmó el nuevo presidente hasta este momento, se fue dando cuenta de quiénes eran sus amigos y quiénes no. De la caterva de devotos y canchanchanes que siempre lo rondaban y a los que hizo incontables favores, solamente tres lo llamaron para decirle cuánto lamentaban que hubiera perdido el partido y agradecerle lo que había hecho por ellos desde su posición.

–Coño me están cantando el  Ite Misa Est– pensó en voz alta.

Uno de ellos, para acabarla de arreglar, se atrevió a comentarle, cómo todos sus acólitos, menos él,  se mofaban de su trasero ancho y redondeado “culo e prieto” lo llamaban, y Don José, que ya tenía bastante con sus diálogos internos y los comentarios que los buitres del partido ganador expresaban en la prensa exclamó casi sin pensarlo:

– ¡No me defienda compadre!

Joselito Blanco y Don José Azul son tan parecidos que tan solo se diferencian en el apellido y, si me fuerzan ni siquiera en eso, ya que el uno es blancoazulado y el otro azulblanquecino.

Ambos fueron ganadores, pero solo en experiencia; y ni siquiera en eso, porque dentro de cuatro años volverán a los afanes electorales, con más fe todavía. Los dos son de una especie superviviente en medio de cualquier calamidad.

Al uno no le dieron ninguna posición en ningún gobierno, porque siempre hay más listos, más guapos, con más muela, más bulteros y que se mueven mejor; y al otro lo sacaron de su cargo para que otro miembro, canchanchán, acreedor político y que se había sabido poner donde el capitán lo viera, ocupara tan apetecible chollo.

Descansen en paz, por un tiempo, Joselito Blanco y Don José Azul. Los traeré a la vida en el dos mil dieciséis si la pluma sigue teniendo punta.

 

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