2013, oportunidades al por mayor y al detalle

Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera. Nadie quiere que adentro algo se muera. Para que dentro nazcan cosas nuevas.                                             

Esta hermosa y sabia estrofa de autoría de Mercedes Sosa en su canción Soy pan, soy paz, soy más, exhorta  a sacar las penas, a conversar con los demás de lo que se siente, a abrirse con la intención de descargarse de cosas y sentimientos que guardados en nuestro interior nos pueden hacer mucho daño.  Yo, además de estar de acuerdo con este tipo de liberación, también aplico estos consejos para organizarme y ponerme al día. Me explico.

A veces, al igual que guardamos en el armario ropa o zapatos que no usamos por años y que, además de coger polvo, ocupan un lugar que podríamos estar utilizando para ropa nueva y mejor organización de nuestro  escaso espacio, guardamos en nuestro interior valores, costumbres y hábitos que, si los analizamos bien, no nos ayudan mucho, por el contrario nos limitan y constituyen un peso que debemos arrastrar como un lastre en la vida.

Al año 2012 le faltan pocos días y es tiempo de planificar para el 2013 si queremos tener el control de nuestras vidas. Para hacerlo, hay que empezar recorriendo mentalmente el año que estamos terminando y hacernos conscientes, primero, de todo lo bueno que La Vida nos ha dado en forma de salud y fortaleza física y de todos nuestros logros partiendo de esa base, junto con nuestras ganas de trabajar y trabajarnos. También hay que hacer un recuento de las cosas no tan buenas que nos han sucedido para sacar una lección de ellas, evitar que nos vuelvan a ocurrir otra vez, o darnos cuenta de que nos dieron alas para volar a otros espacios o encontrar otras soluciones mejores.

Personalmente, me gusta trabajar en lo que yo llamo “mi círculo”, que no es otra cosa que yo misma. Repaso mi espacio de vida dividido de la siguiente forma: familia, espiritualidad, formación intelectual, cuerpo, amigos, diversión y trabajo.

De cada uno de estos aspectos recuerdo cómo lo hice el año que está terminando. Sin ser exhaustiva les comento que me hago algunas preguntas como las siguientes: ¿Di suficiente importancia a los aspectos familiares? ¿Pude haber hecho más por alguno de los miembros de mi familia? ¿Me he alejado un poco de ellos o, por el contrario, me he acercado más? ¿Estoy satisfecha con mi espiritualidad? ¿Siento que me estoy quedando rezagada respecto a los avances del mundo? ¿He hecho algún curso nuevo o he leído lo suficiente como para ponerme al día en mis conocimientos? ¿Me siento satisfecha con mi cuerpo (salud y forma)? ¿He visitado a los médicos de forma preventiva? ¿Me alimento adecuadamente? ¿Hago el ejercicio adecuado, teniendo en cuenta mi edad, salud y otras circunstancias? ¿Cultivo mis amigos como si fueran delicadas y hermosas plantas? ¿Los frecuento? ¿Los llamo? ¿Los acompaño en su día a día? ¿Les hago sentir que estoy ahí para ellos? ¿He sacado tiempo para distraerme, para divertirme? ¿Cuánto hace que no voy a los sitios que me hacen sentir bien, o que no dejo salir el niño que tengo dentro? ¿Tengo el trabajo que me gusta? ¿He hecho lo posible por hacerlo bien y por desarrollarme como profesional y como persona en el mismo?

Cada quien sabe qué tiene que preguntarse para llevar la contabilidad de su vida. Lo importante es ser minucioso y honesto con uno mismo.

El plan para el siguiente año estará, por tanto, basado en nuestras prioridades –lista que es bueno tener siempre a mano para que nos de un tirón de orejas si nos estamos alejando de ellas, pero que podremos ir cambiando en la medida que éstas vayan cambiando también–, nuestras carencias y nuestras lecciones aprendidas,  que algunas personas llaman fracasos. Estas últimas nos harán darnos cuenta de que tenemos ciertos hábitos que nos hacen torpes para el éxito; ciertas costumbres que en nada ayudarán a lograr lo que nos proponemos y ciertos valores que, en un tiempo nos sirvieron mucho porque fueron la base de nuestra formación y nos permitieron vivir en una sociedad que los adoptaba y honraba, pero que ahora ya no nos sirven más, sino que a veces nos hacen ser rígidos, hacer juicios de valor, o “enrocarnos”. Podremos decidir qué hacer con ellos, si quedárnoslos, o abandonarlos, o sustituirlos.

El plan, que lo que busca es que nos fortalezcamos, nos rejuvenezcamos o nos hagamos más flexibles por dentro y por fuera, debe estar por escrito, ya que la memoria es frágil a ciertas edades, o en ciertas circunstancias. Preferiblemente debe estar señalado por fechas, e indicar los resultados que esperamos de las acciones a las que nos comprometemos en el plan. Mes tras mes las revisaremos y nos daremos un premio si hemos logrado el objetivo, o nos propondremos trabajar inmediatamente si es que nos hemos quedado cortos en algo. El premio final llegará precisamente el mismo día dentro de un año, cuando sintamos la satisfacción de haber hecho lo mejor que hemos podido y, de nuevo, extraigamos lecciones de nuestros tropezones.

El año 2013, tiene como mínimo 365 oportunidades que podemos aprovechar, porque La Vida nos las pone cada día para probar nuestra fe en nosotros mismos, nuestra fortaleza, nuestra perseverancia y nuestro amor.

Que el camino salga a tu encuentro, que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos. (Antigua bendición Celta).

El día del fin del mundo

A Marino González Pimentel le aseguraron y lo convencieron de que el día del fin del mundo era el 21 de diciembre de 2012. Antes de la muela perniciosa a la que había sido sometido, aseguraba que no creía en cuentos chinos, ni magia, ni mal de ojo, ni nada que no tuviera que ver con la lógica y el ver para creer. Pero, un día se puede ser un descreído y al día siguiente un fervoroso convencido de tan claros argumentos; luego, era mejor prevenir que tener que curar.

Así pues, a veinte días de la fecha, Marino comenzó a poner en práctica la recomendación esa de vive este día como si fuera el último de tu vida. Para vivir como él entendía que debían ser los últimos, renunció a su trabajo para tener más tiempo para disfrutar –no necesitaría mucho más dinero del que tenía si todo se iba al carajo tan pronto. Compró un pasaje a Nueva York, donde tenía buenos amigos, y a los pocos días salió volando.

Cuando llegó a su destino alquiló un coche que no podía ser cualquiera que hubiera podido tener o montar en su vida pasada; así que salió del parqueo con su flamante Porshe Panamera, que le sonaba a fiesta y calor tropical. Sus ahorros iban a quedar, ciertamente, mermados; pero el gustazo de salir a pasear con esa nave no era poco. Le habría gustado tener el pelo bueno para que, una vez bajada la capota del coche sus cabellos flotaran en el aire. Pero no se puede tener todo en la vida, pensó Marino y archivó el pensamiento.

Se equivocó varias veces en las salidas para llegar al hotel que había reservado, lo que tuvo como consecuencia que perdiera la mayor parte del primer día del resto de su vida y llegara a su destino cansado y con un hambre atroz. El restaurante del hotel no estaba funcionando a esa hora y decidió salir a la calle a comprar algo para comer. Vio un pequeño restaurante italiano –a juzgar por el nombre: Piccolo Caprone– y entró con grandes expectativas. En la barra había un empleado somnoliento y maloliente lo cual desanimó un poco a Marino; pero el hambre pudo con la reticencia y pidió la carta para ver que podría comer.

–What? We don´t have carta here –lo que le demostró a Marino que el tipo hablaba o entendía el español pero que, simplemente, no le daba la gana contestarle en su idioma.

Haciendo grandes esfuerzos le preguntó – ¿What kind of meal do you serve?

–From now on we just serve salad.

–It´s ok. Give me a big plate.

Le sirvió la ensalada en un plato plástico que para nada se compadecía con el lujo con el que Marino quería despedirse del mundo, y desmigajando un paquetito de galletas de soda servidas como colateral, se lanzó sobre la comida. Lo que más le había gustado al ver el sano manjar eran las aceitunas negras y los croutons, que le encantaban. Llenó el tenedor lo más que pudo y se dispuso a engullir parte del platillo.

–Cooooño! Exclamó llevándose la mano a la boca –nadie le había dicho que esas aceitunas tenían hueso.

No pudo seguir comiendo del dolor en el incisivo dental superior derecho –familiarmente llamado “8” por los dentistas. Pagó los siete dólares que le cobraron por la ensalada y se fue directamente a mirarse en el espejo para ver qué había pasado con su pieza. Malas noticias; ocho estaba ahí, pero estaba rajado, fuera de combate.

Pensó que era mejor acostarse inmediatamente después de haber tomado un calmante con un café con leche –que era lo único que en ese momento se atrevía a ingerir– y cansado como estaba, se quedó dormido al momento.

Al día siguiente el dolor había desaparecido. Pensó que quizás ocho aguantaría hasta el día final tal como estaba y se fue a desayunar con mucha hambre. Pidió un bocadillo de jamón y queso con pan de baguette. Cuando hincó el ocho, este se reveló furiosamente y le devolvió un golpe de dolor acompañado de sangre. Marino se asustó porque este incidente podría llevar al traste sus planes de conquistas amorosas y llamó a la recepción para ver con cuál dentista podía consultar para arreglarle el diente. Esa reparación, dado que no se hizo a través de ningún seguro, le costó a Marino un ojo de la cara y cuatro días de retraso en el superbo plan de aprovechamiento del poco tiempo restante. Pero todavía quedaban diez –el último lo iba a pasar en íntimo recogimiento para recibir a la Parca como debe ser.

Al sexto día salió a la calle de buen talante y se fue a visitar a un amigo que vivía a cierta distancia de la ciudad. Esta vez tomó la carretera y la salida correctas y llegó temprano a tocar la puerta de la casa. El amigo no estaba en la onda de Marino y había ido a trabajar como cualquier hijo de vecino que tiene la suerte de tener trabajo. Lo llamó al celular y le dijo que estaría llegando a la casa a las siete de la tarde, pero que no podía salir por la noche porque al día siguiente tenía una presentación a su jefe, la cual debía perfeccionar en su casa. Sin nada que hacer y de vuelta al hotel, se paró en un Mall y comenzó a ver tiendas. Tenía ganas de comprar todo lo que veía, pero por otro lado, pensó que si iba a morir en tan corto tiempo, no valía la pena. Empezó a pensar qué podía comprar que pudiera mejorar sus últimos días y acabó comprando Bleu de Chanel, Tom Ford Azure Lime, Republic of Men Essence, L´Eau d´Issey y Le Male. No le importó pagar un paquetón de dinero por los mejores perfumes que iban a ser parte de la materia prima del éxito con las mujeres.

Del Mall se fue a un bar que lucía estar de moda, si se tenía en cuenta la cantidad de jevos y jevas con buena pinta que había dentro del local. Se sentó en la barra y se dio cuenta de que los métodos de conquista de esta ciudad no eran igual que los de la suya, cuando se acercó a tres jovencitas que estaban conversando y riendo animadamente y con su mal inglés quiso comenzar a socializar con ellas. Le miraron despectivamente; nunca supo si era por su físico que nunca le había dado problemas en su país, o porque no se daba a entender adecuadamente. Salió del bar con un sabor a fracaso y decidió probar en otro que se viera más latino. Pero eso ya sería otro día.

Cuando llegó al hotel encontró que tenía un mensaje de su tía Flora, con un número de teléfono local y la solicitud de que la llamara tan pronto pudiera. Dejó el asunto para el día siguiente. A las seis de la madrugada sonó el teléfono y la voz de la tía Flora se escucho alta y clara.

–Marino, miijo ¿no te dieron el mensaje que te dejé?

–Sí, tía Flora, pero ya era muy tarde cuando lo recibí y decidí esperar a llamarla hoy.

–No te vayas de la ciudad sin pasar por aquí, que tengo algo para que le lleves a Toñito Lizardo. Son unas vitaminas que me pidió hace tiempo y yo estaba esperando que llegara alguien de confianza para mandárselas.

Marino pensó que a Toñito no le servirían de mucho dada la cercanía del fin, pero decidió seguirle la corriente a la tía y no hacerla partícipe  de su secreto agorero.

Pensó en pasar por donde su tía al día siguiente, más para despedirse que para recoger las vitaminas. Por el momento, comenzaría a llamar a Maira, a Clarissa y a Chavela para quedar con cada una de ellas un día diferente. La llamada a Maira no fue eficiente porque la susodicha ya no vivía ahí y el viejo que le cogió la llamada le dijo con cajas destempladas que la tal fulana era una playa –el inglés de Marino no era tan bueno. Cuando habló con Clarissa la música de fondo eran gritos de niños peleando y lloros de bebé probablemente enloquecido por el hambre. La saludó cordialmente y no se atrevió a proponerle una salida por miedo a que le dijera que sí. Con Chavela la cosa fue diferente. En principio lo confundió con otro y luego, tras darle todo tipo de detalles descriptivos sobre su relación anterior, se puso muy contenta y aceptó salir con él. Eso sucedería en dos días, ya que ella tenía meetings para hoy y para mañana. Marino le dijo que podía ser en la noche, pensando que ella no lo había entendido bien, pero ella le aclaró, en medio de risas, que los meetings eran, precisamente, por la noche. Más claro no canta un gallo, pero Marino estaba funcionando con diesel últimamente.

La visita a la Tía Flora fue extenuante porque tuvo que contarle con pelos y señales los últimos cinco años de historia del vecindario y la familia y, además, tuvo que comerse un sancocho americano que en nada se parecía al de su país porque adolecía de falta de longaniza y salchichón criollo. Para rebosar la copa, por la tarde vino Etelvina a hacer la visita y de nuevo tuvo que volver a contestar miles de preguntas y comerse unas donas que estaban duras, frías y latigosas.

Dado que no había conseguido citas amorosas para ese día, Marino decidió pasar la mañana en el hotel y en la tarde ir a un cine que quedaba cerca a ver una de vampiros modernos. En el cine tuvo que sufrir todo tipo de provocaciones. Desde el peligroso acercamiento de un varón dudoso, hasta representaciones pornográficas llevadas a cabo en la fila de delante. Y total, como la película no tenía sub títulos, se enteró solamente de la mitad del argumento. A la salida del cine, decidió ir caminando hacia el hotel y observó un hombre que tenía pinta de vendedor de felicidad. Marino pensó que le apetecía fumarse un porro, y como el tipo no se cortaba al hacer su negocio, decidió acercarse cuando se fue el último cliente y abordarlo llanamente.

–Good afternoon! ¿Do you sell herb?

–Oye modafoca, ¿tú me ve a mí cara de gringo vendedor de vainas pa´delgazar?

–No mano, perdona. Estoy buscando algo para entretenerme en mis últimos días.

–Coño mano ¿Te tá muriendo?

–Nos moriremos todos, que no es lo mismo.

Al ver la cara de extrañeza que tenía el vendedor de felicidad, Marino decidió que no aportaba nada entrar en explicaciones esotéricas; siguió con el trato y compró marihuana y cinco papelinas con las que pensaba poner el broche final al desmadre del penúltimo día.

El día de la cita con Chavela se pasó parte del día en el spa del hotel, comiéndose unos mariscos y bañándose en perfumes caros. A las nueve de la noche, tras haber enrollado dos porros para antes del juego amoroso –que estaba seguro iba a darse–, salió a encontrarse con Chavela en un club llamado Happyend, y que luego comprobó que era un puticlub.

Chavela, después de escuchar sin mucho interés los cuentos de Marino, quien después de darse cuenta de la evolución de la chica tampoco tenía mucho interés en socializar, sino en ir al grano,  fue explícita al explicarle que sus servicios costaban  quinientos dólares. Marino pensó que la mercancía ya estaba algo deteriorada y no valía más de doscientos, pero decidió ser magnánimo y darle lo que ella le pedía. Total, el dinero no iba a valer nada en poco tiempo. Antes de comenzar los juegos amorosos fumaron la marihuana que había comprado el día anterior y se tomaron una botella del mejor whisky. Esa mezcla dejó k.o. al semental que cuando despertó solo recordaba una amazona que durante el sexo estaba chateando con sabe Dios quién y, para colmo, no encontró las tres papelinas que había llevado por si la fiesta se perfilaba maratónica y sí encontró la cartera más limpia que un quirófano.

Ante tal decepción se marchó a su habitación y al día siguiente decidió que era arriesgado buscar compañía en esa ciudad y, por tanto, iba a resolver él mismo poniendo unas películas pornográficas y haciendo uso del resto de las papelinas que había guardado en la gaveta. Pasaría un día probando algo que no había probado nunca y al día siguiente se pondría en paz consigo mismo y esperaría el fin.

El viaje resultó más largo de lo esperado y a Marino no le dio tiempo a hacer conciencia del fin del mundo. Pero sí sintió el abrazo de su madre, su padre y sus abuelos y siguió mansamente a la forma brillante y blanca que le invitaba a pasar por el túnel.

El día 22 de diciembre de 2012, la tía Flora recibió una llamada telefónica del hospital Monte Sinaí solicitándole que pasara por sus dependencias para identificar un cadáver que en un bolsillo de su abrigo tenía su número telefónico.

El Fin del Mundo llegó, tal como Marino sabía que iba a llegar, solo que por esta vez fue magnánimo y solo se lo llevó a él y a otros ciudadanos que murieron rutinariamente, tal cual habían pronosticado las estadísticas.

 

 

 

 

 

Claroscuros de Barcelona. Convivencia multicultural

En cada uno de mis espaciados pero continuos viajes a mi querida y siempre añorada Catalunya, he venido observando un cambio en la población. No solo en cuanto a etnias, sino en cuanto a costumbres. Hoy quiero comentar algunos aspectos que, cuando son vistos por primera vez, chocan, y luego una se acostumbra a ellos.

Catalunya, que es una región situada al nordeste de la península Ibérica, tiene tres idiomas oficiales: catalán, castellano y occitano. Este último es una lengua romance que se habla en algunas poblaciones de Vall D´Aran y Pirineos Leridanos.

Las estadísticas del año 2010 informan que hay aproximadamente siete millones y medio de habitantes y una densidad poblacional de 231 habitantes por kilómetro cuadrado. Tiene un PIB de 198,000 millones de euros (2010) y una renta per cápita de aproximadamente 27,000 euros (2010).

Sus patrones religiosos son la Mare de Déu de Montserrat y Sant Jordi. Su fiesta nacional se celebra el  11 de septiembre y se conoce como La Diada Nacional de Catalunya –familiarmente La Diada. Su himno nacional es Els Segadors, de Emilio Guanyavents y fue prohibido durante la dictadura franquista, así como la enseñanza de catalán en las escuelas.

Su tasa de inmigración es de un 15%. Las comunidades extranjeras más numerosas que la componen son: Ecuador, Colombia, Marruecos, Perú, Rumania, República Dominicana, China, Argentina, Filipinas y Pakistán.

Estos inmigrantes se ubican en diferentes ciudades y pueblos y generalmente, viven cerca de sus paisanos, a veces, ocupando grandes extensiones de los barrios. En Barcelona, hay una gran concentración de inmigrantes en Ciutat Vella, El Eixample, Sants, Montjuic  y Sant Martí. En términos porcentuales, en todos los distritos superan el 8% de la población total. En Ciutat Vella hay un 36,1% de emigrantes del total de la población del barrio.

Como es natural, estas personas aportan sus diferentes culturas que, gusten o no gusten, se van imponiendo con el paso del tiempo y haciendo evolucionar de poco en poco la cultura catalana que tan celosamente se quiere preservar.

Así, se puede adivinar en la calle, aún sin oír sus voces, la procedencia de muchas de estas personas que pueblan nuestras ciudades y pueblos. Mujeres tocadas con hiyab, personas de tez oscura y cabellos lacios, mujeres de cuerpos exuberantes que muestran con sus ropas muy apretadas, mujeres de cabellos rubios y ojos azules vestidas de forma descuidada, entre otros aspectos que los hacen ser reconocidos con precisión como inmigrantes extranjeros y hasta su nacionalidad .

Los inmigrantes chinos adultos, que en su mayor parte se dedican al comercio y a la restauración, aprenden con mucha dificultad el castellano y el catalán y se les ve en bazares que venden mercancías de todo tipo y de toda calidad –al igual que en el resto de las tiendas locales. En sus restaurantes ofrecen comida china variada, dependiendo su región de origen. Hablan en voz alta, como si estuvieran peleando y son educados con los clientes aunque no amables. Los chinos son trabajadores incansables y no cierran sus tiendas a la hora de comer, lo cual contrasta increíblemente con las tiendas catalanas que cierran desde las trece a las diecisiete. Muchos de sus hijos nacidos en Catalunya, asisten a los colegios catalanes y aprenden catalán y castellano.

De los latinoamericanos, lo que he visto es que trabajan dando servicio a  empresas o personas catalanas. Los hombres suelen trabajar en electricidad, carpintería, plomería, limpieza, restauración, etc. Mi experiencia con los servicios de estos hombres es que son cumplidores, responsables, puntuales y educados. Claro está, toda regla tiene sus excepciones. Mientras que las mujeres trabajan ayudando en las casas, cuidando enfermos o en peluquerías, donde son muy apreciados sus servicios. Hay otros más arriesgados que ponen restaurantes de comida típica. He tenido la oportunidad, varias veces, de ir al Puerto Plata, familiarmente “El Wilson” cuyo propietario, en algún tiempo, fue pastor de la iglesia y ahora es mesonero, bartender , relacionista público y hasta showman. A su restaurante acuden catalanes, dominicanos ubicados en Barcelona y turistas que en algún momento sienten deseos de comer la rica bandera dominicana y de tomarse una fría. Wilson prepara también chivo guisado con yuca y en Navidad da el servicio de venta de pierna asada, pasteles en hoja –no es su mejor plato– y alguna que otra delicia estacional de la patria chica. A la entrada del bar te recibe una bachata ñoña cien por cien que, acompañada con la amabilidad de Wilson, te traslada a un colmadón dominicano.

Los pakistaníes son también otra etnia y nacionalidad destacada en Barcelona. Se especializan en montar colmados y pequeños mini mercados que funcionan durante todo el día, los siete días de la semana. Normalmente están al frente de sus establecimientos varios jóvenes que hablan bastante buen castellano y hacen sus pinitos en catalán. Mi experiencia con ellos es que son educados, serviciales y amables.

–Buenos días señora. ¿Cómo está usted hoy? – Nunca falta cuando una llega a su tienda.

– ¿La puedo ayudar en algo?

–Si desea le puedo llevar la compra a su casa.

Todo esto sin cargo extra, aunque hay que reconocer que los artículos que venden tienen un precio por encima de lo que se compra en el súper mercado. Pero es invaluable el poder ir todas las tardes a comprar pan recién hecho, o un domingo, o en la hora en que cierran las tiendas catalanas, a comprar algún antojo o algo que se haya terminado en la despensa.

La desventaja de la inmigración, desde mi punto de vista, no es que los inmigrantes ocupen sitios de trabajo que deberían ocupar los catalanes, ya que, normalmente trabajan en servicios en los que los locales se resisten a trabajar y lo hacen bien, sino que junto con sus personas inmigra la falta de educación, el incumplimiento de compromisos, trucos y pillerías que no se conocían por aquí. También traen, a través de los jovencitos que muchas veces se resisten a adaptarse a las costumbres de su patria de acogida, las pandillas, el afán por el dinero fácil y los líos callejeros con armas blancas. De menos importancia en cuanto a las consecuencias, pero que hiere muchas sensibilidades, es el irrespeto por las reglas de los edificios –música alta, basura mal puesta, gritos–, colarse en las filas, incumplimiento de procesos establecidos, etc. Los catalanes, a los que desde niños se nos educa en el respeto a los derechos de los demás, a menudo nos sentimos atropellados.

Me gustaría ver a las comunidades de inmigrantes adaptarse a nuestras costumbres, hablar nuestra lengua y cumplir nuestras reglas. El refrán sabio a donde fueres, haz lo que vieres, trae bienestar y buena convivencia entre las diferentes culturas.

 

Vuelo UX 666

Doña Matilde es una señora tranquila, educada, amistosa –aunque sin pasarse– que de vez en cuando da su escapadita a Europa. Un mes antes ya empieza a ponerse ansiosa por el viaje. No le tiene miedo a los aviones, pero tiene un ligerísimo trastorno obsesivo con los pasajeros de los aviones. En realidad no debiera, porque no hay experiencia más reconfortante que casi nueve horas arropada por tanto calor humano.

Llegó al aeropuerto con tiempo suficiente para que después de hacer su fila para llegar al mostrador, le sobrara como mínimo media hora para tomarse un café y resarcirse de la primera parte de la experiencia.

Cumplir con los requisitos de seguridad del aeropuerto fue pecata minuta. Entrar al avión, otra cosa. Empujones para pasar primero, aunque el intervalo de filas no hubiera sido llamado. Esperas ocasionadas por bultos de mano tan grandes que no cabían en ningún compartimento y que los pasajeros no querían dejar a la entrada. Tapones en el pasillo porque la señora con tres bultos de mano y el niño no acababan de aposentarse. Personas sentadas en el asiento que no les correspondía y que se negaban a abandonar –aunque se les enseñara el ticket correcto–, hasta que la aeromoza, con cajas destempladas, les conducía a su asiento; y otras diversas pruebas de paciencia que nuestra sufrida señora tuvo que ir pasando.

Doña Matilde se pasó la semana anterior rogándole a la Virgen que le tocara un compañero de viaje tranquilo y educado y si podía ser size medium. También le pidió que el pasajero que se sentara  delante no la aplastara con su asiento, pero esto último ya era mucho pedir, la Virgen casi nunca lo concede.

Una vez en el sitio asignado empezó la epopeya. El saludo de doña Matilde a su compañera de viaje fue respondido con una voz de catarro acompañada de una tos abierta, franca, directa y del tipo hisopo. Matilde, que no quería llegar con una gripe en incubación de las que salen justo un día después de llegar y se van al cabo de dos semanas, para evitarlo, pasó el viaje entero sentada en el cachete opuesto a la compañera, con el torso girado en cuarenta y cinco grados y dando así una imagen de realeza poco conveniente para el medio y resultando premiada con un dolor de espalda como consecuencia de la posición. En la fila de delante, dos ejemplares extendidos del sexo masculino, desde antes de despegar, se estaban dando petacazos de una botella Gauileibol  etiqueta negra que llevaba uno de ellos envuelta en un papel de periódico, para que la tripulación no la viera.

Desde que el avión levantó su nariz empezaron los paseos de las pasajeras a los lavabos, baños, inodoros o servicios, según fuera el origen de las mismas. Y también empezó la transformación. Las damas, salían de los excusados con tubis, anchoas, gorritos de malla y hasta rolos, pero con el mismo swing que llevaban a la ida y que acabó con cualquier cosa o miembro que sobresaliera del asiento del avión.

A la hora de cenar se criticó mucho la comida, con razón. Aunque el otro compañero de asiento de Matilde fue directo al grano al preguntar–doña, ¿usted no se va a comer el dulcito?

Hay que señalar que las ventas de cabina de la compañía aérea sobreviven gracias a este target que tiene dinero para comprar caprichos que dicen ser libres de impuestos, pero que son carísimos. Doña Matilde no compró nada; ni los audífonos que ofrece la tripulación porque las películas que daban esa noche ya las había visto. ¡Craso error! Debió haber comprado audífonos y mascarilla por aquello de que oídos que no oyen y nariz que no huele, corazón que no siente. Estaban los gritos de los niños, los ronquidos, las flatulencias y las toses a dos por chele. Tampoco pudo dar el paseíto recomendado por los doctores en los viajes intercontinentales, porque extremidades de todos los largos y gruesos se atravesaban en el pasillo formando una barrera que solo podría ser atravesada al estilo Misión Imposible.

El tiempo quedó congelado en el espacio y el viaje no acababa nunca. Pero, como todo túnel tiene luz al final, sirvieron el desayuno, – señal inequívoca de que solamente faltaba una hora y media para llegar al destino. Tan pronto el croissant duro, frio y latigoso fue ingerido por los clientes, las damas empezaron el camino de vuelta al baño, lavabo, servicio o inodoro. Como tocadas por varita mágica, salían transformadas. Princesas de melenas largas y lacias o rizadas, coloridos pantalones apretados como si fueran una segunda piel, adornos variados y perfume recién comprado en la Zona Franca.

Se escuchó la orden de apagar aparatos, enderezar los asientos –por fin pudo respirar doña Matilde– y cerrar las mesitas. Al cabo de media hora, al mismo tiempo que la aeronave tocaba el suelo, sonaron los tradicionales aplausos fervorosos que parecen decir: gracias Dios, gracias capitán, gracias avión.

A partir de ese momento comenzaron a volar por el aire y zetas y eses salidas de todos los asientos y doña Matilde supo que había llegado al destino.

 

 

 

Claroscuros de Barcelona. El Tió de Nadal

Soy una de las muchas personas a las que la Navidad pone triste. Analizando concienzudamente mi equipaje y, aun con conocimientos de psicología, no puedo explicar por qué. No encuentro motivos en el consciente. Pero la verdad es que cada año, desde que dejé de creer en los Reyes Magos y en el Tió, las navidades han sido para mí más fastidio que otra cosa. Especifico, me uno a la parafernalia y voy a tantas fiestas como soy invitada, y durante las mismas hago abstracción del motivo y simplemente las disfruto; pero, pensar que se acerca la susodicha temporada, me pone mal.

Las navidades que yo recuerdo en mi querida Catalunya no eran bulliciosas, ni fiesteras, ni etílicas; eran íntimas, tiernas, provocaban una alegría serena, reposada. Mi corazón estaba feliz, excitado, pero no se salía del cauce. De esa época en la que no recuerdo haber sentido tristeza, sino el disfrute de las diferentes tradiciones, comparto mi vivencia con tres de ellas: El Tió, los Reyes Magos y el Roscón de Reyes.

El Tió de Nadal –un tronco al que se le dibuja en un extremo una cara y se le encasqueta una barretina–, al que los catalanes hacemos “cagar” la noche del 24, después de la Misa del Gallo o el día de Navidad, es una tradición navideña originada en un personaje mitológico occitano cuyo aporte, al ser quemado, era dar alegría al hogar a través del calor y la luz. Alegría que se simboliza, para la comprensión de los niños, haciendo que este tronco evacue dulces y turrones para toda la familia.

Desde el día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, se pone el tronco en la casa y se tapa con una manta para que no tenga frío –en realidad, servirá para ocultar los regalitos y golosinas–. Algunos pilluelos ponen el Tió antes para que engorde mucho más y “cague” más regalos. Hay que darle de comer cada día pan seco, algarrobas y frutas. También hay que darle agua para beber. Gracias a los cuidados, el Tió podrá “cagar” regalos. Las chucherías que “caga” el Tió, saben mejor que cualquier otra cosa buena que sea ofrecida durante las navidades. Son cosas pequeñas, porque las grandes se les piden a los Reyes Magos. Pero los niños las festejan como si fueran regalos extraordinarios.

Para que el Tió haga su trabajo, se canta una canción al tiempo que se golpea el tronco. Caga Tió –Caga Tió– ametlles i torró –almendras y turrón–. No caguis arengades –no cagues arenques– que son massa salades –que son muy salados– caga torróns –caga turrones– que són més bons –que son más buenos–. Caga Tió –caga Tió– ametlles i torró –almendras y turrón–, si no vols cagar –si no quieres cagar– et donaré un cop de bastó –te daré un golpe de bastón–. ¡Caga Tió!

Terminada la canción, se quita la manta y los pequeñuelos se dedican a recoger todo lo que aparece debajo. Si hay muchos niños reunidos y para evitar riñas y disgustos entre ellos, cada niño golpea el Tió por turno y recibe sus regalitos particulares.

El Tió siempre fue magnánimo conmigo. Turrones, caramelos y regaliz por montones. El recuerdo de esta vivencia siempre me traslada a la cocina de mis abuelos, con chimenea, cálida, con olores mezclados de sopa y dulces, llena de alegría, de magia, plena. No había terminado de recoger los regalitos del suelo y ya estaba pensando en escribir la carta a los Reyes Magos.

Después venía la comida tradicional catalana para esta fecha memorable: escudella i carn d´olla amb galets, pollo relleno de pasas y piñones y de postre, turrones. Más adelante, ya de adolescente, en la noche de Navidad que celebrábamos por segunda vez con los amigos –ya que la primera vez era con la familia por aquello de que Al nadal tota ovella al seu corral– añadíamos panses, figues, mel i mató, un poco para vivir lo que según la canción se le ofrece al Noi de la Mare, el Niño Jesús.

La fiesta de reyes comenzaba con la cabalgata del día cinco por la noche. Allí, además de ver a los reyes en persona y con suerte ser acariciada por alguno de ellos durante el maravilloso desfile, se podía entregar la carta.

Yo escribí carta a los reyes hasta los once años. Ya me habían dicho mis amiguitos que los reyes eran los padres y yo no lo quise creer, hasta que un día vi a mi papá entrar unas cajas a mi casa que luego reconocí en el balcón al lado de mis zapatos. Mis peticiones a tan ricos señores eran muchas y en un noventa por ciento complacidas. Pero todos los años de los que tengo memoria pedía que me trajeran una muñeca con pelo que nunca me trajeron. Siempre me ponían una muñeca con el pelo pintado. No sé si para los reyes ese era el pelo. Ahora pienso que debí haber añadido “pelo natural, del que se puede peinar”.

Esa misma noche, ponía en el balcón los zapatos de mi papá –pensaba que al ser más grandes me dejarían más cosas–, un vasito de vino dulce y unos turrones para los reyes y yerba para los camellos. Me acostaba muy temprano porque si los reyes, al llegar, me veían despierta, iban a pasar de largo –decían mis padres para tener tiempo de buscar los regalos en el trastero y colocarlos en el balcón.

La alegría del día siguiente, una vez pasada la primera desilusión por la muñeca sin pelo, era inmensa, e inmediatamente salía a compartir con mis amiguitos todos mis regalos. Entonces se jugaba en la calle.

El día seis de enero, a la hora de comer, de postre se abría la caja del Roscón de Reyes. Esta, por sí sola, ya era un regalo para la vista pues era colorida y tenía trazos dorados. El roscón solía tener diferentes presentaciones cada año. Los que más me gustaban eran los que tenían fruta confitada y unas plumas de colores para adornar. No me gustaban los que venían con un huevo duro incrustado o cabello de ángel. El roscón siempre traía sorpresas dentro de la masa, figuritas, anillitos y un haba seca que a quien le caía, se suponía que pagaba el roscón.

Ah! Esos eran otros tiempos. Ahora, se me hace difícil vivir con intensidad tradiciones o costumbres adoptadas; o dicho de otra forma, las vivo, pero no las siento a plenitud. Una Navidad sin frio no es Navidad. Santa Claus nunca podrá reemplazar al Tió y, por suerte, los Reyes Magos recorren el mundo entero en veinticuatro horas.

Claroscuros de Barcelona. Esos niños arrugaditos

En Barcelona, como en cualquier otro lugar, los ancianos y ancianas vienen en diferentes envolturas y contenidos. Los hay altos, flacos y arrugados y los hay bajos, gorditos y menos arrugados. Por dentro, los hay muy sanos, promedio y gastados. Los hay con la cabeza en su sitio y otros que deciden mudarse de la azotea donde viven para ir a lugares y situaciones de su infancia o explorar nuevas experiencias que disfrutan más a nivel sensorial que cognitivo.

Por suerte y como consecuencia de toda la información de la que disfrutamos y de los medios de salud al alcance de la mayoría, cada vez los ancianos son “viejos” más tarde.  Hacen ejercicio, usan cremas y procedimientos rejuvenecedores, consumen vitaminas y los últimos descubrimientos en comida sana. Pero llega un momento en que bajan la guardia por el peso de los años y se empieza a notar la edad. Es el momento de comenzar a pensar en lo impensable y de implantar el plan de futuro que puede haber sido diseñado por ellos mismos o por su familia y que tiene que ver con un lugar donde se pueda retirar en sus últimas jornadas (que pueden ser cortas o muy largas dependiendo de la actitud del huésped hacia la modalidad), para que le ofrezcan servicios de compañía y salud, en ese orden.

La comunidad de Barcelona ofrece varias soluciones a las personas mayores (Información provista por el Ajuntament de Barcelona). Por ejemplo, del programa Vivir y Convivir que está orientado a los mayores que se valen por sí mismos y que pueden ofrecer una habitación en su casa a estudiantes que viven fuera de Barcelona y necesitan vivienda mientras cursan estudios en nuestra ciudad.  Este programa busca estimular la solidaridad, el conocimiento y la ayuda mutua entre dos generaciones y ha demostrado ser enriquecedor para ambos sujetos.

Otra modalidad son las Viviendas con Servicios que se ceden, en régimen de uso, a personas mayores que se valen por sí. Están adaptadas a sus  necesidades en cuanto a movilidad, accesibilidad, recursos, etc. y con servicios de apoyo tales como sanidad y alimentación, que pudieran necesitar en un momento determinado. Incluyen servicios de alojamiento, conserjería, tele asistencia, apoyo personal y social y ayuda para la limpieza de la vivienda. Hay un precio establecido para las plazas en estas viviendas.

También existe el Servicio de Acompañamiento a Domicilio que se da en dos modalidades: acompañamiento a domicilio (un voluntario visita a la persona mayor una vez por semana por dos horas, con lo que se presta apoyo afectivo y alivia el aislamiento en el que muchos ancianos se ven sumergidos) y, acompañamiento esporádico para  dar soporte al anciano que tenga que hacer diferentes gestiones fuera de su casa. Estos servicios los llevan a cabo personas voluntarias y son gratuitos para el envejeciente.

Las Estancias Temporales para Personas Mayores se ofrecen para dar apoyo a las familias que tienen en su domicilio a personas mayores con deterioro físico y/o psíquico, o por  motivo de vacaciones, o descanso, o de otras necesidades. El servicio está limitado a una estancia máxima de dos meses al año. La plaza tiene un precio establecido.

El Servicio de Acogida Diurno para personas mayores, está dirigido a ancianos que viven en su casa pero necesitan ayuda para las actividades diarias o que no pueden estar solas por sus limitaciones. Incluye servicios como atención sanitaria, atención social, alimentación (comida y merienda), higiene personal, actividades de rehabilitación, podología (opcional) y peluquería (opcional). Tiene un precio establecido.

El Servicio de Acogida Residencial  consiste en infraestructura y equipos dedicados a acoger y atender, de manera permanente o temporal, a personas mayores que no pueden realizar las actividades de la vida cotidiana (limpieza de la casa, higiene personal, etc.), o necesitan una atención constante (por enfermedad, edad muy avanzada, etc.) y no cuentan con apoyo familiar o de otras personas, para continuar viviendo en su casa.  Este servicio forma parte del Catálogo de Servicios de la ley de la Dependencia.

El Servicio de Acogida de Urgencia (SAUV)  se ofrece a los ancianos que se encuentran en situación de urgencia social que requiere una actuación inmediata, con el fin de ofrecerles una acogida temporal y atención a sus necesidades básicas, mientras se encuentran los recursos más adecuados para tratar su situación. La atención se presta en el centro municipal que presta este servicio, o bien en plazas de residencias de la ciudad concertadas para cada caso concreto.
Un equipo de profesionales analiza la situación de la persona, y hace la tramitación de recursos para encontrar soluciones a la situación.

Otro de los servicios más hermosos es el Servicio Comidas en Compañía. Este servicio diurno provee asistencia a las  personas mayores en situación de fragilidad y está orientado a potenciar un envejecimiento activo y saludable. Para ello cubre dos necesidades básicas: facilita una alimentación adecuada y un espacio relacional de vínculos de amistad y de conexión con la comunidad. Pueden beneficiarse del servicio las personas mayores de 65 años (excepcionalmente pueden acceder personas de más de 60 años con discapacidad reconocida de más del 33%), personas mayores solas en riesgo de aislamiento social, personas que viven en viviendas sin condiciones para cocinar, personas que, aún viviendo en viviendas en buenas condiciones, requieren un seguimiento de los hábitos de alimentación, relacionales, de higiene y de salud fuera de su domicilio. El precio tiene que ver con la cantidad de comidas y los ingresos del envejeciente.

También se ofrece una solución orientada al transporte: la Tarjeta Rosa que sirve para acceder a los transportes metropolitanos integrados, sin limitación de viajes ni horario. Puede ser gratuita o reducida. Para esta última hay importantes descuentos.

El Proyecto Radars es una red de prevención en la que participa la sociedad civil y la administración pública. Tiene como objetivo contribuir a que las personas mayores que viven solas o acompañadas de otras personas mayores puedan quedarse en su hogar, con la complicidad de su entorno. La prioridad es reducir el riesgo de aislamiento y de exclusión social de la personas mayores.

Quizás sea por todas estas soluciones que se ofrecen para la vejez, o porque los catalanes cuentan con retiros que, aunque en la mayoría de los casos no son abundantes, son dignos; o porque han vivido desde pequeños con mucha independencia personal, o simplemente porque son recios y esperan al último momento a tirar la toalla, los ancianos catalanes pueblan las calles, parques y bancos para compartir entre ellos lo bueno y lo malo y hasta se puede oír una voz cascada diciendo a modo de piropo: Adeu pubilla maca, ¿que vols fer un cafetó amb mi? (Adiós jovencita bonita ¿quieres tomarte un cafecito conmigo?). Puede ser que su vista no sea muy buena, pero hay emociones y sentimientos en esos corazoncitos arrugados.

 

 

Claroscuros de Barcelona. El cant dels ocells

Normalmente el transporte público de Catalunya funciona muy bien. Esto hace que la mayoría de las personas lo utilicen en lugar del vehículo propio para trasladarse, dejando este último para trayectos largos, acceso a lugares poco frecuentados –ya quedan pocos– o como instrumento personalizado para el disfrute de los alicientes del camino hacia el lugar de vacaciones, tales como paradores, restaurantes, monumentos, o para facilitar la guarda de los tesoros de la naturaleza, ya sea en la retina, en el olfato, en la cámara digital o en el bolsillo.

Cuando se llega a Barcelona desde un país en desarrollo, una de las cosas que más se admira y luego de vuelta se añora, es el buen funcionamiento del metro, autobuses y trenes. Los horarios están publicados para días festivos y entre semana y es admirable la puntualidad de cada uno de estos medios, siempre que no haya huelga –que las hay abundantes en estos últimos tiempos de crisis.

En el metro, se puede ver en las pantallas los minutos y segundos que faltan para el próximo tren y se puede apostar que así será. En caso de que haya un minuto de retraso, actualizan la pantalla para que la clientela sepa. Cuando aparece la palabra “entra” o “entrando”, no es necesario ni mirar hacia dónde se espera el tren, sino que una se levanta y se dirige a la puerta más cercana o a la que parezca que corresponde al vagón más vacío.

Tanto en el tren como en el metro, hay unidades que brindan música ambiental, que suele ser clásica o de “lobby de hotel” –como diría mi hija– y que ayuda a disipar el cansancio, el calor o, sin tú quererlo y si tus pensamientos se enredan en ella, te traslada a mejores o peores lugares, a recuerdos gratos o dolorosos, dependiendo de tu momento.

Pero, últimamente y por motivo de las crisis internacional, más o menos dolorosa en los diferentes países europeos, ha aparecido una modalidad de entretenimiento en los trenes de Rodalias  –Cercanías– que consiste en ofrecer música en vivo, por parte de inmigrantes, con mayor o menor acierto. En el “acierto” incluyo, el tipo de canción, la voz, la entonación y el instrumento del que se vale el artista para deleitar a la clientela.

Normalmente los artistas son mejor recibidos que los pedigüeños a secas, o los vendedores de chucherías. Pero hay artistas y aristas. Estos últimos cortan el oído, la imaginación y el buen talante del día. Eso sí, reciben su castigo en forma de baja o nula recolección.

Las melodías pueden ser de todo tipo: de moda, antiguas, movidas, lentas, etc. y dependiendo del gusto del cliente, a mitad de la canción o pieza ya se va buscando en el bolsillo o en el monedero la moneda con la que se va a premiar la distracción impuesta. Algunas personas que hacen un trayecto diariamente en ese medio de transporte, llevan en su bolsillo varias monedas destinadas a esos fines. El importe no solo depende de la pieza, sino de quién la interpreta. Si nos llevamos de la novela El Amante Bilingüe, de Juan Marsé, algunos de estos artistas pueden vivir de sus recolectas en los trenes y pasillos del metro y hasta ahorrar para el futuro.

No voy a hablar de los artistas rodantes malos y mediocres a los que uno les sale huyendo. Pero voy a contarles dos de mis experiencias en el tema.

En mi último traslado desde Barcelona a un pueblecito del Maresme, una joven del este de Europa, embarazada, con una voz fuerte y entonada e interpretando una melodía folclórica de su país hizo el milagro de que la gente se levantara y se acercara a ella para aportar su moneda, cuando lo que se usa es que el artista pase por cada asiento con una bolsita donde se deposita “la voluntad”. En realidad no se aporta mucho, pero si son muchas personas que lo hacen a lo largo del trayecto, siempre que el artista no tenga que bajar a toda prisa porque aparece algún agente de seguridad, se puede recoger una cantidad razonable.

Y hay algunos que además de músicos son mercadólogos y saben qué pueden vender mejor, dependiendo del “target”. Fue el caso de un violinista de cierta edad que comenzó a tocar El Cant dels Ocells, canción popular catalana dedicada al nacimiento del Niño Jesús, de autor desconocido y que se asocia a Pau Casals quien la interpretó con su violonchelo magistralmente y que hace que brote de dentro de una un arcoíris de emociones que van desde la tristeza, hasta la exaltación de la patria catalana, pasando por el amor, la ternura y la melancolía. La interpretación no fue tan buena, quizás por el destartalado violín que transportaba en un bolso de lona descolorido, pero la canción suplió la deficiencia y al final de la pieza, muchas personas aplaudimos y cooperamos monetariamente, más por lo que simboliza para nosotros que por la presentación en sí. Lo mismo habría pasado si hubiéramos escuchado La Santa Espina que nos refuerza con su párrafo “som i serem gent catalana, tant si es vol como si no es vol que no hi ha terra més ufana, sota la capa del sol”. (Somos y seremos gente catalana tanto si se quiere como si no se quiere, que no hay tierra más orgullosa debajo de la capa del sol.) o un párrafo de la poesía L´Emigrant, de Jacinto Verdaguer “Dolça Catalunya, pàtria del meu cor, quan de tu s’allunya d’enyorança es mor” (Dulce Catalunya patria de mi corazón que cuando se aleja de ti, muere de añoranza).

Claroscuros de Barcelona. El mejor amigo del hombre

Tener un perro en Barcelona tiene sus ventajas y sus inconvenientes, como todo en la vida.

En realidad, los perros catalanes son tan educados como sus dueños. Es entrañable ver cómo, aún sin correa que los ate, los esperan a las puertas de los establecimientos que no los dejan entrar, sin un solo ladrido o inconveniente. A la salida los reciben como si hiciera un año que no los ven.

Sus dueños, generalmente, los sacan a pasear y hacer sus necesidades fisiológicas dos o tres veces al día. Para lo segundo, hay dedicados espacios y, aun con los mismos, el dueño se ve obligado a recoger los excrementos del canino y tirarlos en un recipiente para material orgánico que, dicho sea de paso, están cómodamente ubicados para que los vecinos no tengan que andar mucho para hacerlo.

Los peluditos, cuando salen de paseo, se juntan con otros perros que están en los mismos menesteres sin peleas ni actos hostiles. Cuando se ven, una puede imaginar que se saludan.

–¡Ey colega! ¿Cómo estuvo la cosa?

–-¿Qué le dieron de comer hoy?

–¿Se le pasó ya el dolor en los cuartos traseros?

–-Por si está acatarrado o flojo del olfato, el Rondo ha hecho saber que su vecina la Mini está dispuesta a recibir visitas; y recuerde que la sacan a las dieciocho.

Las ventajas de tener un perro son algo muy conocido: hacen compañía; son una terapia para el que vive solo o el depresivo; adoran a sus dueños y son leales hasta la muerte sin tener en cuenta el  humor del propietario; enseñan a amar y a cuidar; atraen el amor –en forma de otros u otras propietarios y propietarias de otros especímenes, o de otros seres humanos que gustan de los perros aunque no tengan en su casa.

Algunas veces se dan en la calle ciertos “diálogos para besugos”, como consecuencia de la poca materia gris de los propietarios, que no de los canes. Pero, en el fondo, esto se debe a que adoptan a sus animales y denotan verdadero amor por los perros.

–¡Que perrito más gracioso!

–¡Pues el suyo no digamos!

–-¿Cómo se llama?

–Chucho.

–¿Chucho? ¿No es un poco despectivo?

–Nooo. Sería si fuera perra, pero como es perro…

–La mía se llama Roncha.

–¿Roncha?

–En principio se llamaba Concha, pero mi suegra quiso que le quitáramos el nombre porque su abuela se llamaba así.

–¡Pues qué abuso! ¿No?

–Todo sea por la familia.

Las desventajas tienen que ver, más que nada, con las necesidades fisiológicas del animalillo y con las molestias que pueda causar a cualquier vecino al que no le gusten los animales no racionales o racionales –que los hay antisociales.

–¿Qué come Chucho?

–Pienso, comida húmeda y snacks.

–!Tio, se nota que no estás en el paro! Mi Roncha come mitad pienso y mitad comida casera.

–El problema de la comida casera es el trabajo que pasas para recoger la mierda.

–Sí. Por eso la saco tres veces al día.

–Pero no te veo con las bolsitas…

–Imagínate, las bolsitas para caca de comida casera…más de una vez he tenido que salir corriendo a la fuente más próxima. Últimamente ya no la recojo.

–-¡Serás guarra! ¿Y si le da por hacerlo delante de un poli?

–Siempre la paseo por donde no hay.

–A Chucho también lo saco dos veces al día, pero a veces no aguanta y se va al balcón a mear. La vecina del primero D ya me ha amenazado dos veces con hacer que me quiten el perro.

–La verdad que uno tiene que sufrir mucho con los niños.

–Sí.

Las autoridades, por su lado, promueven la paternidad canina responsable con letreros como este:

  • Los perros necesitan los juegos y paseos al aire libre. Es responsabilidad del dueño acompañar a su animal y vigilar que hace sus necesidades en los sitios indicados para ello.
  • Ate en la correa varias bolsas de recogida de excrementos. Le ayudará en caso de que el expendedor esté vacío.
  • Recuerde que es obligatorio recoger las heces del animal. En caso contrario puede ser sancionado.
  • Los excrementos del perro deben depositarse en un contenedor de basura orgánica o recipiente especial para este tipo de residuos. No en una papelera.
  • Vigile que su mascota no olfatee o lama las heces de otros animales: son un foco de enfermedades.
  • Respete las zonas de recreo infantil. No están indicadas para que su perro haga sus necesidades en ellas.

¡Tan civilizados, ellos!

Vacaciones

¿Que los «blogueros» no toman vacaciones? !Claro que sí!

Y mucho más cuando están con las emociones desbocadas, alteradas, ambiguas y confundidas, lo cual produce un bloqueo intelectual que impide ciertas actividades.

Espero que esta situación anómala sea cantera de futuras producciones. Y si no, «pal charco».

 

 

7 historias de amor. Sábado: amor seco

Debiste haberme dicho que me amabas.

Ya no.

Ya los árboles no crecen en mi orilla.

Ya no brinco las piedras.

Ya no lleno el aire de alegría con mis notas.

Ya no sacio la sed del viandante.

Ya no doy frescura mágica a los niños.

Ya se secó mi cauce.

Ya se gastó en lágrimas.

Debiste haberme dicho que me amabas.

Ya no.