Lo mejor de cada familia

Ella fue a nacer en una fría sala de hospital. Cuando vio la luz, su frente se quebró como el cristal porque entre los dedos a su padre como un pez se le escurrió. Hace un mes cumplió los veintiséis.

El nació de pie, le fueron a parir entre algodón. Su padre pensó que aquello era un castigo del señor. Le buscó un lugar para olvidarlo y siendo niño lo internó. Pronto cumplirá los treinta y tres.

En el comedor les sientan separados a comer. Si se miran bien, les corren mil hormigas por los pies. Ella le regala alguna flor y él le dibuja en un papel algo parecido a un corazón.

Hey, solo pienso en ti, juntos de la mano se les ve por el jardín, no puede haber nadie en este mundo tan feliz. Solo pienso en ti.  Víctor Manuel

La historia de Anita y Pedro –así los llamaré–no sé cuál es. Pero puedo imaginarme algo parecido a la historia que con una música que saca del corazón del que la escucha un arcoíris de emociones, canta Víctor Manuel. Ella con Síndrome de Down, él con cierto tipo de retraso mental, pero funcionales hasta el punto de estar en el metro de Barcelona, saber en qué estación tienen que bajar, por qué puerta y hacia dónde encontrar la salida. Se sentaron juntos y se cogieron de las manos. No se hablaron. De vez en cuando, con una ternura que se expandía a los que los estábamos observando, él le retiraba un mechón de cabello que le caía a Anita en la frente,  por encima de los lentes, y deslizaba el torso de su mano por la cara de la amada. Ella le regalaba una sonrisa inocente y amplia que lo decía todo.

Pedro y Anita no eran los únicos. Un total de diez personas con diferentes tipos de discapacidad, alternando entre ellos –a su manera– en un vagón del metro. Algunos de pie, porque no había asientos suficientes para todo el mundo. Uno de ellos le había cedido el asiento a una anciana que lo aceptó con una gran sonrisa y un “gracias guapo”.

Había una líder, con las extremidades superiores e inferiores afectadas por lo que pudo haber sido poliomielitis –aunque se podía trasladar por sí misma en silla de ruedas–, que hablaba en voz alta y que daba instrucciones al grupo cuando había que prepararse para bajar.

Otros, con sus movimientos continuos de oscilación hacia los lados y su mirada ausente, atendían con atención las instrucciones y las interacciones de los compañeros, como si tuvieran miedo de perderse parte  de las mismas.

El grupo no andaba solo, pero estaba empoderado para hacer la travesía por su cuenta. Momentos antes de llegar a la estación y después de haber oído las instrucciones de la líder del grupo que los preparaba para el fin del trayecto, aparecieron dos monitores que estaban en el vagón de al lado; posiblemente siguiendo los movimientos de todos, pero sin intervenir.  Se juntaron con el grupo y conversaban con los componentes sin que se pudiera notar ningún tratamiento especial, ni sobre protector.

Para protegerse los unos a los otros a la hora de bajar estaban ellos mismos, las personas con discapacidad. Los que tenían mejores posibilidades ejercían de soporte de los más desvalidos. Y así, con armonía y ciertos nervios por la aventura que estaban experimentando, se bajaron todos y como un rebaño de ovejitas se dirigieron unos al ascensor, acompañando a la líder, y otros a las escaleras automáticas para salir a la calle.

Ese día, y otros muchos me imagino, salieron a pasear las joyas de la sociedad. Gente diferente pero mejor; gente con sentimientos, con alegrías, tristezas, amor y desamor que percibe el respeto, el cariño y el soporte que podamos darles. Gente limpia. Gente inocente.

Ellos se sentían libres y funcionales al igual que el resto de los mortales. Alguien les había dado la oportunidad de prepararlos para valerse por sí mismos.

 

Un obsequio dulce, un dulce obsequio

No sé qué vería el guachimán en mí para hacerme su confidente en aquella tarde de invierno caribeño. Pudo ser mi edad, mi aspecto, mi cercanía, o simplemente su necesidad de compartir algo personal que era importante para él, aunque fuera algo insignificante o poco importante para el resto de los mortales, con una mujer que podría entender su caso, por ser mujer.

Llegó a mi acera por el paso de peatones y se colocó a mi lado.

–Doña, ¿a las mujeres les gusta que les hagan regalos sorpresa, no es así?

–Claro que sí. Eso es algo sumamente agradable para nosotras. Nos demuestra afecto, interés.

–Como que uno puede conquistar a una mujer si tiene atenciones con ella, ¿verdad?

–Seguro. Los regalos no son lo único, pero nos hacen sentir muy bien.

–Mire, he comprado estos guineos y se los voy a llevar a una mujer. ¿Usted cree que le gusten?

En principio me pareció raro o poco romántico ese tipo de regalo. Cuando iba a pronunciarme al respecto un poco despectivamente, aunque con delicadeza, recordé que una de las muchachas del servicio de casa, siempre traía guineos para obsequiar a mi mamá, a la que quería mucho. Era un regalo humilde envuelto en cariño y atención y mi mamá los agradecía mucho.

–Pues lo mejor es averiguar cuáles son sus gustos antes de comprarle cualquier detalle –vi que puso cara de no haber caído en la cuenta antes. No quería desmotivarlo–. Aunque, seguramente le gustarán. ¿Son para su esposa?

–Ay no, doña que yo no soy casao. Es una muchacha del barrio que le tengo echao el ojo. No la conozco mucho pero creo que ella también tiene algún interés en mí.

– ¿Y cómo sabe que está interesada en usted?

–Adió! Porque me mira y ayer me dijo: tú no trabajas durante todo el día, ¿no? Eso demuestra interés, o sea, que se ha fijado si entro o salgo. Y como me gusta, me he pasado todo el día pensando en que tengo que ir buscando la forma de que nos acerquemos.

–Pero, ¿usted sabe si ella es soltera, o tiene algún tipo de compromiso con otro hombre?

–No. Pero creo que no lo tiene por la forma como me mira y me sonríe y porque ayer me habló. Hoy le voy a dar los guineos y a ver con qué me sale.

–Bueno, pues que tenga suerte y se puedan conocer mejor.

–Adiós doña. Muchas gracias por su tiempo y sus consejos.

Me quedé pensando en el guachimán. Quizás el regalo no fuera el más adecuado, o quizás sí. Quizás su estrategia pudo haber sido mejor, o realmente fue la adecuada. No lo sé porque no conozco a su deseada. Pero puedo decir que mientras unos regalan rosas, o galletas en forma de corazón, o chocolates, o apartamentos, o todoterrenos, otros piensan que pueden ser exitosos regalando fruta y a lo mejor lo son. Me gustaría saber cómo recibió la “susodicha” el regalo y si este sirvió para los propósitos de mi confidente desconocido.

Como te digo la A, te digo la O

Ya podemos desgañitarnos los sicólogos diciéndoles a nuestros clientes que la vejez no es más que otra etapa de la vida que, si se sabe coger bien, es hermosa. Ya podemos rompernos los sesos para convencer a los más recalcitrantes de emprender acciones, de cambiar formas de pensar, de disfrutar cada momento de la libertad que dan los años sin pensar en el futuro. Ya podemos hacer publicaciones en cualquier medio de comunicación hablando del retiro programado, armonioso, digno, en comunidad, confortante y libre. La realidad es que la naturaleza juega muy malas pasadas y en cualquier momento alguien nos responde agriamente cuando le proponemos el tema, o nos muestra situaciones en las que la vejez ni es tranquila, ni se goza de libertad, ni mucho menos es hermosa. Así que, tenemos que ser cautos al dar buenas noticias a los adultos envejecientes y no dorarles la píldora. La vejez puede tener cosas buenas, pero es bueno prepararse para el declive de la naturaleza.

Don Joaquín tiene la teoría de que después de los setenta, cada lustro la cosa empeora, y empieza a temblar cuando ve llegar a su calendario el cinco o el cero. De ser un amante del deporte y de correr diariamente durante cuarenta y cinco minutos –me cuenta–, pasó a caminar treinta y de ahí a sufrir un dolor en los pies que lo mantiene andando porque es tozudo y no porque en algún momento dejen de dolerle.

Doña Lucía era una mujer que no dejaba de leer el periódico cada día. Era curiosa. Si veía en la televisión algo que no conocía o de lo que no había oído hablar nunca, inmediatamente se ponía a buscar en el diccionario, enciclopedia o Internet  –cuando decidió instalarlo a sus ochenta años.  En ningún momento exhibió una cana y, por la mañana, salía de la habitación tan arreglada que parecía que iba de visita o de compras. Doña Lucia –me dice su hija de sesenta y cinco años– ya no lee periódicos; cuando ve la televisión y se le pregunta qué está mirando o de qué va la cosa, responde que no sabe. Sigue pidiendo que le den el peine para peinar sus cabellos, pocos ya, pero no le importa el resultado porque ni siquiera pide que le den un espejo.

Altagracia siempre fue alegre y disfrutó la vida. Además, tuvo la visión de trabajar duro para conseguir su casita de blocs. Ahora, enferma de los riñones, lo único que le queda son los recuerdos de mejores tiempos pasados, cuando sus hijos vivían cerca y la ayudaban económicamente, y el techo que la cobija junto con su marido que fue guachimán y que ahora está postrado a causa de una apoplejía.

Juan y Leonor, niños de ochenta años, mimados de la vida hasta hace cuatro días, no podían creer que iban a ser viejos. Sus cajones están llenos de pasajes de avión, barco, entradas a teatros y espectáculos variados y fotografías de paisajes exóticos en las que aparecen con muchos amigos, risueños y felices. Juan me escribe contándome de sus problemas de salud, mientras que Leonor ha perdido el humor y las ganas de salir de casa durante las vacaciones. Su desencanto ha sido grande y la adaptación a esta nueva etapa no es fácil para ellos.

Ramonet, quien vivió toda la vida con su madre –ahora fallecida–,  y esperando por la mujer de sus sueños sin que esta apareciese en sus sesenta y tres años, afirma que los dolores no se van, sino que cambian de lugar. Ha tenido que dedicar un cajón completo del armario para almacenar los medicamentos que controlan su diabetes, sus males renales y cardíacos. Probablemente terminará su vida sin haberse dado cuenta de que pasó por delante de él haciéndole muecas para que la atendiera.

Doña Pilar, que en paz descanse, llegó a los setenta y cinco y cuando empezó a bajar la cuesta, lo hizo con mucha rabia porque nada era igual en la medida que descendía o allá abajo. La irritación no le permitió pasar sus restantes dieciocho años en paz consigo misma o con nadie.

Y también están las historias de los Luises, Antonios, Marinas, Doras y Pedros que viven pendientes de su próstata, de sus  clavos en las caderas, sus artritis, sus pérdidas de memoria y otros etcéteras que solamente de escribirlos me están postrando a mí.

No sé, siento que estoy en “maquejó mode” y por eso es que este artículo es ácido y desagradable, pero la mala noticia es que: es real.

A mis lectores jóvenes –de dieciocho a cuarenta y cinco–, no les pido perdón porque seguro piensan que lo que cuento no va con ellos. A los de mediana edad –de cuarenta y seis a sesenta y uno (estoy haciendo concesiones en la edad por algunos de mis colegaspanafull) –, les pido perdón por la inquietud que pueda causarles encontrarse de pronto con este “pelao”. A mis seguidores mayorcitos –de sesenta y dos a setenta y cinco–, lo mejor que les puedo decir es que se preparen para la vejez y la acepten de la mejor manera posible. A los de setenta y seis y más, les digo, cuídense, vean a quien los pueda ayudar –amigos o profesionales– y disfruten de su familia, si la tienen, de sus mascotas, sus libros, sus flores y por qué no, su copita de vino todas las noches antes de acostarse.

La responsabilidad de los padres

Dedico este comentario a mi querido amigo Heinz.

Cuando nos nacen los hijos, de forma automática adquirimos una deuda con ellos que, en muchos casos saldamos y en otros tantos no.

La tarea de criar hijos es hermosa, pero muy exigente y llena de responsabilidades. Ellos necesitan de nosotros tiempo, atención, paciencia, vigilancia, guía, fuerza y, sobre todo, amor para hacer buen uso de todo lo anterior.

Nos toca establecerles reglas desde el nacimiento, no para constreñirlos sino para hacer que recorran un camino recto y con la menor cantidad de contratiempos.

Les enseñamos a vivir y, todavía mejor, a veces permitimos que se hagan independientes y que vivan su vida teniendo en cuenta nuestras enseñanzas, aunque deberíamos asegurarnos de que coincidieran con nuestra forma de hacer. Si mostramos amor, respeto, autodisciplina, cortesía, escucha, calma y armonía, nuestros hijos harán lo mismo.

Algunos, con más pericia que otros, los ayudamos a manejar las emociones, a ser tolerantes y a buscar soluciones ganadoras para todas las partes envueltas en los problemas.

La satisfacción de las necesidades emocionales, intelectuales y físicas de nuestros hijos son parte de nuestra deuda con el universo. No hay recetas para hacerlo bien, porque cada hijo es diferente. Muchas veces desarrollamos la habilidad de reconocer y adoptar la forma de satisfacerlas y otras no somos capaces de lograrlo.

Las necesidades emocionales son las más difíciles de cumplir porque la mayoría de los padres venimos de un hogar disfuncional. No hay familia ideal, saludable y perfecta. No obstante, si los escuchamos, abrazamos, sonreímos, cantamos, reímos o lloramos con ellos, nuestros hijos sabrán que los queremos, que los aceptamos como son  y que son importantes para nosotros. La aceptación hace crecer la autoestima y es en la familia, principalmente, donde se refuerza la misma.

Reconocer sus logros, grandes o pequeños y dar palabras de aliento motivarán al niño a esforzarse más y hacer las cosas mejor. La comunicación es indispensable –me gustaría poder escribir “la buena comunicación”, pero parece casi un mito en estos días–. En algunas familias la comunicación, sencillamente, no existe.

Pero los hijos crecen y cambian y así mismo cambia el papel de los padres. Pasamos de proveedores a asesores. En este segundo papel algunos padres enseñan a sus hijos todo lo hermoso del mundo y también les advierten de los peligros que pueden estar acechándoles. Dulce o salada, la vida de un hijo, si tiene un padre asesor al lado, se hace más llevadera y encuentra soluciones a problemas y situaciones complicadas, tan normales en el diario vivir.

La meta central de los padres es desarrollar entes capaces –ya que todos nacemos con ese potencial –,  sensibles y preparados para vivir la vida plenamente haciendo, además,  un aporte a la sociedad.

Pero, los hijos se nos van, hayamos hecho o no la tarea. A veces la hemos hecho  tan bien como hemos sabido, poniendo toda la carne en el asador. Hayamos pasado con la nota justa o con honores, los hijos marchan a vivir su vida, a sembrar y recoger sus semillas de triunfo  y a cometer sus propios errores de los que siempre aprenden, como nosotros lo hicimos.

Si cometen errores, a veces nos sentimos culpables, o no, pero siempre sufrimos las derrotas más que si fueran nuestras.

A mi amigo querido le digo lo que me dijo un médico acupunturista con vocación de sicólogo: cuando los hijos se independizan, a partir de ahí los padres somos espectadores de su obra de teatro. Aplaudimos, lloramos, sentimos una empatía con la trama que nos desgarra, pero no somos actores en la misma. Lo importante es que nuestros hijos sepan que estamos ahí, admirándolos o recogiendo los pedazos, si hiciera falta.

Madres hay más de una

Ante el bombardeo de los medios europeos, americanos y dominicanos anunciando el Día de la Madre –con fines comerciales, por supuesto–, tengo un sentimiento agridulce. Hay mucha fábula acerca de la maternidad que tanto madres como hijos hemos dado como buena y válida  sin analizar el asunto con la cabeza y con el corazón. Eso conlleva muchos desencantos, frustraciones y dolor que no tienen razón de ser.

No discuto que solo hay una madre que te parió, pero en la vida hay muchas madres que te facilitan la vida, te auxilian cuando estás necesitado, te muestran el camino, te dan una patada reparadora para despertarte del letargo, te ayudan a hacerte.

De la madre natural puedes esperar cualquier cosa; tanto amor incondicional, sacrificio,  enseñanza, ejemplo, como autoritarismo, delegación de funciones, relegarte a segunda posición, errores de crianza y un guión de vida que puede hacerte un triunfador o un perdedor, según sea el mensaje con el que te amamante.

La mía dio todo lo que pudo, todo lo que supo, todo lo que tuvo. Lo que no podía, sabía o tenía dejó un hueco en mí porque tenía expectativas creadas por oír las experiencias indiscutibles o inventadas de otras personas, leer libros con historias reales o ficticias y ver películas que mucho o poco tenían que ver con la realidad.

Todas las fantasías no logradas quizás se quedaron para una segunda vida, si es que vuelve a ser mi madre. Pero, como era y como daba la quería y la quiero; ahora estoy más segura de eso. Siempre sentí que, hiciera lo que hiciera, ella iba a ser mi apoyo y mi cobijo. Esto era un paradigma simple, seguro. –He dejado de tener esa tranquilidad desde que la perdí; la orfandad es horrible.  Pero ahora soy capaz de verla como una persona con ilusiones, esperanzas, necesidades, dudas, problemas y carencias y no solamente como mi madre. Por eso, la entiendo, la perdono, la quiero, me hace falta.

Pero he tenido también otras madres a las que agradezco por lo que soy, por lo que se, por mi lugar en la vida y  por lo que hago–esto último se lo debo a su ejemplo.

Soy deudora de una profesora de pueblo –en mi adolescencia temprana– que me hizo ver que las opciones de vida las escoge uno y no los demás. Como mucho, se les deja hablar, se les escucha, y luego de hacer un careo entre esas opiniones o conocimientos y las propias experiencias –a los doce años ya se es rico– se toma una decisión de propio cuño.

De una tía que percibiendo mis deseos de independencia hizo de mediadora con mis padres para que me dejaran ir sin resentimiento y entendiendo que no era por ellos, sino por mí, y me brindó todo su apoyo hasta que pude hacerlo sola.

De otra tía que, con su ejemplo, me enseñó que hay que soltarse la melena de vez en cuando y que demasiada seriedad es perjudicial para la salud y el crecimiento armónico. Gracias a ella, pude pasar del qué dirán y ponerme en sintonía con mi conciencia solamente. Claro, los valores inculcados por mis padres siempre estaban ahí. Pero también aprendí, con el tiempo, que hay valores que hay que sacarlos de la vida porque, o no eran válidos o se han puesto obsoletos y se constituyen en barreras para la felicidad.

De una amiga de espíritu aventurero y de una gran seguridad que despertó mis ansias de conocimiento y libertad y prendió la llama de la exploración de otras culturas, personas y ambientes. A ella le debo mi amor por la diversidad.

De otra amiga que me transmitió la idea de que dar proporciona más satisfacción que recibir. Aunque nunca podré presumir de ser tan generosa como ella, sí he experimentado el desprendimiento en muchas ocasiones y he recibido tesoros a cambio de dádivas ínfimas.

He tenido otras madres postizas y a veces sustitutas que me han prestado su hombro, me han dado un trozo de su corazón, me han regalado gafas de diferentes colores para ver la vida y me han reconocido como ser humano por ser, que no por hacer o por estar.

Concluyo, pues,  que soy una persona con suerte.

 

 

 

Soledad etílica

A Espiritoso López Pérez la vida le jugó una mala pasada: le dio una voluntad débil –dice él.

A los sesenta y tres años, quisiera tener compañía femenina, pero busca un amor que entienda su situación y lo quiera como es y como está, –cosa que ve difícil. Cree que su tren ya pasó.

P. ¿A qué edad comenzó usted a tomar alcohol?

R. A los 30 años.

P. ¿Nunca antes había tomado?

R. Si, había tomado alguna vez  desde los 18 años –mi papa de crianza era alcohólico–, siempre había ron en casa.

P. ¿Cómo llega al alcoholismo?

R. En mi trabajo conocí a un joven que bebía todos los miércoles.

P. ¿Por qué los miércoles?

R. Nos pagaban semanal.

P. ¿Cuántos tragos tomaban?

R. Tragos no, botellas.

P. ¿Cuántas? 

R. Dos potes.

P. ¿Ese mismo día?

R. Si y los sábados nos tomábamos tres potes.

P. ¿Le ocasionó problemas sexuales con su pareja?

R.  Al principio no.

P. ¿Cuándo empezaron a surgir los problemas?

R. Al tiempo, más o menos al año; ella quería más, pero yo no conseguía otra erección como antes, rápida.

P. ¿Se agravó la situación? ¿Por qué?

R. Ella comenzó a quejarse de que ya no era como antes, cuando nos juntamos.

P. ¿De qué se quejaba ella?

R. De que yo no tenía fuerza.

P. ¿A qué se refiere?

R. Que no lo sentía adentro.

P. ¿Fue eso lo único?

R. La poca duración.

P. ¿Algo más?

R. Bueno, durábamos mas juntos porque me iba al pozo –sexo oral.

P. ¿Qué mas pasó entre ustedes, buscaron ayuda?

R. Nunca. Hubo mucho pleito, adulterio, golpes.

P. ¿Ella era adúltera o era usted?

R. Los dos, pero era porque ella ya no me quería. Nos dejamos.

P. ¿Y su vida sexual como siguió?

R. No volví a tener una mujer fija, es decir en la casa. Las buscaba algunas veces y lo hacíamos en un motel.

P. ¿Llegaba usted a la eyaculación con esas parejas igual que con su pareja pasada?

R. A veces. Pero si bebía mucho me dormía y en la mañana hacíamos algo.

P. ¿Era satisfactorio?

R. Ya casi no sentía placer.

P. ¿Actualmente como esta su vida sexual?

R. Hace tiempo que no busco mujeres, me masturbo, vivo solo. Tengo miedo a una enfermedad.

P. ¿Si se le presentara una mujer desnuda, se estimularía usted, visualmente?

R. Tal vez, no estoy seguro.

P. ¿Y si usted la tocara, se estimularía?

R. Me gustaría hacerlo, pero solo si hay cariño.

P. ¿Sigue usted tomando alcohol en grandes cantidades?

R. Sí. No puedo dejarlo. Me ayuda a vivir esta soledad.

 

 

 

 

 

 

 

Vivir contigo

Juntos permaneceréis por siempre, hasta que las blancas alas de la muerte dispersen vuestros días.

Pero permitid que haya espacios en vuestra unión, para que el viento de los cielos dance entre vosotros.

Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una cadena; sea más bien un mar meciéndose entre las riberas de vuestras almas.

Daos el corazón el uno al otro, pero no para un uso personal, pues sólo la mano de la vida puede sostener dos corazones unidos.

Y permaneced juntos, pero no demasiado juntos, porque aun los pilares del templo guardan su distancia, y ni el roble ni el ciprés pueden desarrollarse el uno a la sombra del otro.

Khalil Gibrán

 Si hemos escogido a una persona para vivir en matrimonio o en pareja, los pilares que sostendrán la convivencia son:

Amor.

Espiritualidad.

Libertad.

Generosidad.

Y si por la debilidad del ser humano se cayera alguna de estas columnas, podemos reemplazarlas momentáneamente, mientras la reparamos, por una columna de perdón, o de comprensión, o de empatía.

Si algo se rompe, arreglémoslo. Una unión de dos personas es algo demasiado valioso para tirarlo a la basura sin hacer el menor esfuerzo por recomponerla.

Anodina Medrano

Nací en La Puya y vivo todavía allí. Pero no vivo con mis padres porque ahora estoy casada con un hombre y nos mudamos dos calles más allá de la casa de mis padres. Tengo una hija que se llama Cristal, pero que no es del hombre que vivo ahora.

Cuando yo era pequeña mi mamá siempre estaba enferma. Entonces no se sabía que tenía pero siempre estaba cansada, sentada o acostada. Ahora los médicos han dicho que tiene depresión y la están medicando. Ella tendrá que tomar la medicina de por vida, porque esa es una enfermedad que no se puede curar. Ella va también donde una doctora que le da terapia, pero no se ve mucha mejoría. Siempre ha llorado mucho y a nosotras nos daba mucha pena, pero ahora ya nos hemos acostumbrado.

Mi papá siempre ha trabajado como jardinero. Como vivimos cerca de los barrios de gente que tienen muchos cuartos y con jardines grandes, él siempre les ha hecho su jardín y ya lo conocen mucho. Unas doñas se lo dicen a otras y siempre lo llaman para que haga trabajitos. Una doña le prestó los cuartos para que se comprara una máquina para podar la grama y luego se los regaló. Mi papá siempre ha sido una persona de palabra y la gente lo quiere mucho. Le regalan muchas ropas para el trabajo y le dan de comer cuando echa el día en la casa arreglando el jardín.

Cuando éramos pequeñas nunca pasamos hambre porque mi papá siempre traía cuartos a la casa. Al principio, mi mamá se encargaba de todas las cosas de la casa y de nosotras. Luego, cuando nació mi tercera hermana, Josefina, como que se puso mala y de ahí en adelante nunca se ha sentido bien del todo. Desde bien pequeñas nosotras tuvimos que ayudar en la casa cuando mi papá se iba a su trabajo. La vecina del al lao nos cocinaba y mi papá le daba un dinero mensual. La comida la poníamos nosotros, pero ella la hacía y arreglaba la cocina. A veces mi mamá también cocinaba, pero cada vez menos.

Yo iba a la escuela porque mi papá me hacía ir todos los días. La escuela me gustaba, pero no tanto. Fui hasta los doce años. Después dejé de ir porque entré a trabajar en una casa de familia junto con una vecina que era la empleada principal de la casa.

Las vecinas nos querían mucho a las tres y hay una que se llama Mariana, que es con la que estoy trabajando en la misma casa de familia, que siempre me llevaba a su casa y hablaba mucho conmigo. Ella siempre decía que mamá debería cuidarnos y enseñarnos más, que qué era eso de estar todo el día acostada; claro, entonces no se sabía lo de su enfermedad. Así que ella fue como mi mamá y hasta me regañaba cuando pensaba que estaba haciendo algo mal hecho. A ella le debo mucho.

En el barrio había muchos niños y por las noches nos juntábamos a hacer cuentos, sobre todo las hembras. Los varones también se acercaban y siempre estaban tratando de darnos miedo. Había un morenito que se llamaba Carlitos que vivía solo con su padre porque su madre se murió al poco de dar a luz. Carlitos era muy buena gente y empezó temprano a ayudar a mi papá con lo de los jardines. El recogía la grama cortada y las ramas y barría al final; mi papá le daba la comida y algo para él. Luego se dañó. Se encontraba que con mi papá ganaba poco dinero y dicen que se metió en cosas de droga o algo así. El asunto es que cuando tenía dieciséis ya salía con mujeres y otros tígueres y un día por la noche su papá oyó que tocaban en la puerta y salió. Era Carlitos. Se cayó redondo frente al papá. Me dijeron que tenía el mondogo afuera. Yo no lo quise ver, ni aun cuando lo velaron en la casa. No se supo qué le había pasado ni quién fue. Eso se quedó así, pero el papá, desde entonces no es gente. Mariana siempre decía que si los padres no se ocupan de los hijos ni les dan su fuete para enderezarlos, luego, cuando quieren que la cosa se remedie, ya no están a tiempo.

Mi papá se cortó en un pié con un hierro de hacer jardines y la pierna se le puso muy mala. Creían que la iba a perder. Tuvo que guardar reposo por tres meses. Ese tiempo no lo pasamos tan bien porque no había cuartos en la casa. Los vecinos nos ayudaron y también la hermana de mi mamá, pero claro, la cosa se estaba poniendo cada día más fea y no sabíamos cuándo mi papá podría volver a trabajar. Entonces, Mariana, que trabajaba en una casa de familia, me dijo que le iba a hablar con la doña para ver si podía llevarme para ayudarla a ella. Allí me darían comida y de seguro la doña me regalaría ropita de una hija que tenía más o menos los mismos años que yo.

La doña le dijo que sí que podía ir, pero con la condición de que por la tarde siguiera yendo a la escuela. Así que pa allá nos fuimos. En la casa siempre me han tratado muy bien. Ahora ya llevo veinte años con ellos. Son como de la familia. Desayunaba y comía muy bien, lo mismo que los señores y por la tarde Mariana me preparaba una lonchera para que me la llevara a la escuela con un sanguich y un jugo. Me acuerdo que los compañeros siempre me pedían comida, porque yo era la única que llevaba. Además me pagaban algo que la doña dijo que no era un sueldo, que solo era para que me pudiera comprar ropa y los útiles de la escuela y si sobraba algo, ayudar a mi mamá.

Pero la escuela quedaba un poco lejos y no me gustaba llegar tarde a mi casa y perderme la chercha y las telenovelas. Así que la dejé, pero no dije nada en la casa de la doña, por un tiempo,  para que no me botaran. Mariana me dijo que no, que eso no se podía dejar así y que mi mamá debía haberme obligado a seguir yendo a la escuela, pero mi mamá no estaba en nada y no me dijo  ni ji. Mariana dijo que había que decírselo a la doña, pasara lo que pasara, así que se lo dijimos. La doña me habló mucho para que volviera a la escuela, incluso ofreció pagarme una escuelita privada que había más cerca, pero yo no quise. No tenía interés. Ya sabía leer y escribir y sumar, restar y multiplicar –que ya casi se me ha olvidao multiplicar–. Ahora pienso que debería haber seguido, pero ya es tarde, por eso estoy encima de Cristal para que aproveche la escuela, no quiero que le pase como a mí. A ella tampoco le gusta mucho, pero yo la obligo, como debió haber hecho mi mamá.

En casa me aburría mucho y empecé a salir con amigas, nos íbamos a un colmadito que había en la esquina todos los días. Yo no tomo alcohol porque no me gusta, pero a mis amigas sí que les gustaba tomarse unas frías. Al colmado iban también muchachos y allá nos quedábamos cherchando hasta las tantas. Al principio yo tenía miedo de que me dijeran algo en casa, pero mi mamá ni se enteraba y mi papá tampoco decía nada. Mariana era la única que me echaba boches; decía que mis amigas no eran más que unas alebresquiás y que no hacía nada bueno saliendo casi todas las noches.

Al colmadito iba también un, disque, funcionario del gobierno y siempre se ponía a mi lado y me preguntaba cosas. Que dónde vivía, que cuantos años tenía, que si tenía novio. A mí me gustaba porque era como más fisno que los otros hombres. Siempre me ponía mucha conversación. Luego las muchachas me dijeron que era casado y que tuviera cuidao con él porque era un tíguere. Tenía un Toyota rojo y un sábado me invitó a ir con él a otro colmado que vendía un picapollo muy bueno. Yo, como al otro día no tenía que ir a trabajar  me fui con él, pero le dije que ya sabía que era casado y que no creyera que conmigo podía jugar. Me dijo que se estaba divorciando de su mujer porque era una mardita loca. Comimos picapollo y hasta me tomé una fría. También bailamos con una música que había puesta. Fue bien conmigo y cuando acabamos me llevó a la casa. Quería darme un beso, pero yo no lo dejé. Luego seguimos viéndonos los fines de semana para ir a un motel –porque me dijo que se quería casar conmigo–. Al final acabé embarazada de Cristal y cuándo se lo dije como que se asustó; yo quería mudarme con él para que entre los dos atendiéramos al muchacho. Me empezó a meter un cuento de que tenía que buscar casa primero porque no iba a botar de la suya a su mujer y sus hijos, y al final resultó que ni se iba a divorciar, ni me iba a mudar. Tuve que decir en mi casa lo de la barriga y mi madre se lo cogió bien porque le dije que el papá era funcionario, que total, no era funcionario na, sino que había hecho un trabajito para el partido y se la buscaba con los funcionarios que conocía. Mi papá se puso bravo conmigo, pero al final me dijo que tuviera la barriga, que ya veríamos cómo lo arreglábamos todo.

Mariana duró casi un mes sin dirigirme la palabra y cuando me habló fue para decirme que no era más que una cuero y que si hubiera sido hija suya me habría dao golpes por pipá. Pero, al final se le fue pasando todo y empezó a darme consejos y a cuidarme para que tuviera una buena barriga. Ella se encargó de decírselo a la doña. Yo creía que me botarían pero no. Como estaba haciendo buena barriga seguí trabajando hasta el final y todo el mundo se preocupaba por mí y me daban de las mejores comidas que había en la casa.

La doña me hizo ir al médico todos los meses y me pagaba la visita –entonces todavía no nos habían puesto seguro–. Una semana antes de parir me fui para la casa y luego nació Cristal. El parto fue muy bueno. Mariana fue quien me llevó al hospital y luego llegó mi papá con mis dos hermanas. Ella llamó un taxi y se puso tan nerviosa que hasta me puso nerviosa a mí. Se quedó conmigo por la noche. La doña me fue a ver al día siguiente y le llevó una canastilla a Cristal.

El sinvergüenza de Primo ni siquiera fue a la maternidad a vernos a la niña y a mí. Luego al cabo de dos meses se presentó en la casa y quería como que volviéramos, yo le dije que se fuera para el carajo y que tenía que buscar los cuartos para la niña o le iba aponer una querella. Desde entonces me pasa una chiripa mensual y cuando es el mes de empezar en la escuela me manda mil pesos para, dizque, los cuadernos y el uniforme. Es un desgraciao.

Volví a trabajar al mes de dar a luz. La doña quería que me quedara en casa más tiempo y me mandaba el mes con Mariana. Pero yo me sentía mal porque pensaba que esa gente había sido muy buena conmigo y que Mariana necesitaba que la ayudaran en la casa. Mi hermana se encargó desde el principio de Cristal, así que no hacía falta que me quedara yo en la casa. A Mariana no le gustó y me dijo: cuidao si tú vas a salir a tu madre y no le vas a hacer caso a tu hija. Acuérdate que los muchachos necesitan una macana cerca.

 A los pocos meses, creo que siete u ocho, conocí a un muchacho que venía mucho a la casa de la doña con el hombre que hace el mantenimiento de la planta. Me gustó desde un principio y me pareció serio y formal. Porque mire, ya yo estaba jarta de hombres sinvergüenzas que lo único que buscan es…ya usted sabe.

Comenzamos a salir y luego nos hicimos novios. Al poco tiempo quedé embarazada pero yo no quería tener el niño. No sabía si lo mío y lo de Félix terminaría bien y además, Cristal estaba muy pequeña y yo no quería cargar con más muchachos, así que no le dije nada a nadie, ni a Félix, y me hice un aborto un sábado. Parecía que todo había ido bien.

A la semana siguiente, yo había pasado una semana muy mala pero yendo al trabajo. No sé cómo fue pero sentí unos dolores muy fuertes en el vientre y de pronto empecé a sangrar mucho. No me podía contener la sangre con nada y me empecé a poner mala. Me fui a la habitación del servicio y me acosté en una cama y allá me encontró Mariana y se puso a dar gritos porque dizque estaba en un charco de sangre. Llamaron un taxi y Mariana me llevó al hospital. Parece que la cosa era de gravedad. Recuerdo que ella lloraba y lloraba. Mi padre y mis hermanas llegaron luego y tuve que decirles lo del aborto. Se pusieron como el diablo y empezaron a decirme muchísimas cosas. Yo estaba bien triste.

Me hicieron un rapado y a los dos días me pude ir para la casa, pero tuve que durar en reposo dos semanas. Mariana venía a verme cada día cuando llegaba del trabajo y me contaba todo lo que había pasado en la casa. Félix se puso muy bravo conmigo cuando supo lo del aborto y dijo que a él le habría gustado tener el carajito. Siguió yendo a la casa y a mi papá y mi mamá como que les gustó. Seguimos saliendo y yo me cuidaba mucho para no quedar embarazada otra vez. El también.

Volví al trabajo y Félix se puso por su cuenta a dar mantenimiento y a hacer trabajitos eléctricos. La doña lo llamaba a cada momento hasta para cambiar un enchufe. La doña hizo como si no supiera nada del aborto, lo cual le agradezco, porque a mí me daba mucha vergüenza primero haber quedado embarazada otra vez y después haberme sacado al muchacho.

Decidimos buscar una pieza cerca de la casa de mis padres y aunque Félix quería que Cristal viniera a vivir con nosotros, mi madre y mi hermana no quisieron. Mi mamá siempre dice que no es bueno para una niña un padrastro, porque ahora era chiquita, pero luego cuando fuera señorita podríamos tener problemas.

No nos hemos casado pero vivimos juntos como si fuéramos un matrimonio. Él me quiere y me respeta y no gana mal. Los domingos vamos a buscar a Cristal para ir al parque o llevarla a comer un chimi y Félix se interesa en todo lo que ha hecho en la escuela como si fuera su padre, que el sinvergüenza de Primo no lo ha hecho nunca.

Ahora en la casa de la doña gano más que Mariana, la doña dice que es que la parte más fuerte del trabajo la llevo yo. No sé si Mariana lo sabe o no. Yo no se lo he dicho porque no quiero que se ponga brava conmigo. Félix y yo no hemos tenido hijos, aunque no los evitamos ya. Me dicen que a lo mejor cuando me hicieron el aborto me dañaron algo allá adentro. No sé. Pero de momento estamos bien.

Lo mejor que me ha pasado en la vida es Félix y lo peor el sinvergüenza de Primo. De mi trabajo lo que más me gusta es cuando la doña me da las gracias por todo lo que hago y me dice que lo hago muy bien. Muchas veces tomo el teléfono y le cojo los recados en una libretita que tiene en su oficina y se los pego en la computadora. Ella me dice que soy su secretaria.

 

 

Inteligencia emocional y aprendizaje

Hoy seré dueño de mis emociones.
Si me siento deprimido, cantaré.
Si me siento triste, reiré.
Si me siento enfermo, redoblaré mi trabajo.
Si siento miedo, me lanzaré adelante. Si me siento inferior, vestiré ropas nuevas.
Si me siento inseguro, levantaré la voz.
Si siento pobreza, pensaré en la riqueza futura.
Si me siento incompetente, recordaré éxitos del pasado.
Si me siento insignificante, recordaré mis metas. Hoy seré dueño de mis emociones. Og Mandino

Las emociones juegan un papel muy importante en el aprendizaje en todas sus etapas: la escolar, la universitaria o la del aprendizaje permanente al que hoy nos obligan a los adultos las responsabilidades  profesionales y ejecutivas.

Hay emociones que favorecen el aprendizaje y hay otras que lo perjudican o lo obstaculizan. Estados anímicos como la alegría, el entusiasmo o el coraje nos impulsan con la energía emocional adecuada para llevar adelante, con eficiencia, cualquier proceso de aprendizaje. Y estados anímicos como la tristeza, el miedo o la cólera, perturban, obstaculizan e incluso pueden anular el proceso de aprendizaje.

También, la intensidad de una misma emoción puede convertirla en positiva o negativa para distintas actividades.  Por ejemplo, un deportista puede tener un determinado nivel de ansiedad que puede mejorar su rendimiento; pero si tiene mucha ansiedad, no alcanzará su máximo nivel. Un actor puede ser estimulado por la ansiedad, y así mejorar su actuación, pero si esa ansiedad se convierte en miedo, al salir al escenario saldrá disminuido y hasta puede olvidar lo que tiene que decir. Lo mismo puede ocurrir ante un examen, una presentación en público, o ante la elaboración un informe.

Hay cuatro niveles en los que nuestros estados emocionales pueden afectar nuestro aprendizaje: en una etapa inicial con disposición, motivación, interés, etc.; en una etapa intermedia, influyendo en la perseverancia, persistencia y  regularidad en el estudio; en una etapa de obstáculos, para lograr el manejo de las dificultades, de la frustración o de la adversidad y en una etapa final  para obtener equilibrio emocional para interiorizar nuestros conocimientos o poder aplicarlos.

Si nos detenemos en el tipo de educación antigua –y que, por desgracia para los educandos, todavía se usa en muchas escuelas– podremos observar cómo los profesores preferían a los niños conformistas que conseguían buenas notas y exigían poco, valorando a los aprendices receptivos más que a los aprendices activos.

Así pues, no era –y es– raro encontrarse con “pigmaliones” que esperaban que el niño sacara buenas notas y éste las conseguía, no tanto por su mérito, sino como por el trato que el profesor le daba, la calificación de sus tareas y pruebas. También se daba –y da– el caso en que el niño ni siquiera trataba de esforzarse cuando veía el modo en que los profesores respondían a sus fracasos.

La escuela debe ser la formadora de personas inteligentemente emocionales, creativas y productivas. Para lo cual, se debe replantear el currículo escolar, o por lo menos el del aula, en el que se ofrezcan herramientas académicas básicas como el manejo efectivo del lenguaje, el trabajo empático y en equipo, la resolución de conflictos, la creatividad, el liderazgo emocional y el servicio productivo.

Goleman, ha llamado a esta educación de las emociones Alfabetización Emocional y según él, lo que se pretende es enseñar a los niños a modular su emocionalidad desarrollando su inteligencia emocional.

Los objetivos que se persiguen con la implantación de la inteligencia emocional en la escuela, son los siguientes:

  • Detectar casos de pobre desempeño en el área emocional.
  • Conocer cuáles son las emociones y reconocerlas en los demás
  • Clasificar sentimientos y estados de ánimo.
  • Modular y gestionar la emocionalidad.
  • Desarrollar la tolerancia a las frustraciones diarias.
  • Prevenir el consumo de drogas y otras conductas de riesgo.
  • Adoptar una actitud positiva ante la vida.
  • Prevenir conflictos interpersonales.
  • Mejorar la calidad de vida escolar, familiar y comunitaria.
  • Aprender a servir con calidad.

Para conseguir esto se necesitan profesores con un perfil distinto al que estamos acostumbrados a ver, que  aborden el proceso de manera eficaz para sí y para sus estudiantes. Para ello es necesario que él mismo se convierta en modelo para sus estudiantes de equilibrio de armonía emocional, de habilidades empáticas y de resolución serena, reflexiva y justa de los conflictos interpersonales. Este docente debe poder transmitir modelos de afrontamiento emocional adecuados para las diferentes interacciones que los niños tienen entre sí.

Por tanto, no buscamos sólo a un profesor que tenga conocimientos adecuados de las materias que enseña en clase, sino que además sea capaz de transmitir una serie de valores a sus estudiantes, desarrollando una nueva competencia profesional.

Estas son algunas de las funciones que debería poder desarrollar el nuevo maestro:

  • Percepción de necesidades, intereses y problemas de los niños, en concordancia con las necesidades, intereses y problemas de su familia y escuela y de su barrio y comunidad.
  • Ayudar a los niños a establecerse objetivos personales relacionados con sus proyectos de vida.
  • Facilitar los procesos de toma de decisiones y responsabilidad personal del estudiante.
  • Ofrecer orientación personal al niño para que obtenga su desarrollo emocional.
  • Establecer un clima emocional positivo, ofreciendo apoyo para aumentar la autoconfianza y autoestima de los niños de su aula.

Se propicia la inteligencia emocional analizando las situaciones conflictivas y problemas cotidianos que acontecen en el contexto familiar, escolar y comunitario y que generan tensión, para hacer factible el desarrollo de las competencias emocionales en los niños.

No obstante, para que se produzca un elevado rendimiento escolar, hay algunos factores deseables en el estudiante: la confianza en sí mismo y en sus capacidades; curiosidad por descubrir; intencionalidad, ligada a la sensación de sentirse capaz y eficaz; auto control; relación con sus pares; capacidad de comunicar y cooperar con los demás.

Hay que resaltar que para una educación emocionalmente inteligente, los padres de los futuros niños escolarizados deben dar ejemplo de inteligencia emocional a sus hijos, para que una vez que éstos comiencen su educación regular, ya estén provistos de un amplio repertorio de esas capacidades inteligentes, desde el punto de vista emocional.

 

 

Flérida Caléndula

Yo nací en Santo Domingo el día 3 de febrero de 1955. Mi mamá se casó cuatro veces y yo nací del primer hombre que ella tuvo, junto con mi hermano Rafelo. Usted sabe que en aquellos tiempos eso de cogerse y dejarse de los hombres se hacía mucho. Mi mamá era una persona muy gente y todo el mundo la quería mucho. Los hombres se enamoraban de ella pero ella tuvo que botar a tres porque no le salieron muy buenos; y si el hombre no sale bueno, mejor botarlo.

Somos nueve hermanos y vivimos todos: cinco hembras y cuatro varones. Todos están desperdigaos menos dos hermanas mías y yo que vivimos cerca y nos hablamos mucho. Ellas van a mi casa y yo a la de ellas. Casi cada día nos llamamos por teléfono. Cuando se muere alguien de la familia, casi siempre nos juntamos todos y nos gusta vernos. Aunque somos de diferentes padres nos queremos igual. Hay un hermano mío que vive en un campo y siempre me manda a decir algo con alguien que viene a la capital. Algunas veces manda guanábanas y me vino a ver cuando estuve interna, la vez que tuve el problema respiratorio.

Yo soy la segunda de mis hermanos, tengo un hermano más grande que yo. Los cuatro primeros no sabemos leer ni escribir, pero los otros cinco sí saben. La última estudió contabilidad y está trabajando de contable en una tienda de electrodomésticos. Con ella es que saco los trastes de mi casa, que no me falta nada.

No recuerdo que hayamos pasado hambre cuando éramos pequeños. Mi mamá se la buscaba siempre y en los tiempos peores, aunque fuera dos veces al día, comíamos. A veces mi mamá ayudaba a algún vecino que no tenía para comer, o les fiaba la comida. Mi mamá hacía lo que tuviera que hacer para criarnos. Yo recuerdo que tenía varios lavados y planchados a la semana y también tenía una tierrita que sembraba con plátanos y víveres, yuca, batata; siempre había para comer. También teníamos gallinas y chivos. Además mi mamá era medio comercianta, compraba comida en cantidades y luego la vendía en el barrio. No teníamos una tienda, ella hacía eso en la casa y no era a todo el mundo que le vendía. Los maridos de mi mamá, también ayudaban en lo que podían, pero ya usted sabe, si la mujer no se la busca, no hay seguridad de nada.

Mis hermanos y yo siempre nos llevamos bien de niños. Jugábamos juntos y los varones nos defendían a las hembras cuando otros muchachos se metían con nosotras. Los varones se peleaban mucho pero mi mamá sacaba la madrina y empezaba a dar correazos hasta que la cosa se calmaba. Al final todo el mundo terminaba contento, como si nada hubiera pasado. Mis hermanas y yo nos prestábamos la ropa; porque ahora usted me ve gorda, pero yo era bien flaquita cuando era pequeña. Así cuando una estrenaba una ropita, todas la estrenábamos.

No fui a la escuela, mi mamá no me mandó. A mí tampoco me gustaba ir, pero algunas veces veía a los otros niños que iban a la escuela y como que me animaba y le preguntaba a mi madre que por qué yo no iba. Ella siempre me decía: Flérida, tu no das para eso. Aprende bien los oficios y a cocinar que luego te puedes colocar en una casa de familia de cocinera que eso lo pagan bien y no tienes que gastar ni en comida ni en ropa porque ellos te la dan. Después, más tarde, veía a mis otros hermanos ir a la escuela y sentía un poco de envidia; miraba sus libros y cuadernos, pero siempre me pareció muy difícil eso de las letras y los números. Como no sé leer ni escribir lo que hago es que me aprendo las cosas de memoria y eso sí, tengo que vivir preguntando cuando hay que leer algo. Muchas veces pienso: ¡si supiera leer! pero imagínese. La doña donde trabajo ahora quiso alfabetizarme y empezamos cada día un rato, pero yo no podía meterme las letras en la cabeza; ya lo decía mi mamá.

Mi papá ya murió y casi no lo conocí porque cuando mi mamá estaba embarazada de mí lo botó porque era mujeriego y mal bebedor. Era muy pendenciero y mi mamá vivía sobresaltada cuando el no llegaba por las noches y dijo: no voy a coger lucha con este hombre, no quiero verlo un día con el bofe afuera; yo no cojo lucha por hombres, y lo botó. Recuerdo que de pequeña él venía a vernos a mi hermano y a mí y nos traía ropa o algún juguete. Era bueno con nosotros. Después mudó a una mujer a su casa y cada vez fue viniendo menos. Parece que la mujer estaba celosa de nosotros y le peleaba cada vez que se enteraba que nos veía. Y él, salió d´eso.

Recuerdo los otros dos hombres que tuvo mi mamá que no eran tan mala gente, pero uno era un haragán que vivía sentao, fumando y tragueando: Emérito. Ese vivió con mi mamá cinco años y nacieron tres hermanos más. Nos quería mucho a todos y jugaba con nosotros. Un día nos trajo un perro amarrao con una soga que parece que alguien le regaló y eso fue para nosotros un regalo bueno. Lo llamábamos Colín. Todos le dábamos parte de nuestra comida y el perro era de todos. Pero a quién más quería era a mi hermana Luisa. Dormía con ella en la cama, y eso que mamá peleaba mucho cuando lo veía.

A veces, mi padrastro conseguía trabajitos que no le duraban nada porque seguido se enfermaba. Decía que no tenía buena salud, pero para mí que todo era haraganería. El era bueno, pero haragán. Al final mi mamá se cansó y dijo que no iba a seguir alimentando vagos y lo echó pa fuera.

Vivió dos años más sola, sin hombre, y luego apareció un moreno buenmozón que la enamoró como una chiva. Ese hombre no era buena persona porque la engañaba desde el principio; vivíamos diciéndoselo a mi mamá pero ella no nos hacía caso. Cuando ella salía para los planchaos él se dedicaba a enamorar a las muchachonas del barrio. Trabajaba de sereno en una fábrica y de día se la pasaba en la casa. Vivía pidiendo que le trajéramos esto y lo otro y a nosotros no nos gustaba ese hombre, aunque no era malo del todo con nosotros, ni nos pegaba. Un día nos enteramos de que había preñao a una muchacha que la llamaban la Javá y corrimos a decírselo a mi mamá. Ella fue donde la muchacha y armó tremendo lío, hasta la agarró por los moños. Mi mamá no era fácil. Cogió todos los trastes de Pedro y los sacó a la puerta y me acuerdo como hoy que le dijo: sucio sinvergüenza, váyase pa otro lao a hacer sus vagamunderías, que esta casa se respeta. No lo dejó entrar nunca más. Para ver a mi hermano, el hijo de Pedro, llevaban a mi hermano a casa de una tía y allí él lo podía ver, porque mi madre nunca lo dejó que volviera a pisar la casa. Después al cabo de unos años murió de una mala enfermedad y por ahí andaba el hijo suyo y de la Javá diciendo que él se había muerto por culpa de mi madre.

El cuarto hombre, el que todavía vive con ella, era un viejo muy buena gente. Trabajaba en una empresa de alimentos, en el almacén. Hasta que se retiró y se fueron para el campo vivimos juntos todos, nosotros seis y mis otros tres hermanos que él tuvo con mi madre. Los últimos hermanos tuvieron suerte porque Jovino se empeñó en que tenían que ir a la escuela y aprender para no ser unos brutos. Y ya usted ve que hasta una hermana fue a la UASD.

Jovino era muy serio y formal y les apretaba las tuercas a mis hermanos, aunque no fueran sus hijos, cuando se querían perder. Con él las cosas había que ganárselas, no había nada gratis. Pero nadie protestaba porque el hombre era bueno y trataba muy bien a mi mamá. En aquellos tiempos no era fácil que un hombre así se casara con una mujer con seis hijos, pero él se casó con ella y hasta el día de hoy. Ya está muy viejito, pero aun trabaja en su campito. Yo siempre me dije que cuando me casara me buscaría un hombre como Jovino que se respetara y me respetara a mí.

La casa donde vivíamos con mi mamá que se la había dejado mi abuela. Tenía primero dos aposentos, pero cuando se casó con Emérito y nacieron mis otros tres hermanos hicieron un aposento más. Recuerdo que una doña donde mi mamá planchaba le prestó los cuartos para comprar los blocks. Todos ayudamos, hasta Emérito que siempre decía que él no podía hacer mucha fuerza porque estaba operao. Así separó mi mamá los varones de las hembras, que algunos ya empezábamos a ponernos grandes.

Por esa época mi madre no nos dejaba comer huevos ni a mi hermano mayor ni a mí porque decía que los muchachos desarrollaban demasiado pronto si comían huevos. Eso lo decía porque Rafelo, mi hermano, solo tenía diez años y ya le hedían mucho los sobacos.

Mi mamá me llevaba muchas veces a las casas de las doñas que les hacía el planchao. Como soy prieta siempre me llamaban Morena en vez de Flérida. Hasta yo, cuando me preguntaban cómo me llamaba decía que Morena, porque mi nombre no me gustaba. Mi mamá, mientras planchaba, me decía que fuera donde la cocinera para que aprendiera a cocinar lo que se come en esas casas ricas, porque hacer arroz y habichuelas ya yo sabía de ver a mi mamá. Allí aprendí a cocinar pescado y a hacer ensaladas con vegetales y pitipuás y arroces de muchas maneras diferentes. A las doñas les hacía gracia que yo ayudara a las cocineras y hasta me mandaban a casa con un plato lleno de la comida.

Mi mamá siempre era muy celosa de los muchachos y muchachas con los que me juntaba. Siempre decía que si me veía en lo que no debía, me iba a entrar a golpes; y yo sabía que lo podía hacer porque más de una vez les dio con un palo a mis hermanos varones porque les olió un tufo a ron.

Un día, la vecina que era amiga mía y que andaba con novio me llamó a su casa y me presentó a un hombre que llamaban Juanón. Yo tenía diecisiete años y el veintiocho. Yo nunca había tenido novio, solo noviecitos a escondidas de mi mamá. Pero ese hombre comenzó desde el primer día a querer salir solo conmigo. Yo, al principio, no quería porque tenía miedo de mi mamá, pero mis amigas me decían que si era que me quería quedar jamona y empezamos a salir.

Juanón era pintor y me hablaba de mudarme con él. Cuando vi que las cosas se estaban complicando hablé con mi mamá. Ella me dijo que lo llevara a la casa para conocerlo, pero él no quiso. Desde entonces debí darme cuenta que era un desgraciao. Pero yo estaba muy joven y al final quedé embarazada de mi primer hijo y entonces me mudé con él. Mi mamá lloró mucho porque dijo que no me convenía y era la primera hija hembra que se iba de la casa. Pero al final se conformó. Ella me ayudó mucho cuando nació el primer muchacho.

Mi vida con Juanón no fue buena. Siempre iba a la suya. No traía mucho dinero a la casa porque cuando cobraba se iba a beber y a jugar los cuartos. Entonces me di cuenta que yo podía hacer como mi mamá, algunos trabajitos en casas de familia y vender palé y hacer rifas. Con eso pude poner mi casa bien, que en el barrio la que tenía mejor nevera era yo.

Cuando cumplí los veintidós volví a quedar embarazada y tenía que echar mano de mi familia para que me ayudaran porque Juanón ni pa lla vua mirar. Después que nació mi segundo hijo comencé a pelearle mucho porque no se ocupaba de los muchachos, ese era un trabajo que tenía que hacer yo y yo pensaba que, como eran varones, tenían que estar más tiempo con su padre que conmigo. Como yo le peleaba tanto, el se iba de casa y a veces no volvía hasta dos o tres días más tarde. Me habían dicho los vecinos que andaba con cueros y a mí me daba miedo que pudiera traer a casa cualquier enfermedad de esas. Así que no volví a la cama con él y ahí las cosas se pusieron mal. Amenazó con darme golpes y yo le dije pues no señor, usted se me va que yo soy mucha mujer para tan poco hombre.

Yo me quedé en la casa, aunque mi mamá me decía que cogiera los muchachos y me fuera a vivir con ella. Volví a hacer lavaos y planchaos y con mis rifas y palés me defendía bien. Cuando tenía que estar mucho rato fuera de la casa le llevaba a mis muchachos a mi mamá y luego por la noche los recogía. Desde que pudieron ir a la escuela los mandé, aunque ninguno de los dos me ha salido muy listo con los números, pero aprendieron a leer y a escribir y se defienden, sobre todo el segundo que llegó a hacer un curso técnico en el instituto y ahora está trabajando en un taller de carros. Los muchachos me han salido buenos, pero les he tenido que ofrecer y dar muchas pelas porque se han atrevido a faltarme el respeto. Con el grande tuve algunos problemas porque es muy enamorao y lo he tenido que sentar muchas veces para decirle qué le conviene y qué no. A los hijos uno tiene que plantarles cara si hace falta, porque árbol que crece torcío…Yo hice lo que vi hacer a mi madre. Mi madre tuvo muchos maríos pero fue una mujer de respeto y nunca la vi hacer nada mal ni permitir que en su casa se hiciera.

Cuando los muchachos estaban de doce años ya yo no les hacía tanta falta, me llamaron para un trabajo fijo en una casa de familia. Estaba teniendo problemas con el asunto de las rifas porque había muchos tígueres que armaban unos líos feos, y con los cuartos no se puede jugar, porque hasta te cortan con un colín si conviene. Así que pallá me fui. La casa estaba en un barrio cerca de donde nosotros vivíamos y cogí el trabajo sin dormida. Así por las noches podía atender a mis muchachos y dejarles todo preparado para el día siguiente ellos irse para la escuela y al volver que encontraran la comida. Dejé a una vecina encargada de vigilarlos, así que cuando llegaba por la noche le preguntaba qué habían hecho durante el día, si habían salido o no, para yo poder decirles algo si hiciera falta.

En esa casa duré cinco años. La doña era buena gente, pero el don era un grosero. A veces me soltaba un coño porque le parecía que la comida estaba fría o no le gustaba, y yo no le pasaba eso. La doña siempre me decía que no se lo tuviera en cuenta, que era porque tenía muchos problemas en los negocios, pero la verdad que con el tiempo se puso peor y yo empecé a jartarme.

En esa misma casa conocí a mi marío que estaba de guachimán. El no trabajaba para ninguna compañía. Era más como un sereno, pero portaba una escopeta. Ramón y yo empezamos a hablar y yo veía que ese hombre era muy respetuoso. Era un poco viejo para mí porque ya tenía cuarenta y dos años y yo solo tenía treinta. Pero a mí como que se me parecía a Jovino y le empecé a coger cariño.

Ramón vivía solo y después de un tiempo empezamos a vernos fuera de la casa de la doña. A veces los domingos se aparecía por casa y empezó a tratar a los muchachos. A ellos les gustó Ramón y me preguntaron que si no me iba a casar con él. Aún ahora lo quieren más a él que a su padre. A veces su padre va por la casa y se quiere meter en los asuntos de sus hijos y yo le digo: usted no se tiene que meter en na, porque cuando pudo hacerlo no lo hizo y ahora no le corresponde. Como me di cuenta que a ellos les gustaba el hombre, seguí adelante para estar más segura de sus intenciones. Un día desapareció una pulidora de la casa de la doña y se armó un reburú. Empezaron a decir que si yo me la había llevado, que si se la había llevado Ramón, todo eso con unas groserías que yo no iba a aguantar. El don hasta amenazó con llamar a la policía para que nos ablandaran. Nunca se supo quién fue. Para mí que cuando el carpintero se fue la semana anterior la dejó en la calle porque estaban arreglando la puerta de la entrada del garaje y alguien se la llevó, o no sé, el caso es que yo me sentí muy mal y Ramón también. Yo me fui de la casa. La doña me pidió perdón pero yo ya no podía quedarme allá porque yo nunca he cogío ni un alfiler de nadie. Si necesito algo lo pido y si me lo dan bien y si no también.

La semana siguiente se apareció Ramón por la casa y me dijo que él había renunciado. Ahora lo habían contratado en una compañía de guachimanes y que incluso iba a tener seguro médico. Hablamos de lo nuestro y le dije que cogiera sus trastes y viniera a la casa, pero que solo sería para probar si nos iba bien. Si no, ¡rompan filas y viva el jefe! Y ahí estamos desde entonces.

Con el tiempo se ha ido poniendo gruñón y pelión, tanto así que pensé en dejarlo, porque ya yo estoy muy vieja para aguantar vainas, pero luego le dio un derrame y ahora no se puede valer él mismo. Hasta lo tengo que bañar y dar de comer. Así que ahí estamos. Así no lo puedo dejar y además, una vez se fue un mes a casa de un sobrino suyo y me di cuenta que me hacía mucha falta.

A mí me mandaron a llamar de una casa de un barrio de ricos y estoy trabajando con ellos desde hace veinte años. La señora es extranjera y me trata muy bien. Llego a las ocho y media y me voy a las cuatro y media de la tarde. Allá cocino, plancho una vez por semana y ayudo a una compañera que también trabaja allí. Con la ayuda de la doña hice otra casita en mi solar que tengo alquilada y con eso y mi sueldo vivo bien y tengo asegurada la vejez. Gano ocho mil pesos y tengo seguro médico y cuando estuve enferma del corazón y los pulmones me pagaron todos los gastos. Los hijos y los nietos de la doña me quieren mucho, siempre que vienen me saludan y me dan un beso. Es como si fuera de la familia. A veces me dan mucha ropa usada, que a mí no me sirve porque estoy gorda y la doña es flaca, pero yo la vendo en el barrio y saco mis chelitos.

De todo lo que me ha pasado en la vida, lo que recuerdo con más gusto es a mi mamá. Lo mucho que ella se empeñó en darnos una vida buena y derechita. Gracias a ella hemos podido bregar con los hijos, que a ninguno de los hermanos nos ha salido ninguno malo, pero es que los hemos enderezao si ha hecho falta. Lo peor que me ha pasado es la enfermedad que me dio hace dos años que si no fuera por la doña me habría muerto.

No sé qué haré cuando sea vieja. Cuando me vaya de la casa de doña Máxima, nadie sabe si me darán algo o no. Pero por si acaso, yo tengo mis ahorritos y las dos casitas que están en muy buenas condiciones y bien amuebladas. No sé si los hijos me ayudarán, nunca he pensado en eso ni se lo voy a pedir, porque ya sabe usted, los varones son de su casa, no de sus madres. Otra cosa fuera si hubiera tenido hembras.