No se van, no se olvidan

Llueve una lluvia fácil… negligente.
Casi sin desazón. Casi sin ruido…                                                                          Y en un sitio del alma… en el olvido
los recuerdos me asaltan de repente. (La Balada del Recuerdo de Carmelina Soto)

No he tenido nunca dos amigas que sean iguales. Algunas han sido cálidas como las abuelas; otras han derrochado alegría en mi entorno; otras han estado prontas a recoger mis pedazos; otras han sabido distinguir qué día tenían que insuflarme pasión por la vida; otras han sido mi caleidoscopio y al mirar a través de ellas he visto la existencia de forma diferente; otras me han servido de ejemplo para ser mejor madre; a otras las he admirado tanto que me habría gustado ser como ellas en varios aspectos.

Para las que están a mi lado, no tengo sino reconocimiento, gratitud y amor. Doy gracias a La Vida por haberlas puesto en mi camino como rayito de luz en un día gris, manantial para saciar mi sed, piedra para descansar mi cuerpo o alas para volar alto.

De las que están ausentes, cualquier día, en cualquier momento, viene su imagen a mi pensamiento, llega su risa a mi corazón y recuerdo su voz como si la hubiera escuchado ayer. Qué falta me hacen: Luz y Sylvia.

No se puede decir que su vida fue corta, porque aunque se fueron a destiempo, vivieron una vida tan plena que la multiplicaron por varias. Me dieron su ejemplo de dedicación a los demás, amor incondicional por los hijos, pasión por su profesión, alegría, arte, gozo por los deportes, persistencia, firmeza, optimismo y consagración a los amigos. Esas tardes de confidencias, esas llamadas semanales para repasar con precisión, como si de una agenda se tratara, los acontecimientos cercanos y significativos en nuestras vidas, fueran buenos o no tan buenos –a veces acabábamos viéndolos buenos gracias al poder de convencimiento de la una a la otra–, llenaban un espacio en mi vida que no ha podido ser llenado de nuevo. Me hacen falta los libros comentados; añoro la alegría que producía su grata compañía y una copa de vino y, en fin, a ellas mismas que me han hecho sentir como si yo fuera lo más importante de sus vidas, en momentos determinados.

Gracias a todas, las que están y las que se fueron. Son un tesoro para mí.

 

 

2 respuestas a «No se van, no se olvidan»

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