El diario de Juan del Pan

Viernes, 16 de abril de 2004

Hoy me desperté pensando que había tenido una pesadilla y que los recuerdos de ayer eran solo un sueño, pero luego me di cuenta que no. Encima de la mesita estaba el envoltorio de la pastilla para dormir que me tomé anoche después de que recibí la llamada anónima.

Ahí estaba también anotada en la libreta, la dirección del hombre con el que, según la voz, me estaba pegando cuernos mi mujer.

Yo estoy seguro de que es mentira. Entre nosotros no ha habido ni “un dime ni direte”. Nuestro matrimonio es completamente estable.  Ella ha cambiado alguno de sus hábitos, pero eso es normal. ¿Acaso no estoy yo haciendo un master para ponerme al día? ¿Acaso no me he dejado la perilla para estar más a la moda?

Estoy seguro de que la están difamando por envidia, porque es bonita, alegre y abierta con los demás.

Sin embargo, no he podido quitarme de la cabeza en todo el día la conversación con la mujer desconocida que llamó anoche. Eso sí, las mujeres son malas, se tienen envidia unas a otras. Seguro que la tipa no tiene con quien dormir…Tiene que haber confundido a mi mujer con otra persona; no  puede ser ella, porque además, el día que me dice que la vio con el hombre, ella estaba haciendo un retiro espiritual.

—Juan, Juan, ¡vuelve en ti! — No me puedo permitir tener desconfianza en mi mujer. Ella es una santa y además la tengo bien satisfecha.

Tengo que confesar que esta mañana preparé una excusa para llamarla por teléfono a su oficina; me pareció que tenía prisa en colgar.

Llegué puntual a la hora de comer. La estuve observando mientras comíamos y yo diría que desviaba la mirada.

La tarde se tomó un millón de años en pasar. Las clases del master estuvieron insoportables. —Qué prepotente es el profesor Martínez, un teórico es lo que es; se nota que no ha puesto en práctica lo que predica—

Cuando salí del trabajo pasé por la panadería a comprar el pan tierno. No se qué pasó hoy, los panes de masa sobada se habían terminado cuando yo llegué.

¡Coño! Tuve que comprar pan de agua que se pone blando antes de llegar a casa…

 

Sábado, 17 de abril de 2004

!No te jode! Anoche me sale Clara con que debería ir a un sexólogo para resolver el problema de la  rapidez que me entra cuando hacemos el amor.

Pues, nunca me había dicho nada parecido y bien que la he oído susurrar y gritar cada vez que lo hacemos. ¿Me va a venir ahora con que no lo hago bien? Y los dos muchachos que duermen en la habitación de al lado ¿son del Espíritu Santo? Son de dos de los gustos que nos dimos.

¡Ninguna eyaculación precoz! ¡Ni ahora ni en mis cuarenta y tres años de vida! Lo que pasa es que me excito tanto que tengo ganas de llegar al máximo lo antes posible. Claro, como las mujeres son tan lentas, les molesta que uno sea un verdadero macho y se encienda de una vez. Ella es la que debería ir al ginecólogo a ver si le da pastillas para acelerar la chispa!

El resto del día normal, trabajo por la mañana y arreglos en la casa por la tarde. Por cierto, creí que no iba a poder comprar el pan hoy. En la entrada de la calle había pasado un accidente y la policía había cerrado el paso de vehículos. Un camión le pasó por encima a una señora y dicen que verla daba ganas de vomitar. Tuve que ir a pie. Eso sí, el pan estaba tan bueno que me comí dos en el trayecto. No hay nada mejor que el pan.

 

Domingo, 18 de abril de 2004

Hoy fuimos a casa de Pedro y Elvira a pasar la tarde. Allá estaban Luis y María también con toda la familia.

Jugamos unas buenas partidas de dominó mientras las mujeres hablaban de sus cosas.

Se comentó que al jefe de Pedro que se había enredado con la secretaria, lo encontraron en el cuarto de la fotocopiadora con las manos en las masas y demás. Muy maja esa chica. Me recibió el paquete que le llevé a Pedro la semana pasada. Seguro que la ascenderán pronto…si no se entera antes doña Luisa.

Yo no podría jugármela así. Nada más de pensar que Clara podría enterarse, se me ponen los pelos de punta.

Clara me acaba de decir que una amiga de María se había puesto los senos postizos y a ella le habían entrado unas ganas enormes de ponérselos también. Le dije que a mí me gustaba así y me habló de que ella se sentiría más segura, más mujer, con senos grandes. Que siempre había sido su ilusión y ahora, al saber que una conocida lo había hecho sin ningún problema y había quedado perfecta, le daba empuje para hacerlo. Dice que ha ahorrado y que no impactaría en nada el presupuesto de la casa. ¿Te imaginas— me dijo— cuando me ponga un camisón transparente o me quite la ropa como en las películas porno? Y la verdad que me entró un calorcito solo de pensarlo. No le dije que sí ni que no. Ya veremos.

Me siento vacío. Que falta me ha hecho el pan. En conclusión, hay que pensarlo dos veces antes de ir a una casa donde solo sirvan pan de plástico . Eso de las hamburguesas no me convence mucho. Mejor unas buenas chuletas acompañadas de su mejor amante: el pan de horno. ¡Que viva el pan, pan!

 

Lunes, 19 de abril de 2004

Ayer no dormí bien. Soñé que mi mujer se había operado y que cuando le iba a tocar los senos se desinflaban. Me desperté a media noche sudando y no me pude volver a dormir. Tuve mucho tiempo de pensar en todo.

Recordé que la secretaria del jefe de Pedro era casada y me di cuenta que últimamente hay muchas mujeres que le pegan cuernos a sus maridos, claro que— ¡seguro que lo merecen, por calzonazos! —. Con las mujeres hay que ser fuerte. Que se sepa quien dirige la orquesta en la casa.

También pensé mucho en los senos de Clara. Ella no necesita ponérselos más grandes; yo no quiero una nodriza y además, si se los pone más llamativos empezarán los hombres a mirarla con malos fines; ¡es que está claro! siempre son las mujeres las que nos provocan.

A mí no tiene que conquistarme más, pues soy de ella y nunca le he sido infiel.

Y así se lo dije al medio día: nada de tetas postizas.

No le sentó nada bien. Me dijo que yo no mandaba en su cuerpo y que si le daba la gana se lo haría. También comenzó a decirme que lo único que yo quería era tenerla esclavizada como ama de casa, como sirvienta y que no la tenía en cuenta como ser humano con ganas de progresar tanto en la mente como en el cuerpo.

No la entiendo, tiene su trabajo, la dejo hacer cursos y talleres; la dejo hacer retiros; la dejo ir a las reuniones con sus amigas de la infancia, hasta le pago un instructor particular en el gimnasio y ahora me sale con que la quiero tener como una sirvienta.

Eso si, su cuerpo es mío que para eso me lo dio el día que nos casamos, aunque… últimamente me lo da con menos frecuencia y yo nunca le he fallado. Hay pocas mujeres que tengan la suerte que ella tiene. Las mujeres cuanto más tienen, más quieren.

Terminamos el proyecto de ampliación de los préstamos y el jefe me felicitó por el trabajo. Esperemos que se traduzca en cuartos.

En la panadería me encontré con Jaime Recader, compañero de trabajo de mi mujer. Hacía años que no le veía ¡Es nada lo que ha progresado! Él que siempre le ha gustado presumir de “todolopuede”… anda con un Audi del año.

Me contó que estaba haciendo trámites para que lo trasladaran de sucursal. Seguramente Clara no lo sabe, o de lo contrario me habría comentado. Se lo diré mañana. Quedamos en tomarnos un café cualquier día de estos.

 

Martes, 20 de abril de 2004

Hoy ha sido uno de esos días que es mejor morirse antes de poner el pie izquierdo en el suelo a la hora de levantarse. ¡Solo me faltó pisar una mierda!

Tengo tal tortícolis que no me puedo girar del lado derecho. No se me ha mejorado nada en todo el día.

Un cabrón me ha chocado el guardalodos trasero de la izquierda cuando iba a la oficina y encima quería tener razón. Me dijo que la culpa era mía porque manejaba como una vieja y yo le dije que yo creía que había visto un letrero que decía que no podían circular burros por ahí. Se me encendió la sangre para todo el día y hasta Conchita me preguntó que si me pasaba algo, cuando pasé por delante de su escritorio.

Clara no me ha dirigido la palabra en todo el día. Al volver a casa le compré esos panes de trenza que le gustan a ella para ver si se animaba la cosa y me encuentro con que se va a quedar hasta tarde en la oficina. Ah! Y subieron el pan. No se hasta donde vamos a llegar. El gobierno va a tener que dar mucho circo porque lo que es el pan lo está poniendo difícil.

Para acabar de completar el asunto, me siento con el cuerpo cortado y creo que tengo fiebre; me voy a acostar y mañana Dios dirá.

 

Miércoles, 21 de abril de 2004

Hoy no he podido ir al trabajo. He amanecido con fiebre de 38 y me duele todo, ¡hasta el pelo! Me he tenido que tomar una tortilla de aspirinas.

Clara llegó tarde ayer. Cuando nos despertamos, estuvo muy cariñosa conmigo; me parecía como que quería jugar por la mañana temprano. Pero yo estaba en un bache, sin ánimo de nada.

Me pasé toda la mañana dormitando. Bajé a comer con los niños. Inmediatamente se fueron a sus clases vespertinas y Clara volvió a la oficina.

Otra vez ha vuelto a llamar la mujer del otro día. Comenzó diciendo que era la persona que me había llamado la semana pasada para decirme sobre mi esposa. Me dieron ganas de decirle ¡Cállese cotilla y váyase a la cocina a fregar! Pero algo en mi interior me lo impidió. ¿Y si había algo de verdad en el asunto? Y me vinieron a la mente las tetas de Clara y me dieron ganas de demostrarle a la mujer que estaba equivocada y que era una arpía sin vida propia. La escuché.

Me repitió que Clara se veía con un hombre casado y que me lo estaba diciendo porque no quería que otro ser humano sufriera lo que ella estaba sufriendo. Le aseguré que no creía en eso ya que, en mi casa, la situación estaba bajo control y le insinué que seguro que estaba viendo visiones, porque no se había dado ninguna circunstancia que me indicara alguna anormalidad.

Me bombardeó que no fuera tan ingenuo.

Le pregunté quién me estaba hablando y cómo sabía nuestro teléfono y me dijo que no importaba, pero que conocía a Clara y a su amante. Debe ser una colega celosa de su profesionalidad y éxito. Y además ¿cómo sabía que hoy estaba yo en casa?

No le quise preguntar más detalles porque eso habría sido admitir que puede haber una posibilidad de que el asunto sea cierto y, no creo.

Después que colgué el teléfono me entró ansiedad. Sentía rabia contra la maldita mujer con la que hablaba hacía algunos minutos. Bajé a la cocina a tomarme un jugo y cuando subí a la habitación me dieron unas ganas locas de buscar en el escritorio de Clara. Miré sus papeles uno por uno. Todo normal. Busqué en los cajones de su cómoda. Nada. O bueno, poco. Unas braguitas tanga que nunca le había visto puestas. Seguramente me iba a dar una sorpresa. El otro día le comentaba que las mujeres de mis amigos las llevaban, según decían ellos y le pregunté que si a ella no le gustaban. Me pareció que se sentía incómoda por la petición disimulada que le estaba haciendo. Y es que Clara siempre ha sido medio de Acción Católica.

A trancas y a barrancas fui a por el pan. Anita me comentó que me veía muy acatarrado y que me fuera pronto a acostar. Me recomendó una infusión de qué se yo que hierba; no le hice ni caso. No pude tragar ni medio bocado del cuerpo de Cristo y eso que huele a santo.

 

Jueves, 22 de abril de 2004

Estoy inquieto, furioso,  loco!

Clara me dijo por la mañana que iba a tener una comida de negocios con unas clientas y que no iba a venir a comer a casa. Y me mosqueé inmediatamente. Así que le pregunté que dónde iban a comer y me dijo que no estaba segura si iba a ser en el Café Alaska o en Casa Polín que le confirmarían durante la mañana.

Me pareció que se arreglaba más que otras veces.

Cuando se fue corrí a la cómoda y revisé sus tangas, pero no me acordaba cuántas ni cómo eran las que vi el otro día, así que no pude confirmar nada. Me dio rabia haberlo hecho. Casi estaba afirmando que tengo sospechas y ¡no! ¡Pero sí! No se que me está pasando que este asunto me está sacando de quicio.

Estuve tentado de asegurarme que Clara estaba realmente en su comida de negocios, pero me pude controlar y no moví un dedo para asegurarme. No puede ser posible que Clara tenga una doble vida. La conozco demasiado bien, como para apostar por ella; no es de ese tipo de mujeres.

Decidí que no iba a la clase hoy para llegar temprano a casa.

Llegué demasiado pronto a la panadería. No había salido el pan de la tarde, no tuve en cuenta ese detalle a la hora de venir. No podía comprar el pan de por la mañana. No resisto un pan viejo. El pan tiene su “momentum” y entonces es que hay que aprovecharlo.

Di unas cuantas vueltas con el coche pero no se qué le pasó al tránsito que estaba tan fácil. El tiempo no pasaba y decidí venir a casa a esperar para volver a comprar el pan.

Me aseguré de tomarme diez minutos más del tiempo que Anita me había dicho que tardaría. No podía ser más porque podía acabarse el de masa sobada, ni menos para no tener que esperar de nuevo.

Me puse el jersey y bajé las escaleras. Cuando iba a salir del portal me di cuenta que un coche estaba parando para dejar un pasajero. El pasajero era Clara que se despedía ya fuera del vehículo agitando la mano y dedicando la mejor de las sonrisas al conductor o conductora, la verdad que no puedo jurar que era, porque quise mirar ya estaba arrancando y no quería que Clara me viera.

Subí corriendo las escaleras, abrí la puerta de la casa y me puse a hacer ver como que leía un libro.

Entró Clara y me saludo sonriente pero fría. Me dio un beso de compromiso y me preguntó cómo me sentía.

Le pregunté que cómo le había ido el almuerzo y me dijo que bien pero que la reunión de trabajo se había prolongado toda la tarde.

Le pregunté que si los clientes la habían traído a casa y me dijo que no que había venido con un taxi.

Luego me preguntó si había comprado el pan y le dije que no. “Me imagino que irás ahora” me dijo y yo le dije “Pues te imaginas muy mal”

En ese mismo momento me entró un sudor frío. Recordé que el coche del que se bajó Clara era un Audi del año.

¡Coño! Tener que pasar por esta situación y sin pan.

 

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