Un roto en el corazón

Ojalá pase algo que te borre de pronto: una luz
cegadora, un disparo de nieve; ojalá por lo menos
que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no
verte siempre, en todos los segundos, en todas las visiones.
Ojalá que no pueda, tocarte ni en canciones.  Silvio Rodríguez.

Ya había pasado una semana desde que se fue Rosana y todavía Marcos se despertaba todas las noches con el ruido del portazo con el que se despidió de él. No estaba seguro de si lo había soñado o si la puerta  había sonado porque su mujer volvía a la casa. En su sobresalto, se ponía las pantuflas y bajaba la escalera para encontrarse con la oscuridad, el silencio y la puerta cerrada por dentro con el pestillo. No podía ser que hubiera entrado nadie. Con esa desilusión diaria se había terminado su breve e inquieto descanso y los recuerdos de veinte años se atropellaban en su cabeza hasta hacerle saltar las lágrimas.

– ¡Carajo! ¿Qué me pasa? ¿Es que he perdido mi hombría? ¿Cómo puedo estar llorando como si tuviera quince años? ¡Si al menos hubiéramos tenido hijos! Seguro que me darían la razón, se pondrían de mi lado y quizás no habría terminado todo como terminó. Los hijos unen. ¿Qué es lo que he hecho mal? Si me diera una oportunidad trataría de ser un mejor amante, un mejor amigo. Quizás no le presté la atención que necesitaba. ¿Será que no la hice feliz en la cama? También puede pasar que vuelva cuando se de cuenta de lo que ha perdido, o que él o ella se harten el uno del otro. Eso sí, si viene tendrá que devolverse por ahí mismo. Aunque… creo que la perdonaría, pero le daría una buena reconvención. ¡Vuelve Rosana, te perdono y te espero con ansia! No puedo vivir sin ti– eran sus diálogos internos, a veces verbalizados entre moco y lágrimas, de  cada noche.

Había perdido el apetito y las ganas de trabajar. Iba a la oficina como un sonámbulo y al final del día se daba cuenta de que no había hecho nada de lo que debía haber hecho para que todo siguiera funcionando como siempre. Cualquier objeto familiar, cualquier persona pasando por delante lo sacaba de su escritorio y lo llevaba por el camino trillado de toda la vida. Muchas veces se sobresaltaba cuando le dirigían la palabra o le llamaban por teléfono. Si hubiera podido se habría vuelto invisible. La mayor parte del tiempo lo pasaba buscando en Internet historias parecidas a la suya y consejos para  sobrellevar  la separación o el divorcio. Se dio cuenta que el tema de la infidelidad era muy común, pero esto no lo aliviaba lo más mínimo.  A cada momento repetía en su interior ¿cómo es posible que me haya pasado a mí? Aprovechaba los momentos en que no había gente esperando trabajos en la impresora común para imprimir largos folletos de sicólogos o de aficionados expertos en desamores y en el arte de ayudar sin tener las herramientas adecuadas. Así, Marcos fue formando toda una biblioteca de consejos y recetas que, lejos de darle soluciones lo hacían sentir peor.

Había oído muchas veces que un clavo saca otro clavo y pensó que era una buena idea empezar a buscar pareja. Para nada serio, se decía. Para vengarme de Rosana en otras mujeres. Para que Rosana vea que no me hace falta. Para que la gente vea que no me importa que me haya dejado mi mujer. Para demostrarle a la sociedad, a través de la nueva pareja, que sirvo, que soy bueno en el sexo, que puedo ser buen compañero y mejor amigo, que soy un ser humano al que se puede querer. Para sentirme que valgo, que no merezco ser abandonado.

Marcos salió con varias mujeres pero sus relaciones no fueron duraderas porque buscaba en cada una de ellas algo que no le podían dar. La autoestima y la seguridad que él necesitaba eran dos condiciones que ellas no tenían para regalarle. Y nunca encontró en ellas a Rosana. No hacían el amor igual. No se reían igual. Aunque se parecían a ella, el resultado final no era el mismo. Acabó entendiendo que pretender sustituir a su mujer no iba a dar resultado porque Rosana solo había una y él la había perdido.

En esta espiral de confusión y emociones negativas, empezó a ser ineficiente en su trabajo y la empresa terminó cancelando su contrato. Eran dos golpes demasiado fuertes en tan poco tiempo. Para reponerse, primero creyó haberse refugiado en Dios y no consiguió perdonar u olvidar. Después se refugió en la bebida y no consiguió lo que buscaba. Pasó por las drogas hasta que gastó su último centavo, su salud y la poca autoestima que le quedaba. Un ciudadano compasivo lo encontró tirado en una acera, envuelto en vómitos y lo llevó a la emergencia de una clínica. De allí fue trasladado a una entidad que acoge a los drogadictos. Tuvo la suerte de sobrevivir a la sobredosis y, con el tiempo, desintoxicarse y estar apto para volver a reintegrarse a la sociedad.

Entendió que lo mejor era alejarse de un lugar, de una sociedad que le recordaba a cada momento su pasada situación, su fracaso. Contactó a algunos amigos y entre todos consiguieron dinero para pagarle un pasaje al extranjero y algún dinero extra para sobrevivir por un tiempo. Fue el primer gesto de amor y reconocimiento que Marcos recibió después de su tragedia. Como había sido un buen técnico, al cabo de unos meses consiguió trabajo.

En esa segunda oportunidad que le brindó la vida, nunca consiguió reemplazar a Rosana. Tampoco trató de hacerlo. Empezó a salir con una viuda que, como él, necesitaba compañía y se dieron cuenta de que podían conversar, que podían interesarse el uno por el otro, que podían cuidarse mutuamente y que su presencia les era agradable a ambos. Marcos no le pidió nada al amor, si quería, ya vendría. Empezó a estar agradecido de la existencia y a mirarse a sí mismo con otros ojos.

 

 

Una respuesta a «Un roto en el corazón»

  1. Impecable, Mari Carmen, muy buen retrato sicológico.
    Es una prosa que atrapa, con un ritmo envidiable. Felicidades, amiga!

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