Claroscuros de Barcelona. El cant dels ocells

Normalmente el transporte público de Catalunya funciona muy bien. Esto hace que la mayoría de las personas lo utilicen en lugar del vehículo propio para trasladarse, dejando este último para trayectos largos, acceso a lugares poco frecuentados –ya quedan pocos– o como instrumento personalizado para el disfrute de los alicientes del camino hacia el lugar de vacaciones, tales como paradores, restaurantes, monumentos, o para facilitar la guarda de los tesoros de la naturaleza, ya sea en la retina, en el olfato, en la cámara digital o en el bolsillo.

Cuando se llega a Barcelona desde un país en desarrollo, una de las cosas que más se admira y luego de vuelta se añora, es el buen funcionamiento del metro, autobuses y trenes. Los horarios están publicados para días festivos y entre semana y es admirable la puntualidad de cada uno de estos medios, siempre que no haya huelga –que las hay abundantes en estos últimos tiempos de crisis.

En el metro, se puede ver en las pantallas los minutos y segundos que faltan para el próximo tren y se puede apostar que así será. En caso de que haya un minuto de retraso, actualizan la pantalla para que la clientela sepa. Cuando aparece la palabra “entra” o “entrando”, no es necesario ni mirar hacia dónde se espera el tren, sino que una se levanta y se dirige a la puerta más cercana o a la que parezca que corresponde al vagón más vacío.

Tanto en el tren como en el metro, hay unidades que brindan música ambiental, que suele ser clásica o de “lobby de hotel” –como diría mi hija– y que ayuda a disipar el cansancio, el calor o, sin tú quererlo y si tus pensamientos se enredan en ella, te traslada a mejores o peores lugares, a recuerdos gratos o dolorosos, dependiendo de tu momento.

Pero, últimamente y por motivo de las crisis internacional, más o menos dolorosa en los diferentes países europeos, ha aparecido una modalidad de entretenimiento en los trenes de Rodalias  –Cercanías– que consiste en ofrecer música en vivo, por parte de inmigrantes, con mayor o menor acierto. En el “acierto” incluyo, el tipo de canción, la voz, la entonación y el instrumento del que se vale el artista para deleitar a la clientela.

Normalmente los artistas son mejor recibidos que los pedigüeños a secas, o los vendedores de chucherías. Pero hay artistas y aristas. Estos últimos cortan el oído, la imaginación y el buen talante del día. Eso sí, reciben su castigo en forma de baja o nula recolección.

Las melodías pueden ser de todo tipo: de moda, antiguas, movidas, lentas, etc. y dependiendo del gusto del cliente, a mitad de la canción o pieza ya se va buscando en el bolsillo o en el monedero la moneda con la que se va a premiar la distracción impuesta. Algunas personas que hacen un trayecto diariamente en ese medio de transporte, llevan en su bolsillo varias monedas destinadas a esos fines. El importe no solo depende de la pieza, sino de quién la interpreta. Si nos llevamos de la novela El Amante Bilingüe, de Juan Marsé, algunos de estos artistas pueden vivir de sus recolectas en los trenes y pasillos del metro y hasta ahorrar para el futuro.

No voy a hablar de los artistas rodantes malos y mediocres a los que uno les sale huyendo. Pero voy a contarles dos de mis experiencias en el tema.

En mi último traslado desde Barcelona a un pueblecito del Maresme, una joven del este de Europa, embarazada, con una voz fuerte y entonada e interpretando una melodía folclórica de su país hizo el milagro de que la gente se levantara y se acercara a ella para aportar su moneda, cuando lo que se usa es que el artista pase por cada asiento con una bolsita donde se deposita “la voluntad”. En realidad no se aporta mucho, pero si son muchas personas que lo hacen a lo largo del trayecto, siempre que el artista no tenga que bajar a toda prisa porque aparece algún agente de seguridad, se puede recoger una cantidad razonable.

Y hay algunos que además de músicos son mercadólogos y saben qué pueden vender mejor, dependiendo del “target”. Fue el caso de un violinista de cierta edad que comenzó a tocar El Cant dels Ocells, canción popular catalana dedicada al nacimiento del Niño Jesús, de autor desconocido y que se asocia a Pau Casals quien la interpretó con su violonchelo magistralmente y que hace que brote de dentro de una un arcoíris de emociones que van desde la tristeza, hasta la exaltación de la patria catalana, pasando por el amor, la ternura y la melancolía. La interpretación no fue tan buena, quizás por el destartalado violín que transportaba en un bolso de lona descolorido, pero la canción suplió la deficiencia y al final de la pieza, muchas personas aplaudimos y cooperamos monetariamente, más por lo que simboliza para nosotros que por la presentación en sí. Lo mismo habría pasado si hubiéramos escuchado La Santa Espina que nos refuerza con su párrafo “som i serem gent catalana, tant si es vol como si no es vol que no hi ha terra més ufana, sota la capa del sol”. (Somos y seremos gente catalana tanto si se quiere como si no se quiere, que no hay tierra más orgullosa debajo de la capa del sol.) o un párrafo de la poesía L´Emigrant, de Jacinto Verdaguer “Dolça Catalunya, pàtria del meu cor, quan de tu s’allunya d’enyorança es mor” (Dulce Catalunya patria de mi corazón que cuando se aleja de ti, muere de añoranza).

3 respuestas a «Claroscuros de Barcelona. El cant dels ocells»

  1. Cuánta emoción he sentido al leerte en este relato, tan hermosamente concebido y plasmado.
    Tengo que volver pronto a Barcelona!!!!

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