La vieja del espejo

En la fiesta de despedida de soltera de Alexandra se juntaron las muchachas de la promoción Pioneras. En el colegio de monjas al que habían asistido para hacer el bachillerato, se conocía al grupo como jovencitas innovadoras y dispuestas a llevarse el mundo por delante.

Hacía treinta y siete años que habían terminado la secundaria y, aunque al principio algunas coincidieron en la misma universidad y continuaron frecuentándose, la mayoría solo había mantenido contacto a través del teléfono o del Internet y últimamente a través de un chat.

Cada una tenía una idea de las demás, desarrollada por las informaciones que intercambiaban en las redes sociales, donde las fotografías que se publican son retocadas o las más favorecedoras y las actividades familiares o sociales son de cuento de hadas.

Al encontrarse en persona, advirtieron que había una gran diferencia entre lo imaginado y la realidad. Ahí se vieron libras de más y arrugas, junto con ojos asustados y pómulos inflados como globos, gracias a los remiendos de Botox y hialurónico. Se compartieron los fracasos y los éxitos matrimoniales, familiares, o del trabajo.

Se volvió a sentir el calor del vinculo de los años de vida que habían compartido y asomaron los resentimientos juveniles, aunque, debilitados hasta el punto de casi desvanecerse. Fue como una catarsis general.

A Alexandra se le atribuía un carácter veleidoso en las relaciones masculinas. Se casaba por tercera vez y había comentado en la reunión que ella no dejaría de buscar el hombre de su vida hasta que lo encontrara. Se casaba con quien creía que podía serlo, pero, si resultaba no llenar los requisitos, rompía la relación, porque ella nunca iba a renunciar a la felicidad.

–Cómo me gustaría ser como tú –intervino Luisita–. Después de mi fracaso con Antonio, pienso que todos los hombres tienen una cosa u otra. No me atrevo a pasar otra vez por el mismo camino.

–Mi amiga, eso del matrimonio es un proyecto y, como en cualquier otro, una va dizque segura, pero es cuestión de prueba y error. Yo he tratado cada vez con la mejor intención, pero si me sale mal, vuelvo y empiezo de nuevo. Es asunto de persistencia. Eso sí, después de un fallo, vuelvo y me recaucho toda, porque esas pruebas desgastan –pontificó Alexandra.

–¡Mujeres, la que solo se casa una vez, se va virgen! –exclamó Mariela, a quien los efectos del ponche le habían soltado la lengua.

–¡Y la que se casa con viejo, también! –reforzó Paulina que estaba moviendo sus caderas al ritmo de un reguetón.

Chistes, expresiones picantes, fórmulas de éxito, confidencias sobre formas de atracción y técnicas sexuales vanguardistas siguieron caldeando el ambiente hasta la madrugada.

Muchas participantes salieron reforzadas, otras edificadas y algunas sintiéndose perdedoras ante tanto coraje y atrevimiento que ellas no tenían.

Jessi llegó a su casa agotada y un tanto excitada. Había quedado viuda hacía quince años y nunca se había planteado rehacer su vida con otro hombre.

Todas las conversaciones de los diferentes grupos, todas las confidencias escuchadas y las diferentes formas de ver la vida de sus excompañeras, le habían despertado el gusanito de la curiosidad. ¿Podría volver a casarse? ¿Habría un segundo hombre destinado para ella? ¿Resultaría atractiva para alguien? Se durmió envuelta en la maraña de pensamientos, recuerdos y sensaciones.

Se despertó cansada. Empezó a recordar la noche anterior y se sintió inquieta.

Ya tenía cincuenta y seis años. Los hombres de su edad las estaban buscando jovencitas y los más jóvenes estaban buscando el dinero de las mayorcitas; ella, ni tenía mucho, ni quería tener un sanki panqui en casa.

Primero haría un estudio pormenorizado de lo que podía ofrecer a un hombre, aparte de su inteligencia, buen carácter y habilidad para salir adelante, porque se había dado cuenta que estos dones no se apreciaban a simple vista, mientras que la belleza física era la que contaba en los primeros contactos.

Se miró en el espejo de cuerpo entero.

El torso y las piernas, pasables. Apenas había engordado. Con unos meses de baile y pesas en el gimnasio se resolverían las lorzas y la celulitis que amenazaba por salir.

Los senos no habían sido demasiado afectados por la gravedad, ya que no había tenido hijos en su matrimonio. Sin embargo, había notado que muchas de sus amigas se los habían agrandado. Afirmaban que a sus novios o maridos les gustaban “tetonas”. Una cirugía de senos no era nada del otro mundo. Tendría que pensarlo.

La cara…la cara con la que no había tenido ningún problema hasta hoy, no le gustó.

De un día para otro, la mujer que veía en el espejo no era ella, era una vieja. ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Podrían unas cuantas visitas a la dermatóloga rejuvenecerla?

Sintió nostalgia de tiempos pasados.

Se dio cuenta que, en lo que a su auto imagen se refería, había un antes y un después de la despedida de soltera de Alexandra.

Antes, sus padres, negocios, viajes y sobrinos eran todo lo que la movían. La parte física, aún sin descuidarla, era secundaria. Siempre se saludaba en el espejo con alegría y aprobación. Ahora, descubría su edad a través del cristal de una sociedad frívola y materialista. Su autoestima comenzó a tambalearse.

Empezó a observar el comportamiento de los hombres solteros con los que tenía alguna relación y notó que no despertaba el tipo de interés que ella quería despertar. A menudo giraban la cabeza para mirar otras caras y anatomías, descuidando el momento con ella, ya fuera de esparcimiento o de trabajo.

Pensó en Jacobo, su novio de juventud que hacía muchos años vivía afuera. A menudo, él piropeaba sus fotografías en FB y le preguntaba cuándo iría de visita a Nueva York para salir, juntos, a tomar un café.

En ningún momento antes había pensado en él como un posible compañero de vida y, ahora… lo estaba considerando.

Jacobo no publicaba fotografías en FB ¿Cómo estaría él? Había sido mujeriego mientras vivió aquí, por eso rompió con él. ¿Tendría novia ahora?

Por semanas tuvo pensamientos obsesivos sobre el tema, añadiendo aspectos tales como, la necesidad de una pareja para envejecer con alguien al lado, el respeto de la sociedad para con las mujeres casadas, poder compartir la responsabilidad de los negocios y cuanta otra razón o excusa pudiera pasar por su cabeza.

Decidió llamar a Alexandra con el pretexto de felicitarla por su nuevo estado y hablarle un poco del tema de Jacobo, para conocer su opinión y escuchar sus consejos. Tal como esperaba, Alexandra la alentó para entrar en un contacto más directo y frecuente con el ex novio.

–Entonces ¿entiendes que debo ir a verlo a Nueva York? –preguntó Jessi.

–Amiga, primero tienes que averiguar su situación actual: novias, dinero, estado físico de ciertas partes –dijo muerta de la risa–. Porque no te vas a casar con un mujeriego, pobre y que no le funcione. Y luego, tú misma tienes que prepararte para que cuando se encuentren te vea “muñeca-muñeca”.

Jessi se puso en contacto con su comadre en Nueva York para que la ayudara a conocer las andanzas de su ex novio y la respuesta fue positiva hasta donde la mujer pudo averiguar.  Jacobo se había divorciado dos veces y ahora hacia unos años que estaba soltero. Tenía dinero y una buena pensión. En cuanto al estado anatómico, lo único que aportó era que se veía bien, aunque tenía barriga. Más debajo de ahí, la comadre no se atrevió a preguntar a los conocidos.

Jessi inició el acercamiento con Jacobo y en sus frecuentes conversaciones por el chat, acordaron verse en persona a final de año. Él viajaría a verla y pasar unos días en su compañía.

Jessi comenzó a asistir al gimnasio y hacer citas con dermatólogos y especialistas en cirugía estética.

Quedó confundida con tantas y tantas recomendaciones que, al final, tuvo que recurrir de nuevo a su guía en la materia.

–Lo básico, son tetas y culo –lanzó Alexandra sin ningún tipo de encogimiento–. La cara, con unos puyoncitos y unos rayos láser te la ponen de quince.

No le daría tiempo a hacerse una operación detrás de otra, por lo le que insistió al cirujano que le hiciera nalgas y senos en una sola intervención y así podría pasar un tiempo reponiéndose, antes de la visita de Jacobo.

El primer médico no accedió a festinar la intervención, pues exigía visita a sicólogo y trabajar en dos etapas. Jessi abandonó al profesional y consultó con varios especialistas menos exigentes, hasta que consiguió quien estuviera de acuerdo con lo que ella solicitaba.

Al explicar a sus parientes y allegados del trabajo sus intenciones, quitó importancia a las operaciones diciendo que se iba a hacer algunos retoques estéticos.

El día de la intervención, estaba nerviosa, pero feliz.

Al cabo de seis semanas Jessi se miraba desnuda, de perfil, delante del espejo y no reconocía su propio cuerpo. Lo que vio no le gustó mucho, pero quienes sabían decían que así debe verse una mujer buena.

Todavía insatisfecha e insegura consigo mismo, pensó en la posibilidad de hacerse cirugía en la cara.

No estaba completamente bien de la anterior intervención, cuando hizo cita de nuevo con el cirujano facial. No tuvo que insistir mucho para que el médico accediera. La intervención salió bien y al cabo de dos semanas, su cara comenzó a normalizarse.

Sin embargo, la persona que solía saludar en el espejo todos los días, había desaparecido y una extraña le lanzaba miradas de desprecio y rabia.

Jessi maldijo el momento en que se dejó influir para cambiarse toda, por un hombre del que lo único que estaba segura, era que le había sido infiel a los veinte años.

Una semana antes de la llegada de Jacobo, Jessi comenzó con fiebre y terminó con una tremenda septicemia que en tres días le quitó la vida.

En el chat de Las Pioneras, se pudieron leer comentarios diversos.

–¡Ay Dios mío, pobre Jessi!

–Tanto afán para no poder disfrutar la cosecha.

–Una muchacha tan buena y responsable.

–Total, por un tipo que ni caso le había hecho en cuarenta años.

–¿Vieron el cuerpazo antes de morir?

–En la caja se veía muñeca, muñeca.

–Si, “etericaíta, etericaíta”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *