Si, quiero.

Ya superado el aplastante dolor inicial del divorcio, Elena decidió poner fin al luto y empezar a ejecutar los planes para su nueva vida.

Se centraría principalmente en su familia y en su trabajo y también aprovecharía el tiempo que ahora no le tenía que dedicar a su marido para dedicárselo a ella misma. Se inscribió en el mejor gimnasio de la ciudad y comenzó una dieta que le recomendó la nutricionista. Contactó a sus amigas solteras y planeó con ellas reuniones y salidas. Habría preferido no hacerlo porque, en el fondo, tenía miedo de volver a empezar y de no estar acorde con los tiempos. Pero Elena no es de las que se dejan vencer por el miedo y se impuso a esa emoción.

Yendo a su trabajo todas las mañanas, podía ver el anuncio de una clínica de belleza que a través de una fotografía con una hermosa joven, motivaba a las mujeres a verse como ella. Elena nunca había sido asidua de ese tipo de establecimientos. Sus inquietudes de belleza se limitaban a la peluquería y a la compra de cosméticos, más por seguir la corriente que por necesidad esencial. Pero algo tenía la publicidad de esa clínica de belleza que la enganchó y en uno de los viajes anotó el número de teléfono de la misma para hacer algunas averiguaciones, antes de ir directamente al sitio.

–Saludos. He visto el anuncio de ustedes y me gustaría saber qué tratamientos de belleza ofrecen y los precios– preguntó a la voz que le contestó el teléfono.

–Bueno, tenemos todos los tratamientos tradicionales que le puedan ofrecer en este tipo de clínicas y algunos especiales que no encontrará en ningún otro sitio, y los precios los damos cuando las clientas vienen directamente a nuestro local. Puede pasar por aquí y le haremos una evaluación sin costo y sin compromiso alguno. Así podrá ver nuestras instalaciones y conocer a nuestro personal.

–Está bien. ¿Cuál es su horario? Porque yo trabajo de lunes a viernes.

–Para ese tipo de casos y por cita, abrimos los sábados.

–Por favor, ¿me puede poner una cita para el próximo sábado? Mi nombre es Elena Martínez.

– ¿Le conviene a las diez?

–Muy bien, allá estaré a esa hora.

Elena tenía curiosidad. Le daba un poco de miedo el precio que pudieran tener esos tratamientos de belleza, pero pensó que no tenía ningún compromiso de contratarlos si el costo le parecía excesivo o el servicio no era el que ella esperaba.

Puso en su agenda la cita del sábado y anunció en su casa que esa mañana se la iba a dedicar a ella misma, por lo que cada quien estaría por su cuenta.

Llegó a las diez menos cuarto a la clínica de belleza.

El establecimiento se veía muy moderno y confortable. Las empleadas estaban vestidas de color malva claro, haciendo juego con las paredes y armonizando con los muebles pintados en color crema. La atendieron con mucha solicitud y le mostraron las instalaciones. Una música muy suave, que Elena calificó de esotérica, la envolvió y le produjo una paz que hacía tiempo no sentía. Todas las cabinas estaban en armonía con la misma línea: camillas con sábanas y toallas malva y cientos de tarritos llenos de productos que despedían un olor cautivador; excepto una habitación que era mucho más pequeña, estaba pintada de un blanco impoluto y tenía un aparato en forma de huevo gigante de color metálico.

– ¿Y esta cabina tan diferente, para que la usan?

–Esta es la cabina para eliminar el paso del tiempo.

– ¡Qué curioso! ¿Y funciona?

–Ya lo creo. El problema es que no todo el mundo es aceptado para recibir el servicio.

– ¿Cómo? Si yo quiero y lo pago, ¿no necesariamente me lo van a dar?

–Así es. Primero tenemos que hacer una historia clínica de su vida para ver si se lo podemos ofrecer. Y luego estaría el hecho de que usted quiera pagar lo que cuesta el servicio.

–Ahora sí que estoy curiosa. Por favor, háganme las pruebas.

Elena se sometió a cuanta pregunta le hicieron y hasta tuvo que llenar varios test que le mostraron; se sorprendió al ver que no hicieron observaciones sobre su piel –normalmente suelen agudizar el problema de la cliente para ofrecer una solución más cara, pensó con cierta predisposición–. Quedaron de avisarla.

A la semana le dijeron que había sido aprobada su solicitud y que podía pasar el sábado próximo a la misma hora.

Volvió a dar las instrucciones en su casa para que se las arreglaran sin ella y revisó su cuenta corriente. Llegaría hasta cierto punto, pero de ninguna manera pagaría en exceso por algo en lo que, en el fondo, no creía que pudiera ser muy efectivo: eliminar el paso del tiempo. Ese tipo de profesionales siempre ofrecían el combate a las arrugas, la juventud eterna, pero la realidad es que una salía del sitio más o menos como entró, pero tratando de convencerse de que el tratamiento había sido un éxito, para no sentir que había sido timada.

Llegó a la clínica y en el mostrador de la entrada la esperaba una empleada que no había visto nunca.

–Vine por el tratamiento de eliminación del paso del tiempo– Y se sintió un poco simple al decirlo.

–La estábamos esperando. ¿Cuál tratamiento va a escoger, el uno o el dos?

–No sé en qué consisten cada uno. ¿Me puede explicar? ¿Cuánto cuesta cada uno?

–El uno elimina diez años y cuesta diez mil pesos. El dos elimina veinte años y cuesta veinte mil. Dado su historial recomendamos el número dos, tendrá muchas posibilidades de rehacer su vida con el mismo. El tratamiento está garantizado, si no queda satisfecha le devolvemos su dinero.

Elena estaba indecisa; veinte mil pesos eran muchos para ser invertidos en cosmética. Tendría que eliminar otros gastos en cosas que le hacían más ilusión. Pero una vocecita interior la animaba a aceptar la oferta de rehacer su vida. Se armó de valor y sacó la tarjeta de crédito. Pagó. La empleada la condujo a la cabina de eliminación.

– ¿Desea un té mientras llega el encargado? Está esperando que la máquina se cargue.

–No gracias. Lo tomaré después del tratamiento.

–No se lo podremos ofrecer entonces.

–Está bien. De todas formas no me apetece.

Entró el encargado del tratamiento vestido de blanco y la invitó cortésmente a entrar en el huevo metálico. A Elena le extrañó mucho que no se le hiciera una limpieza de cutis y del resto de la piel del cuerpo, pero creyó que se trataba del procedimiento previo al tratamiento. Luego vendría todo lo demás. El empleado cerró la puertecilla del huevo. A Elena le dio miedo. Vio como apretaba varios botones y sintió un pitido que iba penetrando por sus oídos y por todo su cuerpo. Una luz muy blanca la llenaba de energía y parecía que iba a explotar. De pronto el ruido paró, la luz perdió su intensidad y ella ya no sintió nada.

Elena no sabía qué hacía en la tienda de efectos para el hogar. Amelia se le acercó sonriente.

– ¡Llegaste temprano manita!

–Amelia ¿Qué te has hecho?, no te pareces a ti. Parece que estés de nuevo en los veinte.

–No relajes Elena. Estoy en los veintiséis, no en los veinte. Parece que esta boda te está acabando. Ya ni sabes lo que dices. Mira, allá está la sección de listas de boda.

– ¿Quién se casa?

– ¡Manita, ya está bueno! Vamos a escoger los regalos de tu lista.

– ¿Qué día es la boda? –preguntó la empleada de la tienda.

Elena estaba petrificada y Amelia contestó –Se casa el diecinueve del mes que viene. Exactamente dentro de treinta y dos días.

Elena sintió un malestar que le invadía todo el cuerpo.

– ¿Me da el nombre del novio?

De nuevo Amelia tuvo que intervenir al ver que Elena parecía ida. –Joaquín Romero y el de ella es Elena Martínez.

Elena creía que estaba soñando. No podía ser. Estaba viviendo por segunda vez la incertidumbre de la primera. Recordaba con toda precisión los sentimientos encontrados pocos días antes de la boda con Joaquín. El noviazgo no había sido fácil. En varias ocasiones le habían advertido que habían visto a su novio con una muchacha en plan de manoseo y en otras tantas habían roto la relación para volver al cabo de corto tiempo después de excusas, arrepentimientos y manifestaciones de amor a través de regalos, viajes y ofrendas de eternidad. ¿Cómo era posible que ahora volviera a estar en lo mismo? En la clínica de belleza le habían ofrecido la posibilidad de rehacer su vida. ¿No era este el momento de borrar los veinte años de infelicidad? ¿Por qué no llamar a Joaquín en este preciso instante y decirle que se fuera al carajo él y  sus infidelidades? Porque al final, había tenido que divorciarse por no poder soportar más las comparaciones con las mujeres con las que la engañaba.

Pero, si no se casaba con Joaquín ¿Qué pasaría con sus tres hijos? No los tendría; y no soportaba la idea de perderlos. Si algo  le daba fuerzas y alegría para vivir eran sus hijos. Y con su carrera, con sus amigos logrados después de casada y como consecuencia de su estado ¿Qué pasaría? Había invertido demasiada energía y tiempo en estas relaciones como para perderlas de una vez por todas. ¿Y si probaba de nuevo el matrimonio con Joaquín y usaba otra estrategia diferente para cambiarlo? Podría escoger las cosas buenas y desechar los errores…

–Elena Martínez, ¿toma usted por esposo a Joaquín Romero para amarlo y respetarlo, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, hasta que la muerte los separe?

–Sí, acepto.

A partir de ese momento,  vuelta a poner la carne en el asador, a la depresión, a la alegría de recibir a cada uno de sus hijos en sus brazos después de nacer, a la baja autoestima, a los días brillantes, a las peleas, a la empatía de sus familiares y amigos,  a los días tristes, a la esperanza, al desasosiego, a agotar todos los recursos para que las cosas cambiaran, a sentirse impotente, en fin, a permitir que el tiempo volviera a hacer de las suyas.

La clínica de belleza cumplió su oferta. No podía reclamarle nada. Solo ella era responsable de repetir los mismos errores. Había desaprovechado una oportunidad que se presentó tarde y se marchó pronto.

 

 

 

 

 

 

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