Esclava te doy

No, este comentario no va a tratar sobre la sumisión de la mujer al varón, porque cualquier mujer con un mínimo de educación está entendiendo que su papel en la vida va mucho más allá de servir al hombre y aceptar cualquier trato que este pueda darle. Si está con él será porque quiere y si lo añoña también, y no por obligación. Precisamente este giro en el pensamiento femenino hace que poco a poco vayamos proponiéndonos metas que iremos alcanzando más pronto que tarde, en cuanto a nuestra identidad de seres libres. También nos causa problemas graves, pero, peor sería la no evolución.

La esclavitud a la que me voy a referir tiene que ver con la que nos someten los cánones de belleza actuales.

He oído de varias mujeres el chascarrillo de que “no hay mujer fea, sino marido pobre”. Aunque podría haber una segunda versión relacionada con las mujeres que no tienen pareja: “no hay mujer fea, sino mujer pobre”, que para el propósito de poder costearse una cara y un cuerpo  según el prototipo ideal de mujer actual, viene siendo lo mismo.

Y digo que nos hacemos esclavas de este prototipo –como si fuéramos robots–, porque los medios de comunicación reforzados por una cultura “light” –no sé qué debería ir primero, o cuál sería el peso que debería otorgársele  a cada uno de estos elementos– han logrado que el envejecimiento  sea cosa del pasado, siempre que se tenga dinero suficiente para estirar, sacar, rellenar, poner, ajustar, etc.

Y vemos mujeres a las que les conocemos la edad –pues íbamos al mismo curso en la escuela primaria–, con una cara fresca y rozagante, llena de pómulos, con ojos asustados y su sonrisa apuntando hacia sus orejas. Eso sí, todas se parecen, que algún inconveniente debe tener el verse muñeca, muñeca.

Nada que reprocharles. Es su dinero y a quién Dios se lo dio, San Pedro se lo bendiga.

El problema es que hoy, en una lavandería, la dependienta me enseñó en la pantalla de su ordenador –podía perfectamente hacerlo porque en ese momento no había clientela y sus tareas estaban al día–, una joven que se había hecho implantes en los glúteos  y la operación no había salido bien, por lo que se veían sus atributos femeninos como si fueran Los Haitises –protuberancias múltiples, por suerte sin árboles, hematomas y heridas abiertas.

La joven dependienta, imagino que de bajo poder adquisitivo, me comentaba seriamente del problema de algunas cirugías de estética con resultados nefastos para la víctima operada. Me habló de varios personajes famosos que habían tenido fracasos en su afán de parecer perfectos y añadió: – ¡Ay Dio! Y yo que me pensaba hacer una lipo.

No la juzgo, todas queremos estar como las “fotoshopadas” modelos de las revistas y como las implantoarregladas de la farándula que se ven súper. Pero no pude dejar de aconsejarle mejorar su alimentación y hacer algún tipo de ejercicio, lo cual entendió que era lo adecuado. Eso no quita que cualquier día, al ir a dejar o recoger mi ropa en la lavandería, me encuentre a Miriam estilizada en el centro y poblada al norte y al sur como Jeilou. Porque, si eso es lo que amarra al hombre, o es lo que proporciona buena vida, ¿por qué no seguir la corriente?

 

 

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