Yo me quiero

 Me digo y me retedigo.
¡Qué tonto!
Ya te lo has tirado todo.
Y ya no tienes amigo,
por tonto. Que aquel amigo
tan sólo iba contigo
porque eres tonto.
¡Qué tonto!
Y ya nadie te hace caso,
ni tu novia, ni tu hermano,
ni la hermana de tu amigo,
porque eres tonto.
¡Qué tonto!
Me digo y me lo redigo...

De nuevo aprovecho la poesía, esta vez de Rafael Alberti (1902-1999), para abundar sobre  un tema que tiene que ver con un aspecto que influye increíblemente  en  nuestro potencial como personas y por tanto en la felicidad, el éxito y las relaciones en el curso de la vida: la autoestima.

La autoestima es la forma en que nos valoramos y está basada en las sensaciones y experiencias que hemos vivido a lo largo de nuestra vida y relacionadas con nosotros mismos. Vamos adquiriendo una percepción desde que somos niños y la vamos reforzando y consolidando  en nuestro paso por el tiempo a través de nuestras creencias, la retroalimentación de los demás, la comparación y las conclusiones a las que llegamos, reales o erradas. Si nuestra autoestima es alta podemos afrontar muchas situaciones con seguridad y con éxito, podemos apreciar nuestra apariencia y nuestras habilidades, en definitiva, nos queremos. Mientras que si es baja vivimos limitados a lo que entendemos que podemos ser, hacer o decir y frecuentemente nos odiamos. Dado que el concepto sobre nosotros  lo vamos formando a través de nuestras ideas y opiniones, nuestros valores y la retroalimentación de nuestro entorno, lo utilizaremos para juzgarnos (creeremos que tenemos cualidades positivas o negativas; que somos agradables o desagradables) y actuar como nos creemos que somos.

Empezamos a hacernos una idea de nosotros desde que somos niños y de esta idea dependerán nuestras cualidades y personalidad. Por ello, mi motivación para escribir este artículo está basada en alertar a los padres, tutores y maestros de la importancia que tienen los adjetivos calificativos peyorativos en nuestro lenguaje al comunicarnos con los niños. Muchas veces nos han dicho: tonto, malo, lento, vago, feo, malcriado, desobediente, gordo y otras joyas que, posiblemente, se dicen sin sentirlo de verdad, sino más bien como una forma de hablar común dentro de la cultura, o una forma de reaccionar aprendida de nuestros padres. Sin embargo, el niño toma esas palabras literalmente. Si a un niño se le dice cuando hace una travesura o algo que nos produce problemas de cualquier tipo “Niño malo, no te quiero”, pensará que si su padre o madre le dicen eso es porque es malo y no merece ser querido. Si además le repiten estas expresiones negativas  varias veces, irán influyendo en su auto percepción y autoestima.

Las comparaciones entre hermanos, familiares o niños amigos son muy peligrosas. El niño se compara a sí mismo con los demás sin necesidad de que alguien resalte o dé matices a la comparación.

Ya que la sociedad promueve características “deseables” (figura, aptitudes, habilidades, etc.) que a través de los tiempos sufren cambios importantes (modas), los niños y luego los adolescentes, jóvenes y adultos vamos tratando de alcanzar lo que está bien visto y que se refuerza a través de halagos, reconocimientos, etc.  Si no lo logramos pensamos que somos nosotros los culpables. Si además, se resalta la característica deseable de un niño y se compara con otro que no la tiene, estaremos propiciando una baja autoestima. ¿Les parecen familiares las siguientes expresiones? “Tu hermano ha sacado un 98 en matemáticas ¿Cuándo lo sacarás tú?”;  “Tan bonito pelo que tiene tu hermana y tú fuiste a salir así”. “Yo quería un varoncito y me salió una hembra”. “No se parece en nada a su hermano, el otro tan formalito y este tan tremendo”. “Sigue engordando que ya pareces una pelota”. Qué desafortunados somos al hablarle a un niño así en lugar de resaltar sus cualidades únicas y motivarlo a seguir creciendo en las mismas. Los niños con autoestima baja pueden terminar aislándose, teniendo bajo rendimiento escolar y hasta depresión, entre otros.

El período más crítico para el desarrollo de la autoestima es la adolescencia en la que el joven necesita tener una buena identidad y conocer sus posibilidades  para afrontar el futuro con confianza. En esta etapa empieza a hacerse independiente de la familia y a confiar en sus propios recursos. Si tiene una autoestima saludable pasará a la madurez sin mayores problemas. Si por el contrario tiene baja autoestima se sentirá inseguro y podría estar buscando su seguridad de forma equivocada en las drogas, las pandillas o la delincuencia.

Otro de los efectos de la autoestima baja es la búsqueda constante y enfermiza de la aceptación de los demás. Hay muchas formas de buscar aceptación. Se puede vivir con miedo de hacer o decir porque se puede molestar a los demás o pueden rechazarlo a uno; o imitar las conductas y actitudes con lo cual uno va dejando poco a poco de ser uno mismo. También se puede caer en el perfeccionismo, si todo se hace perfecto nadie podrá recriminarnos nada y seremos superiores a los demás. Si se recibe una crítica que puede ser constructiva, en lugar de agradecerla y, por el exceso de sensibilidad,  la persona puede sufrir una crisis y hasta caer en una depresión.  Se acepta cualquier cosa que venga  del otro con tal de no ser rechazado y esto podría incluir el maltrato. La persona con autoestima baja siempre piensa que la culpa de todo es suya, nunca de los demás y por ello se maltrata con diálogos internos que siempre lo desfavorecen. Nunca valora sus logros. La persona con autoestima baja sufre mucho.

La buena noticia es que la autoestima puede ser mejorada; y aunque probablemente siempre aflorarán algunos pensamientos negativos que nos harán dudar de nosotros, podemos trabajar para lograr sentirnos más a gusto con nosotros mismos.

Algunas tácticas a usar podrían ser:

–        Ver el lado positivo de las cosas y las acciones. O sea, cambiar al pensamiento positivo. El pensamiento positivo se va adquiriendo en la medida en que desechemos el negativo y aunque no nos lo creamos del todo.

–        Hacernos conscientes de nuestros logros y nuestras cosas buenas y nunca dar excusas o disminuirnos cuando nos hacen un halago o nos dedican un piropo.

–        Cuando tengamos deseos de compararnos con los demás, podemos decirnos a nosotros mismos que cada persona es única y tiene sus propios méritos, por tanto nunca podremos ser como fulano o mengana, ni mejores ni peores, cada uno tiene su papel en la vida y es para un propósito superior.

–        Tener confianza en nosotros mismos y decirnos de antemano que el único que no gana o pierde es aquel que no hace nada y que cada uno de nosotros tenemos cualidades para resolver las situaciones de manera diferente y adecuada y aprender de los errores.

–        Si en algún momento tenemos fracasos, como es natural o no seríamos personas, no podemos generalizar y pensar que siempre será así. Los fracasos nos dan alas si sabemos aprovecharlos y analizar de qué otra forma pudiéramos haber actuado.

–        Aceptarnos como somos es muy importante, todo ser humano es valioso para sí y para su entorno. Eso no significa que no tratemos de mejorar.  El crecimiento como personas es importante y por tanto no lo debemos descuidar.

Lo vital es hacerse consciente y responsable de los insumos que proporcionamos a los niños para que vayan construyendo su autoestima y también de que se puede trabajar por mejorar la propia. Merecemos ayudarnos a ser felices.

 

Una respuesta a «Yo me quiero»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *